La fotografía permanece intacta en la memoria. El revés de Roger Federer se iba largo y la proeza quedaba concretada. Este sábado se cumplen diez años de aquel instante en el que Juan Martín Del Potro grabó su nombre en los anales del tenis internacional. Aquella conquista, el sueño que alimentó desde sus inicios en el mundo de la raqueta, lo catapultaría directo al cielo.
14 de septiembre de 2009. Nueva York. El imponente Arthur Ashe, el estadio más grande del planeta, todavía no tenía techo retráctil; la lluvia generaba, en ese momento, muchos más problemas que los que puede provocar por estos tiempos. La final masculina del Abierto de Estados Unidos debió celebrarse aquel lunes porque las inclemencias del clima hacia finales de la semana habían retrasado la programación.
Aquel lunes, a pocos días de cumplir 21 años y ante la mirada de todo el universo del tenis, Del Potro ganaba el US Open tras derrotar a Federer en un partido antológico que se extendió durante más de cuatro horas. El joven de los escopetazos de drive derrumbaba el imperio que el suizo había construido en Flushing Meadows. El dueño de la derecha más potente del circuito terminaba con las aspiraciones del pentacampeón, el número uno que acumulaba cuarenta victorias y cinco títulos al hilo entre 2004 y 2008.
Sin que nadie lo imaginara, el sendero a la gloria había iniciado en la segunda mitad de la temporada anterior, cuando Del Potro exprimió todo su potencial y comenzó a cosechar resultados en las ligas mayores: se convirtió en el único en ganar sus primeros cuatro títulos ATP de forma consecutiva -Stuttgart, Kitzbühel, Los Angeles y Washington-, llegó a conseguir 23 triunfos en fila -todavía es su record personal- y hasta tuvo un papel preponderante ante Rusia en Parque Roca para clasificar a la Argentina a su tercera final de Copa Davis -la historia terminaría en el fracaso contra España en Mar del Plata-.
Ya en 2009, lejos de relajarse, prolongó su momento de gracia. Logró su primer éxito ante un número uno del mundo, en Miami, al vencer a Rafael Nadal; alcanzó las semifinales en Roland Garros; volvió a ganar en Washington; y llegó a su primera definición de Masters 1000 en Canadá. Del Potro arribaba al US Open como número seis del mundo en un contexto de clara progresión para su joven pero explosiva carrera.
El primer escollo en la Gran Manzana fue Juan Mónaco (41º del ranking), quien no pudo más que resignarse ante la velocidad de su coterráneo. No hubo nada que Pico pudiera hacer para neutralizar a un Del Potro que apenas exhibió un poco de su poderío para imponerse 6-3, 6-3 y 6-1. Después se cruzó el austríaco Jürgen Melzer (38º), a quien el tandilense dejó en el camino por 7-6 (6), 6-3 y 6-3. En tercera ronda se encontró con Daniel Koellerer (62º), el mismo que lo había hecho llorar cuando era adolescente en el Challenger de Buenos Aires. Pese a sus conductas antideportivas, Del Potro no perdió el foco y lo eliminó por 6-1, 3-6, 6-3 y 6-3.
En octavos de final se impuso con suficiencia por 6-3, 6-3 y 6-3 ante Juan Carlos Ferrero (25º), ex número uno mundial y finalista de la edición de 2003. Marin Cilic evitó que se cruzara con Andy Murray en cuartos y hasta llegó a ponerlo en aprietos: el tandilense estuvo set y quiebre abajo pero resolvió el partido por 4-6, 6-3, 6-2 y 6-1.
En las semifinales se las vería nada menos que con Nadal. El español, que había conseguido avanzar pese a acarrear una lesión abdominal, no encontró cómo contrarrestar los misiles en ningún momento. Del Potro lo desbordó de principio a fin y fabricó una victoria categórica: 6-2, 6-2, 6-2 y pasaje a la gran final.
Para tocar el cielo con las manos había que derruir a la leyenda. Federer, con 28 años, ya era un mito del deporte. Más allá del dominio inicial del suizo y de las oportunidades desperdiciadas, Del Potro incluso consiguió desquiciar al suizo, quien se molestó con el umpire Jake Garner en un acto que días después le valdría una multa por abuso verbal. Federer no hallaba respuestas para detener a aquel joven descarado que no paraba de disparar bombas desde el fondo y jugaba de igual a igual gracias a su potencia.
Fueron cuatro horas y siete minutos de una final memorable. El tandilense estuvo a dos puntos de perder pero se impuso 3-6, 7-6 (5), 4-6, 7-6 (4) y 6-2 frente al número uno del mundo y ante más de 23 mil espectadores. No importaron los trece títulos de Grand Slam que brillaban por entonces en las vitrinas de Federer, ni sus cuarenta partidos sin perder en Nueva York, ni sus cinco coronas en fila, ni las seis caídas en los enfrentamientos previos; Del Potro se doctoraba en el torneo de sus sueños, concretaba la epopeya y materializaba el objetivo de su vida. Diez años después, el suizo confesó que desearía volver a jugar ese partido. Y no es para menos: la fotografía de aquel instante, diez años después, también permanece intacta en su memoria.