"Obvio que está bueno ir a la escuela, pero no con miedo". "Incertidumbre". "No tenemos quien nos cuide". “Le ponemos onda, pero está la angustia de no saber qué va a pasar”. Los comentarios describen la percepción de los estudiantes de secundario decididos a cuidar su estatus sanitario frente a la segunda ola de contagios de covid-19. Pertenecen tanto a colegios públicos como a privados. Los une ver, en la obligación de la presencialidad, una maniobra de tamiz político.
"Nosotres queremos clases, pero también cuidar la salud”, definen. “Queremos clases virtuales. No exponernos. Estamos en la segunda ola, bajemos un cambio”, sostienen. "Si al gobierno de CABA le importara la educación no tendríamos el presupuesto más bajo de la historia", enfatizan. Y entienden la falta de recursos de las familias sin conectividad, como el mayor problema "en este lío". El tono coloquial pero firme los define. Desde ese lugar defienden su "derecho a estudiar, en forma digna".
En diálogo con Página/12, Luciana Coria, Agostina Vietri y Ciro Celia, entre otros alumnos consultados, sostienen que esta anomalía refleja una disputa política, la que plantea el gobierno porteño del PRO frente al DNU de Nación que indica clases virtuales para controlar la expansión del virus. Los estudiantes exponen a conciencia la falta de recursos de muchas casas para afrontar la virtualidad. “Pero la experiencia del año pasado tendría que haber servido para estar preparados”, reclaman.
“No hay contención para los estudiantes con riesgo, el modelo mixto presencial y virtual es solo discursivo”, disparan. No juegan. Tiran al blanco de la enunciación política en la gestión de la ciudad, cuestionan, y aciertan. Desde el cruce del sentido común con lo cotidiano, expresan preocupación por el papel del Estado en el cuidado ciudadano: "Obligarnos a ir ¡no es correcto!" sostienen. Se asombran de las “campañas antivacunas” y de las “fake news”. Se entristecen porque "muchos abuelos no quieren vacunarse por lo que dicen por televisión”. Y responden sus propias dudas en torno a una batalla que los excede, pero no los intimida. Se sienten “desprotegidos” pero “no inmovilizados”.
Entre las medidas adoptadas por las agrupaciones se destaca un paro activo, con clases virtuales, hasta el 30 de abril, en los colegios públicos. Apuestan a “la salud”, y esperan “que alguien ceda”, sostienen. “Todo es charlable”, conjetura Ciro sobre la discusión donde intervienen familias, gremios y hasta la Corte Suprema de Justicia. En medio están las clases y los alumnos, sus protagonistas mayoritarios: “Nosotres estamos atentes a lo que pasa y es primordial escuchar nuestras voces”, afirma Luciana, alumna de cuarto año de la Escuela de Cerámica. Ella es presidenta del Centro de Estudiantes que decretó paro estudiantil, junto a la CEB, la Coordinadora de Estudiantes de Base, que nuclea agrupaciones de colegios públicos de la ciudad.
Asistencia imperfecta
“Nuestras familias se contagian, no hay camas en los hospitales, es primordial cuidar la salud", afirma Luciana. Pero hay alumnos que van a clase. En esa asistencia imperfecta, a ella le preocupan los datos: 8 contagiados, 45 personas aisladas y “un solo docente vacunado, entre 300”. El cuadro se repite en otros establecimientos donde hoy las clases asumen un modo mixto. También se repiten el aislamiento y los contagios. “En mi curso somos dos burbujas de 18 estudiantes, pero estos días asisten tres o cuatro estudiantes por día. No solo por adhesión al paro docente, muchos no van por el miedo lógico a la pandemia, a contagiarse en el transporte público y en las escuelas mismas”, explica Ciro, del sexto año del Fernando Fader, un colegio público técnico del barrio de Flores.
Los jóvenes entienden que la propagación del virus corresponde a la circulación urbana. “Pero hay una doble moral, porque en Europa cuando llegó la segunda ola cerraron todo y si en la ciudad quieren tomar de referencia a los países europeos como siempre lo hacen, podrían tomar ese ejemplo”, sugiere Agostina, del Carlos Pellegrini de Caballito. Su colegio es privado, es chico, y puede dar respuestas a los protocolos. “Aun así, hubo una compañera contagiada y tuvimos que aislarnos”, reflexiona Agostina, que está en quinto año. Su colegio no tiene centro de estudiantes pero ella milita en “La Efervescente”, una agrupación transversal a los colegios públicos y privados en CABA. Y suma: “Una profe también se contagió y la pasó bastante mal. La mayoría de los profes no están vacunados, ni siquiera sus padres están vacunados, y deberían estarlo”.
Agostina no rehúye al sentido político de la cuestión: “Ya el vicejefe de gobierno, (Diego) Santilli, lo anticipó al decir ‘si hay segunda ola, se van a cerrar los colegios’, pero qué fácil es decir cualquier cosa cuando la palabra no vale. No veo ningún colegio cerrado”, cuestiona. Luciana, por su parte, considera que “imponer ir a clases como forma de mostrar que te importa la educación es una pose, a (Rodríguez) Larreta no le importa la educación, si no no tendríamos el presupuesto más bajo de la historia”, señala.
