Se llega al amarradero del Riachuelo del lado de La Boca y se llama al botero, él se acerca a la orilla remando y por cuatro pesos nos cruza agitando el río espeso. De un lado el puente viejo, ahora pintado de plateado, desnudo de su relato histórico; del otro, el puente “nuevo”, con las escaleras mecánicas y la mole de cemento; un viaje hacia una Venecia de arrabal.
Llegamos a Avellaneda, el trayecto es breve, en menos de cinco minutos estamos en la isla Maciel. Parte de su territorio es semejante a La Boca, casas coloridas de chapa en el exterior y madera en el interior, ya no existen los astilleros y los frigoríficos repletos de trabajadores, ni tampoco los burdeles que la hicieron tristemente famosa. Más al fondo hay una villa de larga data y otra, “la villita”, en la que viven unas 1.500 familias, cifra que aumenta día a día debido a la cantidad de gente despedida de su trabajo y desalojada de viviendas de alquiler y pensiones.
Nos espera un grupo de mujeres que forman parte del motor que diariamente combate el abandono del Estado y las condiciones precarias de lxs más vulnerables. La cita es en El Convento, Montaña 445, una construcción de más de 50 años que funciona como centro de actividades y recreación, comedor popular, y sede de La Fundación nacida en agosto de 2011 para atender las necesidades más acuciantes y proyectar la conversión de la villa en un barrio. “El último año han cambiado brutalmente las condiciones, abrimos comedores debido a la demanda y el hambre, todo se desbordó. El 80 por ciento de la gente está en Argentina Trabaja, que tuvo un recorte enorme, es muy difícil encontrar trabajo y asistimos a esas familias para que no se sientan solas, que no derrapen”, explica Delicia Ocampo Benítez, de 36 años, que nació y vivió 32 años en la isla y, después de grandes esfuerzos, está a punto de recibirse de trabajadora social.
Uno de los comedores está en El Convento y asiste diariamente a más de 100 chicxs, la gente grande se avergüenza y evita comer allí; el otro comedor está en la calle Pinzón, la zona más pobre, cruzada por las vías de un tren de carga que transita de noche haciendo temblar las precarias viviendas. Allí comen alrededor de 200 chicxs.
“Hoy por hoy las mujeres de acá son las que van al frente, nosotras tenemos muchas madres solas con sus niños que van a los comedores, los hombres prácticamente se fueron o salen a cartonear y ellas quedan con sus hijos. Hay vulnerabilidad respecto de la promoción de la salud y eso implica madres con muchos hijos e hijas, gran cantidad de embarazo adolescente. Son casi nenas y a pesar de la concientización que se hace y la medicación anticonceptiva que nos provee la Unidad Sanitaria, no se concreta el cuidado necesario, vienen con sus madres y sus hermanitos a pedir ayuda”, subraya Alicia Velásquez, 45 años, casada, con un hijo, coordinadora del comedor de El Convento. Todxs tienen su teléfono, la llaman a cualquier hora por incendios, heridxs, velatorios, vestir muertxs, bendecir o bautizar, el cura Francisco, párroco de Maciel y motor indispensable del trabajo social, la hizo ministra de la Eucaristía y ayudante en la misa: “la Iglesia sigue siendo machista y retrógrada, pero él lo decidió así y dice que pronto va a haber mujeres curas”, afirma.
Abusos y prevención
Recorremos la isla, nos llevan al fondo, a Pinzón, caminamos entre las vías, hay zanjas, ratas y el agua está contaminada. En los pasillos y calles juegan chicxs de todas las edades, madres adolescentes con bebés en brazos; al atardecer se toma mate en la puerta. Norma Del Castillo, de 51 años, es encargada del comedor, vive en una habitación en El Convento, y ha pasado su vida en villas del conurbano. Su voz es dulce y serena. “Acá la mayoría de las mujeres dicen que el marido les pega, las hieren, pelean, ellos las echan y se van a lo de una vecina. La policía no les toma las denuncias, tampoco pasa mucho en la Comisaría de la Mujer, en Avellaneda. Si están indocumentadas no les toman la denuncia”. Las mujeres subrayan que es indispensable acompañar a quienes padecen violencia de género, se comienza con la denuncia pero después hay un proceso en el que si no están acompañadas no la ratifican. Los martes atiende en La Fundación la gente de ATAJO (Programa de Acceso Comunitario a la Justicia) que ayuda e impulsa los trámites. Sin embargo, “ellas a veces los perdonan a los tipos o no tienen adónde ir o como mantener a los hijos”.
