“No me levanto temprano, ¡soy músico!”, bromea Mick Harvey al otro lado de la línea y al otro lado del mundo. Gajes de las distancias y de los husos horarios, el multiinstrumentista, arreglador y productor atiende el teléfono en Australia, donde siempre ya es mañana, con la voz algo dormida pues la entrevista con Página/12 lo hizo saltar de la cama. ¿El motivo de la charla? La reciente edición de Waves of ANZAC / The Journey, un álbum instrumental, atmosférico y marítimo, en el que el ex Bad Seeds saca a la luz piezas musicales producidas durante los últimos años. Waves of ANZAC es una selección de trece tracks que formaron parte de la banda de sonido originalmente compuesta para el documental Why ANZAC? with Sam Neill (2015), dirigido por Kriv Stenders, en el que el actor recorre, a través de su historia familiar, los devastadores efectos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. The Journey es una obra en cuatro partes que el músico compuso y grabó a beneficio de los refugiados recluidos en los centros de detención offshore que Australia mantiene en el Pacífico. Harvey la puso a disposición de la campaña #KidsOffNauru, a través de la que se exigió al gobierno australiano que liberara a los niños confinados en esas islas/ prisiones.
Con el mar como gran hilo conductor, la guerra y las personas que deambulan por el mundo escapando de realidades insostenibles en sus países son los dos temas sobre los que se construye la narrativa de este disco, publicado el viernes pasado. Pero Harvey prefiere ser sincero a propósito de los motivos que lo llevaron a reunir estas dos temáticas en el flamante álbum: “Podría conectarlo por el lado de que los refugiados siempre vienen de zonas de conflicto, pero no es la razón verdadera por la que lancé las dos obras juntas; la realidad es que eran piezas que tenía y que me pareció que irían bien en un disco”. En épocas de pandemia, reclusión, miedo y enfermedad, cuesta evitar que la conversación se torne repetitiva y monotemática, y aunque buena parte de la entrevista giró en torno a ese tipo de preocupaciones que no escapan al día a día de nadie, hubo lugar para el arte, la poesía, la música y la política.
-Tradujiste canciones de Serge Gainsbourg del francés al inglés y al alemán. ¿Qué pensás que se gana y se pierde en una traducción?
-Las traducciones en general son tramposas. Si lo hacés muy bien, podés llegar a un buen resultado y representar los aspectos principales del original. Es importante que entren bien en la música, así que es delicado conservar la musicalidad y la rítmica. Lo que seguro es imposible de traducir es el sentimiento que trae el idioma original, porque cada idioma tiene esa sensación, ese tacto que le es propio y que es intraducible. Lo que se pierde es eso: esa emoción del lenguaje. Algunos dicen, creo que en chiste -aunque me parece bastante apropiado-, que lo que se pierde en la traducción es la poesía. Lo cual tiene sentido, porque al perder la poesía del original, estás creando una nueva, que jamás será la misma que la anterior.
-Cuando lo que se hace es poner música a imágenes, como en el caso de tu trabajo con Why ANZAC?, ¿es una traducción, también?
-Creo que de alguna manera esa fue la relación que siempre tuve con la música. Las letras o las imágenes siempre fueron el material con el que trabajé. Durante mis primeros años de carrera, lo que hice fue ponerle música a las letras de Nick (Cave), y no se trataba de canciones pop standard. Sobre todo en The Birthday Party y los primeros Bad Seeds, ese material en general no estaba estructurado como canciones normales. Así que, de alguna manera, lo que vengo haciendo desde siempre es tratar de que la música funcione de manera espacial con algo que no tenía que ver con una estructura de canción sino con una historia o una imagen. Por eso, el movimiento de pasar de trabajar con letras a trabajar con imágenes en películas lo viví de un modo muy natural.
-¿Y qué pasa cuando a esas músicas se les quitan las imágenes en las que se apoyan, como el caso de Waves of ANZAC?
-Espero que lo que ocurra es que la atmósfera se mantiene. Como músico, escucho mucha música de películas; el ejemplo más obvio es Ennio Morricone: sus músicas llegan a niveles extraordinarios, mucho más allá de las películas. Disfruto muchísimo de escuchar bandas de sonido y no necesariamente deben remitirme a escenas en particular; creo que lo interesante es que funciones por sí solas.
-Las canciones “100 Years on”, de Waves… y la “Parte 4”, de The Journey comparten algunas lógicas desde lo musical, pero principalmente un mensaje o sentido, a la vez esperanzador y sombrío. ¿Es su visión del presente?
