Andrea Collarini nació 29 años atrás en Nueva York pero vivió y se desarrolló como tenista desde muy chico en la Argentina. En su etapa junior integró la famosa camada '92, un grupo que sorprendió al mundo por resultados, valor cualitativo y cantidad de jugadores. El zurdo se destacó en el ciclo juvenil y llegó a ser finalista del Mundial sub 16 junto con Agustín Velotti y Facundo Argüello, dos de sus compañeros de generación, la misma de Diego Schwartzman, Nicolás Kicker, Renzo Olivo y Federico Coria, por caso. Un tiempo después aceptó una propuesta de la USTA -Asociación de Tenis de los Estados Unidos- para jugar con la bandera de su país de nacimiento. En la etapa sub 18, ya como "jugador norteamericano", fue número 5 del mundo en 2009 y alcanzó la final de Roland Garros en 2010 -cayó con Velotti-.

Aquel período estadounidense, con base en Boca Ratón, Florida, incluyó un crecimiento deportivo para Collarini, tanto dentro de la cancha como en la acumulación de experiencias, como haber sido sparring del equipo de Copa Davis. Casi tres años después, sin embargo, decidió volver a jugar con la nacionalidad argentina. "Mirando en el tiempo lo veo como una enseñanza muy grande, aprendí mucho de eso”, le contó el zurdo a Página/12, en una charla en la que abrió su corazón.

Años después de aquella exposición que supo tener durante la etapa de junior y sus primeros pasos como profesional, hoy Collarini intenta capitalizar el tiempo libre de una forma distinta, toma el tenis como su trabajo y amplía la mirada hacia costados que gran parte de los jugadores, inmersos en la burbuja del circuito, no suele observar. Algo en su cabeza hizo un clic: “Ahora disfruto mucho más por todo lo que aprendí. Disfruto del tenis y de las cosas que me da el tenis. Si estoy en Europa y tengo unos días los uso para pasear y antes no lo hacía. Me siento más consciente. Los tenistas estamos en muchos lugares que no conocemos”.          

Collarini es un luchador del circuito. (Prensa Argentina Open)

Aquel proceso de aprendizaje lo ubica como un jugador que transita el tour con suma tranquilidad y que está cerca, en cuanto a números, de volver a tocar su mejor ranking -hoy es 215°; en junio de 2014 llegó a ser 186°-. Ese camino interno también lo llevó, en los últimos años, a poner la mente en funcionamiento más allá de la raqueta y las pelotitas: "Los tenistas tenemos mucho tiempo libre en las giras y yo antes miraba series, películas o lo que fuera. Después entendí que tenía el cerebro en pausa. Miraba una pantalla y no pensaba en nada, era pasar el tiempo lo más rápido posible y eso no me gustaba. Hasta que me empezaron a interesar la filosofía y la meditación".

Entrenado por Matías O’Neille y preparado en la parte física por Hernán Rojas, el Pumita -como lo llaman en el ambiente- incluyó la meditación como una rutina relajada de la mano de Gabriel Sterin y Kevin Konfederak. Así consiguió aplicar al tenis los momentos diarios de introspección: "La meditación te ayuda para la vida. Y como te ayuda para la vida te ayuda para el tenis. No significa que el antídoto para la concentración en la cancha sea la meditación, pero si estás convencido te ayuda para la vida, y mi vida en gran parte es el tenis".

-¿Qué te llevaste de tu paso por Estados Unidos?

-Antes de irme a vivir a Estados Unidos no estaba muy convencido. Me convenía por temas económicos pero no para la vida; por calidad de vida no era conveniente porque en mi interior no estaba seguro. Escuché a la gente que sabía del tema y el tiempo me dio la razón: por más que esa experiencia me haya enseñado muchas cosas creo que hay que escucharse a uno mismo.

-¿También te aportó herramientas en lo deportivo como aprender a jugar en canchas duras?

