Si hace un par de años, a José Palazzo alguien le hubiera dicho que en un futuro no muy lejano la grilla del Cosquín Rock mezclaría en sus escenarios principales a Babasónicos con Cazzu, a Él Mató a un Policía Motorizado con Ca7riel y Paco Amoroso, o a Wos con Las Pelotas, el productor habría mandado a esa persona a, por lo menos, medirse la fiebre. Sin embargo, la edición número 20 del festival cordobés, que tendrá lugar el sábado 8 y el domingo 9 en el predio de Santa María de Punilla, cuenta con este tipo de cruces tan poco… ortodoxos. El vertiginoso recorrido ascendente de la escena urbana argentina del último año quedó cristalizado (¡y cómo!) en el planteo del ya tradicional festival, que desde 2001 reúne en sus escenarios a las más consagradas bandas del rock de acá. “De lo que se trata es de agregar, no de quitar. Salir del terreno de la comodidad, aunque haya que pasar de nuevo por tener que explicar todo”, aclara Palazzo en diálogo con Página/12. Y así es que, entre las más de 150 bandas y solistas que ofrece el line up 2020, aparecen artistas que van desde Divididos y Skay hasta Duki y Neo Pistea, pasando por Mon Laferte, Nathy Peluso y Celeste Carballo.
Otro aspecto a resaltar es el notable aumento de artistas mujeres programadas para esta edición; sobre todo, porque en las anteriores la presencia femenina era casi nula. El año pasado, el empresario fue protagonista de una polémica a partir de una serie de declaraciones en las que sostenía que para él sería muy difícil conseguir la cantidad de músicas necesaria para cubrir el cupo del 30% en un festival tan numeroso. Semejantes manifestaciones generaron una inmediata reacción del colectivo de artistas feministas que rápidamente dieron cuenta de la cantidad y variedad de músicas que hay en la Argentina.
Aunque insiste en que sus dichos fueron malinterpretados y que él quiso decir otra cosa de la que se entendió, Palazzo celebra hoy que todo el revuelo que se generó en ese momento le haya servido para modificar el modo en que busca y enrola artistas para sus festivales, y descubrir que, efectivamente, hay muchísimo talento femenino dando vueltas por aquí: “La reflexión, la corrección y la mejora siempre parten de un error. Sea cual sea la forma en la que quise explicar esa situación que devino en todo esto, hoy es una herramienta que nos permitió a todos haber internalizado la necesidad de mirar con más atención”.
-En una nota publicada en este diario hace poco más de un año, dijiste que los rockeros eran “fachos absolutos” cuando se trata de gustos musicales. ¿A qué responde esta nueva actitud tuya con respecto al trap?
-Yo me refería al público rockero, eh.
-¡Pero vos te incluiste!
-Lo que quise decir es que el público rockero y los rockeros nos consideramos que somos los dueños de la libertad, los que construimos la prosa que habla sobre la libertad, y cuando aparece algo que no nos gusta, ¡lo queremos lo más lejos posible! Ese es el paradigma que tuvimos que ir rompiendo para transformar el Cosquín Rock en lo que es hoy.
-¿Pensás que ese “facho absoluto” tuvo algo que ver con la manera de responder en los comienzos del debate por la Ley de Cupo tan apresuradamente, como en un exabrupto, a propósito de esa supuesta inexistencia de suficientes talentos femeninos?
-No considero que esas declaraciones hayan sido un exabrupto, ¿eh? Con lo que voy a insistir es con que si dije eso, no es lo que quise decir, bajo ningún punto de vista. También voy a decir que a raíz de ese quilombazo, se dio un debate del que finalmente nació una ley que hoy protege el cupo. Y gracias a eso, todos los equipos de Cosquín Rock nos pusimos a buscar cómo programar más mujeres, no de manera obligatoria sino para que queden copadas en la grilla.
-Quizá lo que cuesta creer es que un productor con tu carrera no pudiera juntar 35/40 artistas femeninas para un festival donde tocan 140 bandas. Por eso lo del exabrupto: parecería que en ese momento respondiste sin pensar. La sensación que da es que al rockero y al público rockero más reaccionario le es más fácil aceptar la inclusión de un otro varón que toque cumbia, trap o reggaetón, que a una mujer que toque rock.
-A propósito de la golpiza y asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, se empezó a hablar mucho de un tipo de violencia que existe entre una parte de la juventud que responde a un perfil muy específico. ¿Cómo ves lo que ocurrió?
-Si hubiera pasado con cinco rockeros que le pegaban a un chico y lo mataban, esto habría sido trágico para la música. Hasta ahora no hemos tenido hechos de violencia en el Cosquín Rock y ahí convive todo tipo de públicos, que pueden o no practicar algún tipo de deporte. Veo muchos videítos de gente peleándose a la salida de los boliches, es una cosa recurrente, y no se le presta el mismo tipo de atención que quizá sí ponen sobre otra clase de eventos. Sin embargo, hay una violencia, una tensión, que en los recitales de rock no existe y en el boliche sí. Ojalá que la muerte de este chico no sea al pedo y que haya un quiebre, como sucedió con Cromañón. Que se tomen medidas para que esto se pueda revertir en el futuro. Cromañón generó un cambio en toda la industria de la música y en la forma de pensar hasta de los músicos, que hoy casi todos saben dónde están las salidas de emergencia, si son suficientes, si el lugar está bien de capacidad.
-¿Por qué te parece, entonces, que persiste esa mirada más crítica sobre el público de rock que sobre el público joven que va a bailar a discotecas como las de Gesell?
-Por ignorancia y prejuicio. Porque las personas que toman las decisiones no fueron nunca a un recital de rock y hace muchísimos años que no van a una discoteca. Organizo recitales de La Renga hace veinte años y cuando alguien que conozco va por primera vez, le digo “Vas a ver qué pintoresco que es. Vas a ir por la calle y vas a sentir temor por el exceso de alegría”. Porque cuando el artista canta sus canciones, son todos del mismo equipo: no hay ni del SIC ni del CASI ni de River ni de Boca. Pero hay que ir para saberlo.