-La esperanza siempre habla más bien del futuro, ¿no? Supongo que podés tener esos sentimientos en este presente, la sensación de que las cosas pueden mejorar, pero al mismo tiempo chocarte con realidades como las de los refugiados. Se trata de una situación muy mala que no parece mejorar. Allí es donde la esperanza se ensombrece, creo. En Australia tenemos miles de personas confinadas en centros en el Pacífico y es terrible. Cuando la pandemia se termine y volvamos a preocuparnos por nuestros día a día, y los gobiernos tengan que tomar las riendas de todo el tendal social y económico que deja el coronavirus, la situación con los refugiados seguramente seguirá empeorando. Aun así, trato de mantener alguna esperanza en que algo de todo esto mejore. The Journey, en ese sentido, es una declaración, una proclama artística.
-Hay cierta ironía en que Australia, nacida como colonia penitenciaria de Inglaterra, recurra a centros de detención offshore para personas que intentaron ingresar ilegalmente al país por mar.
-Sí, pero el gobierno, desafortunadamente, no entiende las ironías. Ellos piensan que es una buena política. Y yo creo que ellos deberían tener vergüenza. Los políticos no tienen sentido del humor. Son personas aburridas que no tienen pensamientos originales, son simplemente funcionales: dicen lo que otras personas les dicen que tiene que decir. Y en general son cosas aburridas.
-Recién dijiste que The Journey es una proclama artística, ¿creés que la música es una manera de llegar a ellos?
-A veces. Muy raramente. Creo que la música quizá puede influir en la opinión pública, cosa que igual no ocurre muy a menudo. En todo caso, la música puede ayudar a la gente normal a pasar momentos difíciles. O funcionar de manera positiva en comunidades en general, pero no cambia demasiado lo que los políticos piensen, desafortunadamente.
-Pero aunque no creas que pueda solucionar las cosas, igual decidiste participar de la campaña #KidsOffNauru con tu música. ¿Creés que los artistas tienen la responsabilidad de involucrarse política y socialmente?
-Creo que todos los artistas lo hacen de una manera u otra, lo estén pensando activamente o no. Vos hacés tu propia declaración de intenciones a partir del tipo de música que producís y de la importancia que tiene eso para la gente. Eso es un gesto político. Cuando un gobierno deja de destinar dinero al arte -generalmente los gobiernos de la derecha-, es un gesto político. Cuando los artistas de diferentes campos entienden que su obra es importante para el pueblo, eso es una postura política en sí misma. Todo el mundo, el que hace una declaración política a propósito de la inequidad y la injusticia, el que hace arte sobre cosas personales o individuales, todos tienen un correlato político. Un músico con un ego enorme y que solamente quiere hacer millones de dólares también está dando un mensaje político. En ese caso, sobre su codicia (ríe). Pero todo artista provoca con su quehacer una declaración política. Buena o mala. Mi obra no es muy política en el sentido más obvio, pero sí creo que hay un mensaje muy fuerte sobre libertad individual y libertad de expresión en todo lo hago.
Con Nick Cave
Los años de malas semillas
“No extraño para nada trabajar con Nick. Hoy vivo muchas situaciones diferentes con muchos artistas y las disfruto muchísimo. Creo que el trabajo con Nick se extendió por demasiado tiempo, así que no lo extraño en absoluto”. La vida después de los Bad Seeds parece estar siendo todo lo que Mick Harvey esperó, y es por eso que su respuesta a propósito su relación actual con la banda con la que obtuvo mayor relevancia y reconocimiento resulta así de tajante.
El músico comenzó su recorrido artístico junto a Nick Cave en 1973 y esa sociedad musical se mantuvo por 36 años. Juntos fundaron primero The Boys Next Door y después The Birthday Party, que luego se convertiría en Nick Cave and The Bad Seeds, allí donde la figura de Cave terminaría de cristalizarse en ese Cristo pendenciero, médium de la oscuridad, con un ángel (Harvey) y un demonio (Blixa Bargeld) apostados en cada hombro.
En 2009, Mick Harvey decidió alejarse definitivamente de la banda, por motivos personales y diferencias artísticas. Lo cierto es que el inquieto Harvey nunca dejó de hacer música. Ya desde el año 1995 comenzó su proyecto de traducción y grabación de canciones de Serge Gainsbourg, con el cual ya lleva cuatro discos editados, además de otros tantos álbumes con canciones suyas y versiones de otros, y un extenso currículum como productor, arreglados y músico invitado de otros artistas. También participó en las bandas de sonido de más de diez películas.
