Suben cinco pibitas de unos 15 años al colectivo de la línea 53 en la parada más cercana a la villa de Lamadrid (La Boca). Se sientan y empiezan a comer naranjas. El colectivo circula por Almirante Brown, a la altura del hospital Argerich. Las chicas ven por la ventanilla a un pibito de la misma edad y clase social que ellas, con remera rosada, contra todo código barrial de vestimenta. El colectivo está parado en un semáforo. Sacan todas la cabeza por las ventanillas y no paran de gritarle PUTO, con odio feroz. Si lo agarran solo en la calle desierta, creo que lo revientan a trompadas al pibe.

Salgo a defender al chico, les digo que soy torta, y me empiezan a arrojar cantidad de cachos de naranja al cuerpo. Represento lo más bajo en la jerarquía sexual: vieja, gorda, torta, anteojuda. Nadie en el colectivo dice nada. Estamos frente al Argerich, el hospital donde murió mi compañera, Martha. Y solo tengo ganas de llorar.

¿WACHINAS A LA BASURA?

La cultura de la cancelación y de la equiparación de todas las violencias llevaría a decir automáticamente “estas chicas son unas violentas”, “wachinas hdp, hdy, de m, o de esto o lo otro”, “te abrazo”. Y listo. El conjuro al monstruo lo resuelve con llanto, “yo sí te creo”, “yo te escucho”, y listo el pollo, pasamos a escrachar al siguiente monstruo.

No voy a llamar a estas pibitas "violentas". Soy universitaria, no vivo en extrema pobreza, en la lotería de la mezcla me tocó una piel que hace que me lean de origen europeo. Provengo de una familia mitad criolla uruguaya, mitad afroargentina. Mis antepasades europees más cercanes son dos tatarabueles, una pareja de vascos que llegaron al Uruguay alrededor de 1870 y no sabían castellano. En el euskera (idioma vasco) de su pueblo de Guipúzcoa, culo se decía “puri” (en el euskera académico de hoy se dice “ipurdi”). Negro se dice “beltxa” (se pronuncia belcha). Extrañamente esas dos palabras unidas se transmitieron de generación en generación y fueron aplicadas por esa rama de la familia (cuando hablaban entre elles) a mi padre, el hijo del negro apuntador del puerto que fumaba toscanos. Eso me enteré cuando llegué a la adolescencia. Le decían “el puri belcha”. Así que algo sé de racialización. No me borro de la cabeza la mirada de los vecinos hacia el padre puri belcha de la mano de su hija blanca de piel blanca como la leche, sobre todo cuando mi padre era el negro malo que le peleaba el vuelto a un kiosquero estafador y le enseñaba a su hija a no dejarse pasar por encima.

También sé por ese hombre la importancia de la honra. De “tener siempre el culo limpio”. Que “los putos son lo peor del mundo”, que hay que molerlos a palos, que…. Y supe más aún de qué se trataba el asunto. Para qué les voy a contar. El 99 por ciento de los hombres de su generación pensaba lo mismo. Y para el pobre y la pobra, al menos en esa época, la honra era la única posesión. Procrear hijos también. Los ricos podían darse el lujo de pensar otra cosa. El 1% de los pobres que se atrevían a saltar la valla y gritar ¡libertad! ¡mi culo es libre y quiere masa! ¡mi concha es libre y quiere torta! terminaban molidos a palos o peor, por otros de su condición o por la policía. Yo creía que eso ya había pasado, que la derogación de los edictos policiales, las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género habían borrado la posibilidad de ataques en público como el que me ocurrió en el colectivo de la 53 (nuestro primer corte de calle contra un ataque a dos compañeras lesbianas en un colectivo de la 140 fue en 1988). Pero las wachinas naranjeras me hicieron ver que esto no terminó. Que no cambiaron mucho las cosas. Que al que se viste de puto se lo insulta o se lo muele a palos si no quiere entrar en razón. En la calle no hay ley que valga. Lo que vale es la honra.

EL FEMINISMO DE LAS PASIONES TRISTES

Tuve los elementos para darme cuenta de que la heterosexualidad no es mi honra ni mi única posesión a cuidar. No voy a detallar aquí los sufrimientos físicos, mentales y ¿morales? que implicaron el camino a ser parte del 0000,1% que salió a la calle por primera vez en la Argentina con una cinta lila en la frente que decía “Apasionadamente lesbiana” (esas cintas las cortó y las escribió a mano la cantante de blues Elena Napolitano, querida Elena de Mataderos). No me vengan a hablar de llantos y sufrimientos. En esta estoy 100% con la ética de Baruj Spinoza. Las pasiones tristes debilitan, matan. Las batallas se ganan transformando la tristeza y el dolor en alegría y plenitud, enfrentando con fiereza y con astucia al enemigo y analizando la situación completa, no solamente la parte que nos compete. El enemigo no está completamente afuera. Creer que el enemigo es radicalmente otro es imaginar que hay una trascendencia tacho de basura (qué fácil es en la sociedad argentina mandar al negro o la negra al tacho de basura, las cárceles están llenas de racializades. El secreto más podrido de la sociedad argentina es el racismo estructural. No quiero un feminismo cómplice del racismo estructural). Es como creer que mandamos un archivo a la papelera y se borró del disco rígido. No quiero pensar que alguien crea que retirando un grano de arena por día se vacía una playa de arena. Mi amiga filósofa Vivi me dice: “Hay que buscar el palito chino que haga caer todo en un solo movimiento”. Para eso hay que analizar las estructuras, que son complejas, imbricadas, enmarañadas.

¿Saben lo que decretó la comunidad en la que vivía Spinoza, entre otras cosas porque se atrevió a asociar las pasiones tristes al mal?

“Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. El Señor borrará su nombre bajo los cielos y lo expulsará de todas las tribus de Israel abandonándolo al Maligno con todas las maldiciones del cielo escritas en el Libro de la Ley. Pero ustedes, que son fieles al Señor vuestro Dios, vivid en paz. Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o transcripto por él”.

Hay jerarquías sexuales imbricadas con la clase y la raza. Los análisis del feminismo heterosexual blanco y radical son solamente parches que sirven para sostener el régimen heterrorsexual. Y lustrar la jaula desde el lado de adentro. Que a esta altura del siglo XXI las lesbianas sigamos siendo fuerza de trabajo, logística y furgón de cola del feminismo heterosexual, blanco y radical que no se corre un milímetro de las pasiones tristes, no hace más que reforzar el conjunto del sistema de opresiones.