Se las ve bien: son las dos lindas, tienen un poco más de 50, un gato bengalí, tensión sexual, un mucamo filipino bien mariquita, una casa divina de dos plantas de alta decoración y un auto de alta gama por el que se las ve ir de la hermosa Roma hasta el mar, atravesando esa forma deslumbrante del campo, la que tiene colinas que hacen que los cultivos se vean como matices de verde inquietos, como cuadros con el único e inacabable tema de todo eso que cabe en la palabra verde. Podría decirse algo semejante de Roma y el ocre.
Pero esta película, Entre nosotras, no se trata de colores. “Nosotras” es, en principio, una rubia, Federica, y una morocha, Marina. ¿Qué problema podría tener “nosotras”? Veamos: la morocha fue actriz pero se aburrió o se cansó y se abrió un restorán con el que le va bomba. Y es buena mina, cuando termina el día carga un camión con lo que quedó de su comida de autor y lo manda a un refugio. Como fue actriz y es empresaria, le hacen una entrevista. Tranquilamente lesbiana, cuenta que está enamorada de una mujer llamada Federica. Unos días después llega a su casa y el mucamo le advierte: “Federico –sí, le cambia el género, chiste cuir– está intratable”. Con la revista en la mano, la rubia le reprocha a Marina su indiscreción. Y ahí empieza a estallar el conflicto que narra la película: a Federica no le gusta nada que se haga público su lesbianismo. ¿Trabaja para el Vaticano? ¿Dirige un jardín de infantes del Opus Dei y tiene miedo de perder su trabajo? No, es arquitecta y parece tener un par de problemas, pero ninguno de dinero. En italiano la película se llama “Lo e lei”, Ella y yo. Por una vez, la traducción le gana al original: entre nosotras, la frase nominal, habla de ellas, pero también de algo del orden del secreto o del ghetto.
Es una película linda que no parece tener mayores ambiciones que contar la historia de dos mujeres, una bien afuera del closet y la otra medio adentro, con miedo. Pero tal vez las apariencias engañen y Entre nosotras nos esté hablando de Italia, el país que tiene al Vaticano metido ahí en el centro de su centro. Un país del primer mundo que todavía no tiene matrimonio igualitario. Que no permite la adopción a las parejas homosexuales ni el acceso igualitario a las técnicas de procreación asistida. Un país que fue gobernado años y años por una bestia machista como Berlusconi. Un país en el que los crímenes de odio no son extraños. Un país cuya Radiotelevisora estatal, la RAI, transmitió en 2008 Secreto en la montaña con las escenas homosexuales censuradas, incluido un besito. Hablaron de error, prometieron pasarla entera la vez siguiente y la volvieron a pasar en 2011 con los mismos cortes.
Entonces, tal vez, Entre nosotras nos cuenta, en el miedo de Federica, la presión social y del poder eclesiástico contra cualquier forma de vida que se salga de sus hipermachistas mandatos. No hay que olvidar que en la mitología cristiana, la familia fundadora son un padre, un hijo, un espíritu que parece ser también macho y una mujer con menor o ningún rango de divinidad, depende del momento histórico y de la variedad de cristianismo, que lo único que tiene para decir es “que se haga en mí tu voluntad”. Fuerza a todas la Federicas del mundo.