Como un palimpsesto. Así podría definirse la música de Sofía Rei. Una acumulación de saberes y tradiciones que fueron conformando una estética única, indefinible, aunque rastreable en las huellas que dejó su formación musical, que la hizo pasar de la música académica al jazz al folklore latinoamericano, de ahí a la experimentación electrónica y el coqueteo, dentro de los parámetros que todo lo anterior permite, con el pop. Ese es el marco en el que fue creado Umbral, quinto disco solista de la artista argentina radicada en Nueva York, que se podrá escuchar a partir del viernes 4 de junio.
“Yo lo veo como un espiral al revés. Tal vez para mucha gente la lógica hubiera sido empezar con una producción donde no te necesitaras más que a vos misma y un poco de imaginación. Podría haber arrancado en el pop y sofisticarme hacia el otro lado, pero en mi caso fue en el sentido inverso”, reconoce Rei durante la conversación con Página/12, desde su departamento en Brooklyn. Allí termina de ajustar los detalles del lanzamiento del disco que hoy tiene en sus manos, pero que hace cinco años viene rumiando, viendo cómo crece, se mueve, muta, se desarrolla.
El racconto de su vida en la música -que arranca a los 9 años en el Coro de Niños del Teatro Colón- la lleva a arrojar definiciones de la manera en que cada una de sus experiencias de formación fueron dejando impresa una marca en su quehacer artístico. De la música clásica y su entrenamiento en el Conservatorio Nacional de Música, donde estudió la carrera de cantante lírica, le quedó una relación más formal y más disciplinada, más seria, con la práctica del arte. Sus años en ese ambiente, sin embargo, no duraron demasiado, ya que pronto se encontró con que era un mundo demasiado cerrado, donde no veían con buenos ojos su manera de ser inquieta y abierta a otros tipos de músicas y enfoques.
Desencantada con la escena de la música académica y seducida entonces por el jazz, en 2001 decidió viajar a Boston para estudiar en el New England Conservatory, donde recibió una maestría en jazz e improvisación. “Del jazz conservo el abordaje a la forma de hacer música, la necesidad de reinventar, de recrear, de tener un encare fresco a cada performance, de poder sorprenderme en vivo por algo que pasó”, rescata Rei, quien al día de hoy sigue rodeada de muchos de los músicos que conoció en esa etapa de su vida.
“Para mí el folklore es el alma de la música”, define seriamente, cuando se le consulta por el eje más reconocible que atraviesa los cinco discos que editó hasta ahora, siempre de manera independiente. El folklore como un estilo que reconoce elástico, permeable, siempre en expansión. “Hay algo muy fuerte que a mí me convoca de esa música y me va a seguir convocando siempre. Es medio indescriptible, un vínculo que no se va a ir nunca, el lugar en el que encuentro eso que me pone los pelos de punta y que me conmueve de una forma muy particular. Un sonido, un llamado, algo que quizá me conecta con otras personas, otras generaciones, otros lugares, o un lugar que tal vez sea un lugar geográfico pero que a la vez es mucho más fuerte que eso”, explica.
El camino del jazz y la improvisación es el que finalmente la depositó en el año 2005 en Nueva York y la llevó a trabajar con artistas como Bobby McFerrin, María Schneider, Marc Ribot y John Zorn, entre otros. La extensa colaboración con el último explotó su irrefrenable voluntad de experimentar con todos los sonidos, los estilos, los géneros, las tradiciones: “¡Es que los estilos son jaulas! -exclama-. Creo que es algo que la industria impone y que tiene que tener para llevar algún método de clasificación. Antes era por las disquerías. Ahora es por las listas de Spotify, que catalogan las músicas hasta por actividad, una playlist, un mood, una onda, una energía. Eso te dice lo fuerte que es la música, que genera efectos tan específicos en las personas. Pero los estilos… Creo que ya hace tiempo vamos alejándonos de la idea de que hay que estar confinados a uno. Es fascinante poder entenderlos, diseccionarlos y tener el respeto de la tradición, pero no el respeto por la idea fija. La forma en que nos contaron la historia de la música tiene mucho que ver con esas fijaciones. Y en realidad la música siempre estuvo en movimiento”.
Música, compositora, arregladora, intérprete, productora y docente, Sofía Rei se enfrentó desde muy joven al desafío de ser una mujer en un mundo de hombres. Su manera de encarar esa realidad fue tomar la decisión de mantener su carrera en el terreno de la total independencia, para poder tener control sobre todas las facetas de su producción artística: “El problema que enfrentamos las mujeres en la música tiene que ver con la visibilidad y la representación. Y esto es algo que atraviesa tanto la industria de la música como cualquier otra área, no solo en el arte sino en cualquier otra profesión y en la vida en general. Para mí, como para tantas otras otras mujeres, fue muy difícil encontrar y definir mi espacio. A todas nos tocó tener que ser las mejores para poder ser consideradas. Yo me planteé no permitir que ser mujer fuera un escollo en el camino, sino tratar de aprender y estudiar y valerme por mí misma y ser autosuficiente como música, como productora, como cantante, como creadora. Tuve la suerte de poder hacerlo de esa manera y creo que sin querer, aunque no necesariamente escriba sobre eso, ser una mujer en la música es un acto de rebeldía constante, de desafío a lo establecido, porque lo que aprendimos cuando estudiamos y lo que vemos son siempre ejemplos masculinos: de productores, de ingenieros, de instrumentistas, de compositores”.
