Lo que mal empieza, casi siempre, mal acaba. Cualquiera que haya examinado las imágenes del inicio del Adria Tour en Belgrado, semanas atrás, bien pudo haber imaginado lo que vendría. Porque lo que hizo Novak Djokovic, el mejor tenista del mundo, fue organizar una exhibición sin ningún tipo de medida sanitaria en plena pandemia. Cuando el coronavirus sigue tan vigente como nunca, y ya se cargó miles de víctimas en cada rincón del planeta, el serbio impulsó un evento deportivo como si viviéramos en la vieja normalidad: no hubo distanciamiento social, la gente colmó el estadio sin butacas libres, nadie utilizó tapabocas, ninguna autoridad facilitó el acceso a alcohol en gel.
El escándalo se desató días después del arranque, cuando el torneo nómade ya había pasado por Belgrado y estaba por finalizar la etapa en Zadar, Croacia: la final entre el propio Nole y el ruso Andrey Rublev fue cancelada de inmediato después de que el mundo supiera que el búlgaro Grigor Dimitrov (19° del ranking) había dado positivo por coronavirus.
Aquel suceso, el primer daño colateral, originó un efecto dominó del que todavía no conocemos el ocaso: también están infectados, al menos, el croata Borna Coric (33°); el serbio Viktor Troicki (ex 12°) y su mujer embarazada; Marko Paniki, el preparador físico de Djokovic; y Kristijan Groh, el coach de Dimitrov. Lo más grave, como si todo esto fuera ínfimo, es que los involucrados jugaron al fútbol, compartieron partidos de básquet y hasta disfrutaron de fiestas nocturnas como si no existiera un virus letal con alta contagiosidad y del que poco se conoce en el mundo. Con la bomba ya detonada, Djokovic ni siquiera aceptó ser testeado en Croacia; se tomó un vuelo privado a su ciudad natal, donde se hizo la prueba y ya espera por el resultado médico.
Tanto Djokovic como el gobierno serbio y los organizadores del certamen no hicieron más que poner en riesgo la vida de las más de cuatro mil personas que asistieron; por más que los responsables hayan comunicado que el público está fuera de peligro, ¿cómo saberlo a ciencia cierta? ¿Hasta dónde llegará el daño real de semejante despropósito?
Las acciones del mejor tenista del planeta colisionan de forma permanente con el mensaje que debiera reflejar al mundo ante una tragedia que no tiene precedentes. En un contexto en que la gente muere a cada minuto por el colapso de los sistemas de salud más sofisticados, se espera que las figuras reconocidas del deporte puedan dar el ejemplo, hacia adentro y hacia afuera. Pero Djokovic, por el contrario, se ocupó de hacer todo al revés. Primero dejó clara su postura antivacunas y ahora desarrolló un torneo que, a juzgar por las imágenes, bien podríamos pensar que tuvo lugar antes de la irrupción global del covid-19. Hasta el propio Nick Kyrgios, tan irreverente como polémico, supo entender la gravedad del momento: “Fue descabellado seguir adelante con la exhibición; esto es lo que sucede cuando ignorás todos los protocolos”.
Además de ser el número uno y uno de los deportistas más influyentes del mundo, Djokovic es el presidente del Consejo de Jugadores de la ATP. Más allá de la iniciativa de hacer una suerte de colecta para los tenistas más perjudicados por la pandemia -medida que quedó sin efecto-, ni siquiera estuvo presente en la reunión por Zoom que enfrentó a 400 tenistas con autoridades tanto de ATP como de la USTA, la Federación de Estados Unidos, en un choque de intereses por el eventual regreso del circuito y la realización del US Open. En ese cónclave el serbio debió velar por las intenciones de sus colegas pero, en cambio, disfrutó de un partido de fútbol para promocionar el Adria Tour. Quizá tenga que poner a disposición su cargo en el Consejo después de protagonizar un escándalo tras otro. Si bien las consecuencias finales están por verse, el NoleGate ya puso en jaque la vuelta del tenis. Y Djokovic, cuanto menos, tendrá que dar explicaciones.