Entre mate y mate relatan que muchas mujeres llegan a tener consecutivamente cinco parejas distintas y que sienten como la obligación de “darle un hijo a cada tipo”, pero los hombres no quieren a lxs hijxs anteriores de ellas y habitualmente lxs maltratan psicológica y físicamente. “Y los pibes corren desesperados a la calle o a nuestras casas y nos dicen ‘no quiero estar más ahí, mi padrastro me echó, mi mamá no hizo nada, no me protege, cómo puede ser que no me ayude’, y es que no todas las mujeres tienen la fortaleza necesaria”, explica Norma.
Marcela Alegre, de 39 años, es cocinera en el comedor de El Convento, vive en Maciel y relata que fue abusada y golpeada. “Tenía mucho miedo, me acerqué a este lugar y conocí a Delicia, a Norma, a Alicia, a Naty y a otras compañeras, y me fui sacando ese miedo. Mi pareja anterior me golpeaba, me ataba a la cama, me pasaba corriente eléctrica, me desfiguraba. Yo hacía la denuncia, pero él se escapaba y no lo encontraban. A mi marido actual también le tenía miedo, me miraba y yo temblaba, pero ahora me mira y yo le doy dos miradas más... Ya pasé un montón de cosas, se acabó”, dice terminante.
La madre de Marcela se crió entre golpes y su primer marido era alcohólico; con él tuvo tres hijxs. Cuando se separaron, Marcela tenía dos años y al poco tiempo su madre formó otra pareja con un hombre al que ella empezó a llamar “papá”. Cuando tenía once, él de pronto le dijo “dejá de llamarme papá, yo no soy tu padre, sos hija de Marcelo”, pero su madre se lo negaba. Poco después su mamá se internó en el hospital a punto de parir a otrx hijx. Con ese hombre tuvo siete en total. Esa noche el padrastro volvió a la casa e intentó abusar de Marcela, le arrancó la ropa, la manoseó, pero ella logró escapar por la ventana y se refugió en la casa de unos vecinos. “Dos días después mi mamá salió, mi padrastro le pegaba y entonces ella me pegaba a mí. De grande conversamos y ella me lo explicó, ‘¿mamá por qué usted me pegaba si yo no hacía nada malo?’ le pregunté, y ella me dijo ‘porque yo tenía bronca y me la sacaba con vos que no tenías nada que ver, te traje al mundo porque me gustó, pero cometí errores, te pido perdón’. Entonces me animé y le conté que su marido había abusado de mí: me pegó con un palo en la cabeza, tres días en cama estuve, tenía once años y me empleó cama adentro. Viví ahí hasta que se terminó el trabajo, el sueldo lo cobraba mi mamá, y ya no volví más a mi casa”, cuenta mientras amamanta a su bebé.
Un postre y un beso
En la isla hay un Centro de Prevención de Adicciones (CPA), un espacio abierto a la comunidad donde se tratan situaciones de consumo problemático de alcohol y drogas, y su impacto en las familias, incluyendo lo que es violencia de género. Según Alicia, el 70 por ciento de las mujeres y niñxs del lugar pasan por situaciones de violencia de género y/o intrafamiliar de una forma u otra. “Les digo a las mamás ‘le pegás y le duele un ratito’. Lo que sirve es hacerle entender por qué lo estás retando y decirle ‘hoy no vas a mirar la tele o a jugar a la pelota hasta que no reconozcas qué hiciste mal’. Eso los conmueve más que si les pegás, porque ellos están acostumbrados a los golpes. En los comedores no solo se trata de llenar el estómago, las encargadas y los voluntarios que colaboran en la tarea promueven situaciones de cariño, de un contacto amoroso con lxs niñxs, eso que no encuentran en sus casas.
Natalia Alvarez, de 35 años, es coordinadora de la Casa del Niño, un centro de actividades educativas y recreativas para favorecer el desarrollo integral de chicxs de 3 a 12 años, y también colabora en los comedores: “Con los niños y adolescentes que trabajamos es darles el postre y un beso, una caricia, cariño. Intentamos comunicar eso, no la situación de la cena para venir, llenarte la panza e irte. Es un momento para estar con otros, una mesa en paz que no siempre se logra -dice sonriendo- porque gritan, hay violencia, es lo que traen de la vida, pero es lindo ver que van cambiando. Y los viernes se van y nos dicen ‘hasta mañana seño, que tenga buen fin de semana’, chicos que eran tremendxs, que se la pasaban en la calle y hoy se pelean por colaborar, se portan de otra forma. Esto es darles un espacio en el que vean algo distinto de lo que tienen en su hogar, que sepan que eso existe”.
¿Hay mucha droga en Maciel?
