Habrá que remontarse más de un siglo atrás, cuando el tenis todavía no era el deporte desarrollado que conocemos, para recordar a una mujer que deslumbró por sus habilidades dentro de la cancha y por su osadía ante el orden establecido fuera de ella. Jugaba como si bailara y enamoraba a todo público que tuviera la suerte de verla en acción. Esa mujer, libre, moderna y atípica para aquellos tiempos, dejó una huella tan relevante que sentó las bases para la expansión del tenis femenino. Dueña de un aura especial, personificó una profunda revolución en cada uno de los rubros a nivel internacional: modificó el paradigma del juego, provocó a la aristocracia con su vestimenta y encarnó un cambio social sobre las condiciones de las mujeres en el deporte.
Suzanne Rachel Floren Lenglen nació el 24 de mayo de 1899 en París, aunque sus problemas de salud hicieron que la familia se instalara en Compiegne, en Picardie, a 85 kilómetros de la capital francesa. Padecía asma crónica y migraña, pero nada impidió que triunfara en el deporte de la raqueta. Su padre, Charles Lenglen, era propietario de una línea de colectivos que decidió vender para lograr que su hija se convirtiera en tenista. Después de desprenderse de la compañía mudó a la familia a Niza, a metros del Niza Lawn Tennis Club, donde empezó a entrenar a la pequeña Suzanne.
Lenglen llegó a tener un gran dominio con el Diábolo, uno de los juegos más famosos de la época, por lo que logró los reflejos necesarios para crecer con la raqueta en la mano. Mientras jugaba al tenis, además, su padre la llevó a una escuela de ballet con el propósito de moldear su cuerpo para el deporte.
Con apenas 14 años, en 1914, llegó a la final del Campeonato de Francia, el torneo que hoy se conoce como Roland Garros, y cayó 5-7, 6-4 y 6-3 ante la campeona defensora Marguerite Broquedis. Meses después se convirtió en la mujer más joven en conquistar un Grand Slam en el World Hard Court Championships, considerado el verdadero precursor de Roland Garros. La Primera Guerra Mundial detuvo toda actividad y Lenglen aprovechó aquellos años para entrenarse con hombres: su padre les pagó a los mejores tenistas franceses para que la ayudaran a volverse una jugadora de ataque. Y vaya si lo consiguió.
Tras la finalización del conflicto bélico, en 1919, reapareció en Wimbledon y enloqueció a todos. En su debut en pasto, se proclamó como la primera campeona de habla no inglesa después de derrotar 10-8, 4-6 y 9-7 a Dorothea Douglass, la británica que había ganado siete veces el torneo británico entre 1903 y 1914. Aquella potencia acrobática que había logrado gracias a la danza resultó tan deslumbrante como su ropa: jugó con los brazos descubiertos, exhibió un vestido apenas por debajo de la rodilla y rompió con la formalidad de una época en la que las mujeres jugaban de largo, con el cuerpo cubierto y con sombrero.
A partir de aquel momento emergió como un ícono del movimiento emancipador de la mujer en el deporte. Apodada La Diva o La Divina, incorporó el mundo de la moda en el tenis femenino y utilizó la vestimenta como una herramienta para reivindicar su independencia. Se maquillaba antes de los partidos, tomaba coñac en los cambios de lado y desafiaba de forma constante a los sectores más tradicionalistas. Incluso llegó a tener un arreglo con el famoso diseñador Jean Patou para que confeccionara su vestuario.
Rebelde fuera de la cancha, Lenglen ya era una jugadora imbatible dentro de ella. "Las rivales cuentan los puntos y no los games cada vez que jugaban contra ella", solía decirse durante su esplendor. Gracias a su inusual potencia física y sus elegantes movimientos, sólo perdió siete de los 348 partidos que disputó en toda su carrera, comprendida entre 1912 y 1926. Conquistó seis títulos en Wimbledon, seis en Roland Garros, cuatro en el prestigioso World Hard Court Championship y trece en dobles de Grand Slam, además de tres medallas olímpicas en los Juegos de Amberes 1920.
También es dueña de varios récords históricos: es la única jugadora que ganó Wimbledon en singles, dobles y dobles mixto el mismo año (1920, 1922 y 1925); atesora una racha de 181 triunfos al hilo entre 1921 y 1926; perdió apenas cinco games en Wimbledon 1925; y ganó la final de Wimbledon de 1922 en sólo 26 minutos ante la estadounidense Bjurstedt Mallory, quien la había superado el año anterior en su única incursión en el US Open.
Lenglen fue la primera gran estrella del tenis femenino, un ícono a nivel internacional, pero además abrió el camino a las nuevas generaciones tras convertirse en la primera jugadora profesional. En 1926, luego de ganar el "Partido del siglo" frente a la estadounidense Helen Wills -llamada a ser su sucesora-, la leyenda francesa llegó como favorita a Wimbledon pero, en uno de sus partidos, no se presentó y recibió innumerables críticas. Aquel suceso la empujó a volverse profesional, en plena época en que los grandes torneos estaban habilitados para aficionados. "Bajo estas absurdas reglas apenas las personas adineradas pueden competir; ¿esto genera que el tenis sea popular o sólo busca esconder el talento de hombres y mujeres cuyos nombres no están en el registro social?", sostenía.
Contratada por el empresario estadounidense C. C. Peyle, emprendió giras de exhibiciones en Estados Unidos por 75 mil dólares al año. Tiempo después, en 1927, se retiró pero siguió ligada al tenis tras fundar una escuela al lado de Roland Garros. Su legado es tan preponderante que el segundo estadio del Grand Slam francés lleva su nombre desde 1997.
La mujer que lo había abarcado todo estuvo durante años sumergida en el anonimato. El mundo no supo nada de La Diva hasta que le diagnosticaron leucemia en 1938. Se volvió ciega y falleció el 4 de julio de ese año. Décadas más tarde, en 1978, ingresó al Salón de la Fama del Tenis Internacional. Y no era para menos: Lenglen cambió el tenis para siempre.