En ese sentido, su rol como docente en la Universidad de Nueva York, en el Clive Davis Institute -donde está a cargo de la cátedra "Nuevas perspectivas en la música latinoamericana"-, la ayuda a contribuir de alguna manera a formar una nueva imagen de la mujer en la industria: “Desde mi lugar de educadora, me parece interesante poder ser un ejemplo para mis alumnas y mis alumnos, de liderazgo, de representación, ser referente de lo que es posible. Que puedan ver que hay un camino para nosotras y que el feminismo no es en oposición a lo masculino, sino un acto constante de diálogo y de reflexión y de intercambio. Y entender que este espacio también es nuestro y que tenemos que seguir reclamándolo. Es un trabajo de todos los días, tal vez un poco invisible, que en mi caso no tiene un correlato en una letra en una canción o una activismo explícito, pero no deja de ser un activismo diario, un desafío permanente a lo que nos dieron como establecido”.
Con este bagaje llega Sofía Rei la edición de Umbral, un disco en el que se regodea en una exploración sónica, donde lleva la posibilidad de desarrollar y reinventar el sonido de su voz, y donde crea y recrea ambientes sonoros imaginarios, donde se mezcla su pasado musical y los futuros posibles de una música que parecería no conocer el significado de la palabra “límite”.
La historia de Umbral comenzó en 2016, cuando Sofía Rei emprendió un viaje al Valle de Elqui, en la región de Coquimbo, en Chile, munida de su charango, un par de pedales y equipo para grabar sus voces, y un puñado de letras, poesías, listas de palabras que no quería volver a escuchar (corpus que dio en llamar “Cinco poemas cínicos”). Ese fue el equipaje que se llevó para pasar un mes rodeada de montañas y un cielo que de tan azul y diáfano llegaría por momentos a agobiarla. La idea era ver qué pasaba con la creatividad y la libertad que le daba la posibilidad de grabarse y reproducirse con la loopera, ver hasta qué punto podía experimentar con su voz como instrumento y con los paisajes reales como materia prima para paisajes sonoros surgidos pura y exclusivamente de los matices que pudiera exprimir en ese juego entre maquinal y orgánico, transformaciones a partir de la operación de descomposición y recomposición de su propia voz.
Pero el disco no quedaría así, como aquel germen. A su vuelta de Chile, y a partir de la presentación de esas canciones en vivo en formato solitario, Rei pronto se daría cuenta de que algo le faltaba: “Estaba un poco huérfana, me hacía muchísima falta interactuar con otra persona en el escenario, que es algo a lo que estoy muy acostumbrada. Los shows se podían hacer, claro. Y era divertido porque era la reafirmación de lo posible en el sentido de ‘yo puedo montarme esto al hombro, grabar, tocar, hacer las voces, súper Sofía", muy empoderante, pero no sé si me dejaba tan feliz y satisfecha”.
Cinco años pasaron entre la idea y la concreción del disco. En ese tiempo, Sofía Rei editó, en 2017, El gavilán, junto a Marc Ribot, en el que versiona canciones de Violeta Parra en un juego experimental entre las capas y texturas vocales y la guitarra de Ribot. Y, en 2018, Keter, un álbum en el que compone ocho temas nuevos a partir de una revisión del Libro III del John Zorn Masada Project, junto a JC Maillard, quien finalmente produciría Umbral. La cantante y música cuenta que la sociedad con Maillard fue clave para el resultado final del disco, en el que las tradiciones del jazz y el folklore están atravesadas por la electrónica de manera orgánica, casi natural. Recuerda que fue JC el que le insistió con sacarle jugo a ese costado más juguetón que podían tener las canciones. Fue entonces él el responsable de esa paleta un poco más brillante que refleja el disco, donde los colores de la naturaleza se mezclan sin conflicto con otros más plenos, chillones, casi pop: “Lo que era un interés fundamental para JC y para mí era explorar músicas de raíz folklórica sudamericanas y sus partes rítmicas, su ADN, y en vez de cuantificarlos, meterlos en una grilla y acomodarlos en ceros y unos, hacer todo lo contrario: tomar la forma en que realmente eso suena, que es mucho más caótica, desordenada, traducir de forma midi al sonido de músicos tocando esos ritmos, pero conservando la esencia del groove”.