-Hay mucha venta y consumo en La Boca, en el barrio chino; a la madrugada van a Villa Zavaleta. Los pibes empiezan cada vez más chicos a consumir, y ahora ves a los de 60 o 70 años también. Esto está presente en todos los ámbitos. En el Centro de Prevención de Adicciones se trabaja permanentemente para ayudar a los chicos que las padecen, que sepan que estamos, porque hay ausencia familiar, muchos terminan viviendo en la calle.
Talleres y embarazos
Los talleres de género funcionan y las referentes del barrio insisten en la prevención de la salud y la posibilidad de evitar los embarazos no queridos.
El cura Francisco logró que un médico de la Unidad Sanitaria Nº 9 atienda una vez por semana en el barrio, hay una fuerte campaña de concientización y se implementa lo necesario para que en el Hospital Argerich las mujeres que no quieren embarazarse puedan hacerse un “implante subcutáneo”, que es un método más avanzado que el DIU (Dispositivo Intrauterino) y que da buen resultado. Alrededor de un centenar de mujeres del barrio se lo han colocado. En el caso de las hermanas Jessica, Mariana y Marcela Romero, tres de ellas tienen entre tres y cuatro hijxs de distintos padres, algunos de ellos están presos por consumo de drogas o delitos menores y otros las abandonaron. “Ellos se van cuando les decimos que estamos embarazadas, pero es mejor eso a que te traten mal, a lxs chicxs no les hacemos faltar nada, vamos al comedor y ahí ayudamos a servir y colaboramos”, cuentan.
A sus 36 años, Silvia Alvarez encabeza en Maciel la lucha por el Plan Qunita suspendido por el gobierno macrista en febrero de 2016. Junto a una gran cantidad de mujeres de distintas villas armaron un pesebre frente a la Quinta de Olivos exigiendo la continuidad de la entrega del kit con las cunas y los elementos para los recién nacidos. Otro grupo de chicas se vinculó en Dock Sud con coordinadoras de Ni Una Menos para sumarse al Paro de las Mujeres del 8 de marzo.
Nadie nace chorrx
Francisco Olveira (52), es su nombre, pertenece al Grupo de Curas en la Opción por los Pobres, herederos del padre Mugjica, entre otros. Vive en la villa como párroco desde hace 12 años, tras haber estado en asentamientos del conurbano y en poblaciones vulnerables de Latinoamérica. Abogado y enfermero, es impulsor de gran parte de las actividades que se realizan en el barrio. En su casa hay fotos del Che, de Mugica y el obispo Angelleli, de Milagro Sala, estatuitas del Gauchito Gil y de la virgen de Luján. “Cuando llegué a Maciel de la parroquia no quedaba nada, un año y medio antes había fallecido el cura que estuvo 40 años. Creo que un cura en una villa o barrio vulnerable no se dedica a lo estrictamente religioso, yo no distingo, para mí es tan religioso cortar una ruta como hacer un bautismo, y desde mi fe tiene tanto que ver con la dignidad una cosa como la otra, aquí no podés dedicarte solo a lo puramente espiritual o religioso”, dice tajante y sereno, tras haber hecho huelga de hambre por la libertad de Milagro Sala. “Acá son las mujeres las que se ponen todo al hombro, padecen violencia y luchan cotidianamente contra eso. Tenemos un refugio para mujeres con y sin hijos; cuando empieza a faltar el laburo recrudece la violencia interna, la desintegración en los hogares y terminan pagándolo ellas”. Lxs pibsx lo llaman “padrino”, y en bermudas, camisa y sandalias camina los pasillos cubriendo necesidades y dando afecto. El cambio de signo político, en diciembre de 2015, significó la quita de numerosas iniciativas llevadas adelante con apoyo del gobierno anterior que articulaba desde el Ministerio de Desarrollo Social con los curas villeros. “Tuvimos programas que ahora están en veremos como la Cooperativa textil o el “Mejor vivir” que era una maravilla, mejoramiento de viviendas con créditos accesibles que le cambiaban la vida a las familias que nunca tuvieron un baño, ni agua en su casa. El gobierno de Macri considera eso un gasto y no una inversión, pero seguimos laburando. Tenemos voluntarixs, talleres de creatividad, hay gente que da su tiempo y trabajamos intensamente con lxs chicxs. Es más fácil trabajar para que ningunx entre en el circuito de la droga o se pregunte para qué sirve su vida, la verdad es que aquí estás todo el día remando contra la corriente, nadie nace chorrx, pero a algunxs la sociedad no les ofrece otra cosa. Es más sencillo proponerles un futuro, una esperanza, que sacarlxs cuando ya están en ese camino”, concluye.