El tenis es un deporte más bien lógico. Resulta muy difícil ganar un partido sin jugar mejor que el rival. Por eso es que las sorpresas toman mayor relevancia y, a veces, hasta contienen el sabor propio de una hazaña. Para conseguir ese tipo de victorias en el alto rendimiento hace falta bastante más que una pizca de fortuna.
Juan Martín del Potro transitó la mayor parte de su carrera como un destructor de la lógica. Dueño de un repertorio excepcional en relación con el estilo que suele emerger por estas latitudes, con una velocidad de pelota inexistente en el circuito actual, impuso su jerarquía para quedar en la historia pese a los innumerables obstáculos que debió sortear. Al oficio y a la categoría de un jugador fuera de serie les añadió un ingrediente de superación que lo llevó a revertir situaciones adversas y a convivir con la frustración.
Nadie gana un Grand Slam de casualidad. Conquistar uno de los cuatro torneos más valiosos del planeta implica sostener la entereza mental y física durante dos semanas, al más alto nivel, en partidos largos y contra los mejores. No hay margen de error. Si fallás, en efecto, te volvés a casa.
Diez años atrás, en el Abierto de Estados Unidos, Del Potro provocó uno de los mayores golpes del tenis contemporáneo. Imprimió su nombre en la posteridad con apenas 20 años y transformó la lógica en añicos. En aquel US Open, en 2009, el tandilense de los bombazos imparables se ubicó como el mejor de los mejores y demostró que no siempre gana la lógica en un deporte más bien lógico; no cualquiera elimina a Nadal en semifinales y a Federer en la final para concretar el sueño de su vida.
Pese a que estuvo cerca el año pasado, cuando Djokovic impuso la lógica y lo privó de pisar una vez más el paraíso, aquel logro no volvió a repetirse porque Del Potro, a diferencia de los tenistas top de la última década, es el único que alguna vez supuso seriamente que tendría que dejar de jugar. Años atrás, cuatro cirugías de muñeca -una en la derecha y tres en la izquierda- atentaron contra su continuidad en el circuito. Vivió temporadas enteras lejos de las canchas. Estuvo, se fue y volvió. Cualquier jugador con una fortaleza emocional estándar habría abandonado en medio de esas batallas.
Hoy atraviesa la recuperación de una nueva cirugía, esta vez en la rótula derecha, y apunta a regresar al circuito a mediados de octubre. Volverá, como siempre; y al mirar hacia atrás, por el espejo retrovisor de la vida, Del Potro podrá contemplar la huella imborrable que dejó grabada, diez años atrás, en la primera de sus grandes victorias contra la lógica.