La solución es virtual
Con 1.500 establecimientos educativos en CABA se entiende que la circulación aumente un 25 por ciento cuando ese circuito se mueve. Para Ciro, en este contexto “no es correcto asistir presencialmente como si no pasara nada. Y deberíamos tener apoyo para los que no tienen conectividad, no tienen internet, ni una computadora”. Para sobrellevar la situación, desde el Centro de Estudiantes del Fernando Fader (CEFF), que es horizontal, sin presidente ni secretarios, ya el año pasado se implementó la entrega de computadoras en comodato. "Muchos no pueden ir por ser familias de riesgo, pero no pueden estar sin dispositivos porque pierden los contenidos, porque las clases siguen y así el año pasado fue que muchos dejaron", lamenta Ciro.
Desde el segundo año de un instituto privado de Villa del Parque, otro alumno se explaya: “En mi curso casi todos van pero yo, por una decisión familiar, voy a esperar al 30 de abril”. Habla con perplejidad ante la desmesura de quienes niegan “la evidencia del aumento de casos”. Y explica: “Ya veníamos hablando en el cole de la segunda ola, y era obvio que en algún momento íbamos a tener que aislarnos, porque alguien cercano presentaban un síntoma, y por la cantidad de casos que aparecen”. En su caso la virtualidad no es un problema, señala este alumno que prefiere no dar su nombre por la hostilidad de las discusiones en “los grupos de mamis y papis”. Y explica: "hay familias que eligen clases presenciales porque los padres trabajan o no tienen computadora, cada familia es distinta, y si no van, esos chicos pueden perder las clases. Para mí, eso es lo más grave”, resume sobre el problema real de la virtualidad: la falta de recursos para llevarla adelante. “Ya sabemos que cambió el mundo, y la virtualidad nos mantiene conectados, hay que apoyar eso”, confirma Ciro. Agostina refuerza: “Nosotros tenemos conectividad, pero la pedimos para todos, por los que no la tienen y la necesitan”.
En 'el Pelle' de Caballito, “al comienzo de la semana pasada éramos 15 por burbuja, después 10 y después 5 chicos", detalla Agostina. “Aunque la presencialidad es obligatoria, bajó, los compañeros tienen miedo a contagiarse. Y este colegio cumple los protocolos. Hay agua corriente en los baños, tenemos alcohol en gel, termómetros. Pero me imagino cómo será en colegios públicos con presupuestos recortados", sentencia. La escuela de Ciro también cumple los protocolos. Pero la incertidumbre mantiene en vilo a todos: “Pocos compañeros asisten, pero seguimos cursando. Los profes hacen sistema mixto, asisten y dan virtual”.
Para Ciro, el motivo del problema “no parece ser lo pedagógico, porque de esta manera, muchos estudiantes se quedan sin clases, ni presenciales ni virtuales, cuando si hubiera sido todo virtual, en vez de este intento de presencialidad a medias, tendríamos cursada virtual real, para cuidar la salud de docente y alumnos, y cuidar la integridad educativa de manera lógica”. La dinámica impuesta desde la Ciudad generó paradojas que dejan a todos expuestos: “En mi burbuja no hubo contagios, pero los profes se tenían que aislar, algunas semanas tuvimos todas las materias por videollamadas. Nosotros íbamos, pero en el cole ponían en la tele del aula, el enlace del profe. No tenía mucho sentido, pero aislarse es bastante seguido", describe otro alumno.
"Queremos estudiar"
Ciro rescata “en los estudiantes, en los docentes y no docentes, la voluntad de seguir las clases desde el régimen que se pueda”. Es clave para él que “debería existir una real escucha a la comunidad y que no tengamos que sufrir la incertidumbre sobre medidas que no se nos consulta”. Sobre la política sanitaria de la Ciudad definen: “a elles les conviene mantener todo en movimiento --apunta Luciana--, pero el año pasado les pareció bien cerrar. Y ahora en el peor momento les parece mal, y deciden no acatar las órdenes de Nación. Nosotres vemos ahí una fuerte presión de la interna del PRO”.
“Hoy se jactan de que la educación es primordial --reafirma Agostina--, y me impresiona el cinismo porque los colegios están desfinanciados, y la postura de que los estudiantes no usan transporte público. ¡Yo lo uso para ir y volver, y no te piden el permiso! No cumplen nada”. Si el Gobierno de la Ciudad “sigue empecinando en mandarnos presencial, los casos van a seguir en aumento” augura.
“Hay chicos chiquitos y personas de mi edad con complicaciones. El contagio existe”, enfatiza Agostina. Y suma: “Los transportes van llenos, colapsado el subte y el cole a las 9 de la mañana. No hay distancia y por ahora no hay salida, cuando la solución sería que esta jugada política de Larreta y su equipo no juegue con nuestras vidas”. “Queremos estudiar en condiciones dignas”, cierra Ciro, y añade: “queremos un modelo educativo que incluya y preserve, merecemos ese cuidado en esta tremenda emergencia”.