-Sí, mejoré mucho el saque porque el tenis en Estados Unidos tiene otro enfoque, no se entrena como en Argentina: se trata de potenciar el saque, jugar en cemento, ir para adelante. Pero llegó un momento en que vivir en el mismo lugar en el que me entrenaba, sumado a la comida que no era tan buena, me empezó a afectar en lo personal. Entonces la parte buena dejó de ser beneficiosa para mí.


-¿Y ahora, casi diez años después, en qué etapa estás?

-Creo que me quedan menos años que los que ya hice y me tomo la carrera de otra manera; por más que sea profesional y apunte a mejorar cada día, lo miro desde otro lado. Las derrotas me afectan menos; obviamente que hay partidos que duelen más que otros, pero ya tiene muchas manchas el tigre. Las derrotas las tomo como una lección. Si una derrota no me dio nada para aprender significa que no la terminé de interpretar. Cuanto más te llega al corazón una derrota peor estás para la semana siguiente.

-¿Cómo llegaste a la filosofía?

-Arranqué con un libro que me gustó mucho que se llama Homo Sapiens: De animales a dioses (NdR: del israelí Yuval Noah Harari). Y ya me cuestionaba cosas de la vida, no mías pero de la vida en general, de mi carrera y de todo. Así surgió el hobby de leer sobre filosofía, psicología o meditación; en la cuarentena aproveché para hacer meditación.

-¿En qué momento empezaste a escucharte a vos mismo?

-Un paso muy importante en mi vida y en el tenis fue cuando empecé a bancar solo mi carrera, al tiempo de volverme de Estados Unidos. A mí me ayudaba mi papá y la plata que entraba de los torneos iba a esa cuenta que financiaba mi carrera. De un día para el otro, después de peleas y discusiones, le dije que no era lo que quería y que pensaba seguir solo porque me hacía muy mal, tenía mucha presión. Sentía que me llevaba la plata de la familia y les daba lugar a que me reclamaran derrotas y maneras de entrenar. De golpe tuve que despegarme de eso y y volar.

Collarini, en el inicio de la gira sudamericana de ladrillo. (Prensa Córdoba Open)

-¿Cuál fue el último libro que leíste?

-Ahora estoy leyendo uno de Osho que se llama El hombre que amaba a las gaviotas, sobre meditación y filosofía zen (NdR: Una selección de historias con perspectiva oriental aplicadas al contexto de la vida occidental). Una de las cosas de la filosofía zen es que no hay tiempo, el aquí y ahora no se mide por el tiempo. El que puede permanecer más tiempo en el aquí y ahora es el que más felicidad van a encontrar; es una persona que no se encuentra en búsqueda de nada, está bien con lo que tiene, porque uno tiene todo. Tampoco está en las polaridades: no existen las cosas lindas, feas, buenas, malas, las cosas son. Yo creo que uno puede estar feliz porque antes estuvo triste. En este mundo sabemos lo que es sentir algo porque ya sentimos lo contrario.

-¿Y el libro que más te llegó?

-Homo Sapiens, que es un libro que cuestiona muchas tradiciones que tenemos como sociedad. El dinero, los inicios del dinero, la evolución del hombre. Hay que pensar y encontrar un equilibrio porque esos ideales en el mundo en el que vivimos no existen. A tu reloj, por ejemplo, se le atribuyó un valor y a partir de ahí se piensa en el dinero. La gente se hace mucha malasangre por el dinero y es un problema que tienen casi todos. Vos tenés sólo 14 días de vacaciones y el resto, los 365 días del año, viviste para el trabajo. Y si no sabés separar llegás a tu casa y pensás en el fin de semana. Es una insatisfacción constante. El dinero es útil pero hay que tratar de trascender eso.

-¿Qué es lo mejor que rescatás de la filosofía?

Una de las cosas que más rescato de todo lo que leí es el hecho de no juzgar a nadie y entender que cada uno vive realidades distintas con enseñanzas propias. Siempre intento ponerlo en práctica. Trato de no juzgar y observar, que significa ver algo y no ponerle ninguna etiqueta. Contemplar sin poner adjetivos, porque los adjetivos modifican la historia según tu propia visión. Hay una frase que me gusta mucho: ver no es una cuestión de abrir los ojos.

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