“Ahora tenés que sacarte la ropita”, le dice el agente flaco, 1,85 de estatura, morocho, pelo corte militar, mientras lo obliga a desvestirse en el calabozo del fondo de la comisaría 1ª de Pilar. El mismo policía bonaerense joven y sin identificación que al momento de detenerlo empezó a reírse y a llamarlo “maricón”.
Entre dos efectivos lo requisan desnudo a Lucas, 26 años, detenido por tener cannabis para uso personal en la mochila. “Quiero mi celular, quiero hablar con mi abogado, quiero enviarle un mensaje a mi madre”. Una escena que podría haber ocurrido o estar ocurriendo en cualquier comisaría bonaerense. En Pilar, en los pueblos cercanos a Bahía Blanca, en el centro de La Plata, en un destacamento de Lomas del Mirador. A Lucas no le permiten comunicarse con nadie ni saber qué hora es, ni cuánto tiempo permanece encerrado solo en el calabozo del fondo.
Se ríe mucho el agente 1,85, cuando -al obligarlo a desnudarse- le ve el tatuaje de CFK en el brazo a Lucas. Al policía le despierta algo fuerte en su interior esa insignia. Mucho más que las medias arcoíris que llevaba Lucas y de las que se burló al comienzo. A lo largo de la tarde, el flaco pasa seis o siete veces a visitar a Lucas para burlarse. “¿Viste que hoy, encima, está de visita tu presidente en Pilar? A ver, decime (risas) ¿dónde están tu Presidente y el Movimiento Evita para ayudarte ahora?”.
Lucas es militante territorial. Activa en FORJA, en la Asamblea Permanente Lgbt+ de Pilar y en la Agrupación Cannabicultores del Norte. Trabaja en las ollas populares de Barrio Agustoni. Vuelve a reclamar que lo dejen comunicarse con su abogado y con su madre.
Nada. Pasan las horas.
Desde el calabozo, Lucas alcanza a divisar abierto el portón del playón de móviles policiales. Por un lado le produce la ansiedad de un posible traslado y por otro la tranquilidad de que desde afuera puede oírse lo que ocurre en la comisaría.
El policía flaco que lo detuvo y otro -más joven aún y de baja estatura, 1,65, que cumplía el papel de “policía bueno”- aparecen ante el calabozo con unos papeles y cierran abruptamente el portón de vehículos. Lo hacen salir del calabozo a Lucas, le ordenan ponerse de espaldas a la pared ubicando las manos como si estuviera esposado. Le hacen sostener un papel con un número escrito, siempre de espaldas. Lucas pide que lo dejen darse vuelta. El tiempo no pasa. Los policías –tan jóvenes como Lucas- se burlan. No es la foto para el sumario, de frente y de perfil. Es un pibe gay de espaldas y sin posibilidad de defensa. “No, pibe. No te podés dar vuelta. Quedate así”.
¿Qué se hace con un preso de espaldas y al que no se permite ponerse de frente? ¿Qué pasa con un preso de espaldas que se niega a firmar una declaración que lo incrimina y pide un abogado o avisarle a su madre que lo tienen detenido? ¿Qué pasa con un preso joven militante social, gay, consumidor de cannabis, cristinista, cuando está en custodia y de espaldas a un policía que le manifiesta más de siete veces su odio –al menos dos formas de odio, por razones de género y por razones políticas- y a otro policía cómplice de esta situación?
Lucas sopesa las circunstancias y firma, bajo ese estado de amenaza, un acta que lo incrimina y no señala ninguno de los actos de odio y tortura psicológica que padeció en custodia.
La detención ocurrió el lunes 24 de agosto, aproximadamente a las 15, en la placita frente a la Escuela 45 de Villa Morra. Lucas transitaba en bicicleta. Ahogado por el esfuerzo, se bajó el barbijo. Esa fue la excusa para pararlo y revisarle la mochila. Lucas se negó porque los dos policías bonaerenses en bicicleta (el flaco alto “malo” y el flaco bajo “bueno”) no llevaban identificación. Era evidente para cualquiera que el procedimiento, realizado en esas condiciones, podía derivar en cualquier cosa. Peor cuando el flaco alto le vio las medias y llamó “maricón” a Lucas. Lucas les explicaba que a la luz de muchos fallos judiciales es inconstitucional que lo detengan por tenencia de cannabis para consumo personal. A los policías anónimos no les importaba ningún argumento. Ya habían decidido qué iban a hacer con Lucas. Lo acorralaron, lo agarraron de un brazo y lo obligaron a vaciar su mochila en el piso delante de un testigo al paso y de otros dos policías, de la Comunal de Pilar. El flaco alto lo puso contra las rejas de la placita y le clavó las esposas en la carne.
Acto seguido, a Lucas lo trasladan en el móvil de la Comunal de Pilar al Hospital Sanguinetti para comprobar ausencia de lesiones. Les pregunta a estos efectivos comunales si habían escuchado el trato que le dio el agente de la bonaerense. Los comunales se desentendieron y negaron haber escuchado algo. Lucas, que se cuidó del covid durante todo el aislamiento preventivo obligatorio, se sintió expuesto en la revisación en el hospital. Desde allí, el móvil lo condujo al calabozo de la comisaría 1ª de Pilar, donde ocurrió todo lo detallado.
“Temí por mi vida, sobre todo cuando no me dejaban avisar a nadie de mi detención”. Le cuesta hablar sobre el tiempo que pasó de espaldas, encerrado con los dos policías, e incluso dimensionar la gravedad de la situación. Pero sí intuye que su vida corrió peligro en ese momento. Por eso firmó.
Luego de firmar, lo dejan nuevamente en la celda. A los 10 minutos se apersona un jefe de la seccional. Lo sacan del calabozo, le ponen las zapatillas (todes sabemos el valor simbólico y afectivo de las zapatillas para les pibis de los barrios). El jefe le lee que le van a labrar un acta por tenencia simple y que “esto te puede traer muchos problemas en tu vida”.
Ya es de noche. Lucas pasa por una ventanilla y le devuelven sus pertenencias, entre ellas su celular. Nadie ni nada se pierde en una comisaría.
Lucas recibe en estos días el acompañamiento del Municipio de Pilar y de funcionaries de la Nación y la provincia de Buenos Aires. “Con mi abogado hicimos la denuncia por el atropello sufrido”. Las organizaciones sociales de Pilar se movilizaron al día siguiente frente a la comisaría 1ª de Pilar y la causa por violencia institucional sigue su curso ante la Justicia.