Aunque Harvey reniegue de ello, resulta inevitable imaginar cómo sonaría la voz de Cave en sus discos solista, especialmente en Sketches from the book of the death (2011) y The Fall and Rise of Edgar Bourchier and the Horrors of War (2018). Pero aquí su respuesta vuelve a ser taxativa: “Si mi música suena como suena, con una reminiscencia a los Bad Seeds, es porque en esos álbumes estoy yo, es a mí a quien escuchás allí. En mis discos sigo mis instintos acerca de lo que quiero crear; ese sonido es el que tiene que ver conmigo, no es que quiera crear algo de una manera en particular –explica-. Es mi gusto por la música y mi manera de tocar los instrumentos lo que te resulta familiar, y lo que seguramente te parezca que falta ahora en los discos de los Bad Seeds porque ya no estoy. Pero es natural, porque las cosas van cambiando. No extraño nada de los Bad Seeds. De hecho, es un alivio no estar más en esa situación”.
El rol de productor
Nada más que un rótulo
Entre el 16 de enero y el 14 de febrero de 2015, Mick Harvey participó de la experiencia Recording in Progress: la grabación del último disco de PJ Harvey, en un sótano especialmente acondicionado como estudio de grabación. La particularidad era que contaba con unos vidrios/espejos a través de los cuales el público podía ver y oír a los músicos mientras grababan, a la vez que los convertía en objetos de una instalación artística y sonora. “La última persona que se me ocurriría que sería capaz de armar una sesión de grabación con las características que tuvo la de The Hope Six Demolition Project sería Polly Harvey. Ella siempre fue muy celosa de la privacidad en cuanto a su vida y en lo que al proceso creativo se refiere. Nunca habla de eso demasiado con nadie. Permitir que venga gente y la mire mientras trabaja fue muy extraño -recuerda el músico-. Nosotros también nos encontramos en una situación por demás inusual. Cada día, el público podía entrar y escuchar lo que hablábamos, no solamente lo que grabábamos. Nuestras charlas se escuchaban a través de parlantes que había en los salones. Eso nos hacía estar por momentos muy al tanto del hecho de que había público hasta que lo olvidábamos y lográbamos seguir trabajando como si nada”.
-¿Pensás que esa manera de grabarlo hizo que haya diferencias en el resultado final del disco?
-No creo, más allá de que durante el tiempo en que había público nos concentráramos más en el trabajo. Normalmente, en el estudio cada tanto te sentás, charlás cosas que quizás son personales, pequeños recreos, lo que hiciste ayer, cosas así. Pero con el público allí, eso no ocurría: seguíamos trabajando. De alguna manera, lo que nos generó fue un nivel mayor de concentración.
-¿Cómo fue vivirlo desde la perspectiva del músico y no del productor?
-Para mí, la diferencia entre estar produciendo o no es muy técnica. Lo que hago en el estudio es lo mismo, produzca o no. Lo único que fue diferente por no estar oficialmente en el lugar del productor en esta oportunidad es que no estuve presente en todas las sesiones de grabación; pero mientras estuviera allí, era imposible no estar atento a lo que estábamos haciendo todos. La mayoría de las personas que conozco y con las que trabajo tienen opiniones e ideas tan fuertes que el sólo hecho de tenerlas en la habitación hace que estén produciendo el disco. En definitiva, el tema de la producción termina siendo quién se lleva el crédito. A veces, estoy en el estudio y solamente estoy tocando la guitarra o cualquier instrumento, y finalmente aparezco en los créditos como productor, y en otras oportunidades, quizás estuve haciendo todo el trabajo, sentado con las mezclas, y no figuro como productor. Entonces, ¿qué significa ser "productor"? Nadie lo sabe. Hay un chiste de productores que dice "¿Qué hace en realidad un productor? No lo sé, ¿vos qué pensás?"(risas). Con los Bad Seeds, por ejemplo, en general yo producía con Nick, pero siempre decía "Producido por Nick Cave and The Bad Seeds", porque todos los que estaban ahí ayudaban. Jamás habríamos dicho "producido por Nick Cave y Mick Harvey", nunca, porque eso significaría ser irrespetuoso con la contribución de todos los demás. Sinceramente, no creo en esa etiqueta. Simplemente participo y ayudo en el momento de hacer un disco. Es lo que hago hace cuarenta años. Es mi trabajo y lo que pienso seguir haciendo. El crédito es ininteligible. La mayoría de las veces no significa nada.