-El disco surgió en un valle, en el marco de una atmósfera de cielo abierto, en un paisaje de montaña, de naturaleza, y se concretó en medio del encierro pandémico, en la ciudad de Nueva York. ¿Hay algún rastro de ese recorrido en el resultado final?
-Lo que hay es el rastro de un espacio mental, más que de un espacio geográfico. Creo que Nueva York tiene de bueno también lo tiene de malo. Toda la energía cautivante, el ritmo, el lugar de gestación, de creatividad, inspiración, al mismo tiempo y por los mismos motivos te agota. Porque es una rueda que no para nunca. Estando acá y teniendo años en la actividad musical profesional, es casi imposible tener momentos de tranquilidad, de paz o no ruido mental. Siempre estás con giras, proyectos, colaboraciones. Así que el parate de la pandemia sirvió para poder avanzar con esto. A pesar de haber tenido que hacerlo a la distancia y de no poder juntarnos en un mismo cuarto durante tanto tiempo, fue complejo, pero todos teníamos más tiempo. Fue el beneficio tangencial de la pandemia.
-“Negro sobre blanco” y “La otra” tienen una fuerza desgarrada, como una continuidad. ¿Hay una voluntad de conversación entre esas canciones?
-Tiene sentido lo que señalás, aunque no creo que lo haya hecho conscientemente. Cuando me fui a Chile estaba pasando un momento de crisis de todo. Y lo que sentí fue en un momento de mucha claustrofobia de mí misma y de una necesidad de salir corriendo hacia algún lado. En Elqui me encontré con un valle donde las montañas las tenía muy encima y los primeros días fueron medio agobiantes, no entendía muy bien por qué estaba ahí. “Negro sobre blanco” habla de una persona que está en un proceso de llegar al límite, de asfixia, los nervios. Cuenta un poco esos primeros días. La anticipación del estado mental de alguien que está atravesando una crisis. Y “La otra” es como la ruptura final, el descubrimiento de otra capa de piel. Yo sabía que Gabriela Mistral había nacido en Vicuña, que es otro pueblo del Valle de Elqui. Fui ahí y me puse a leer los poemas; una de las primeras cosas que leí fue el poema “La otra” y fue totalmente descriptivo de lo que estaba viendo. No sé si lo que ella escribió fue lo que yo interpreté, pero tamizado por mi propia situación, sentí que hablaba de alguien que estaba teniendo un renacer, que decidía eliminar a su pasado ser para convertirse en una persona nueva.
-¿Cómo fue traducir esas sensaciones a lo musical? Porque en las dos están la mujer y la locura como tema. Desdoblada, en tercera persona, vista desde afuera. Y al mismo tiempo son en las que más se nota una especie de voluntad impresionista desde la música. Como si la fuerza residiera en la unión de los fragmentos.
-A mí me pasa mucho que grabo o escribo algo, y que después empiezo a entender el sentido, el significado de lo que está hecho. Porque en el momento simplemente aparece y lo dejás ser. Después, en el pulido quizá sí hay raciocinio, cabeza, conocimiento, que lo aplicás al post, pero no a la idea de la canción. No me siento a componer y digo "voy a hablar de… "; es algo, una frase, una imagen que me hace pensar y eso me lleva a algún lado. Y lo que pasa en general es que después te das cuenta de lo que estaba pasando. En la música pasa lo mismo que con las letras: no es que pensé "voy a hacerme a mí misma fragmentada”, pero pasó. Después lo escuchás y te das cuenta de que tiene todo el sentido del mundo. Creo que acá fue muy acertado el trabajo de JC. Sin él, este sería otro disco. Y estoy muy contenta con el resultado, porque me pone a mí misma en una misión distinta como música, que es la posibilidad de aprender más sobre este aspecto sónico para poder plasmar velozmente y sin demasiados intermediarios la idea, la visión, al objetivo, el producto musical.
-¿De dónde vienen las canciones?
-¡De la cigüeña! (risas) Hay una cigüeña musical. Hay una pequeña semilla, una inspiración, y está en tus manos cómo vas a vestirla, alimentarla, hacer que se convierta en canción. Porque siempre tenemos muchas ideas que quedan a medio camino... Una pregunta recurrente de mis alumnos es "¿cuándo terminás una canción?". Porque siempre sabemos cómo empezarla, lo que no sabemos es si realmente van a llegar a ser algo. Ni cuándo está terminada. De este proyecto tengo muchísimas versiones que sucedieron de las canciones. Muchas vidas, muchas reencarnaciones. Las canciones son oportunidades de desarrollar una semilla y de descubrimiento. Para el que las escribe, y para los que las escuchan y que pueden llegar a conectar con algo de lo que está ahí. Es lo más lindo de la música: que otras personas puedan hacer de eso que están escuchando otra cosa, sentir un vínculo, una historia o una identificación.