¿El arte imita a la vida o la modifica? La discusión sobre la cuestión de la causa y efecto en el arte es casi tan vieja como su concepción como práctica autónoma. Según el marco teórico o el momento de la historia (del arte) que se tome, las posiciones a propósito del asunto son opuestas: de un lado, quienes sostienen que los artistas leen a las sociedades y sus coyunturas y a partir de eso producen su obra. Del otro, los que aseguran que el arte crea las circunstancias, modifica su entorno y abre nuevos caminos, define nuevas perspectivas, de modo que el aquí y ahora en el que se desarrolla se transforma para no volver a ser lo que era. Sobre esa orilla se para 1971: The Year That Music Changed Everything (1971: El año en que la música cambió todo), serie documental recientemente estrenada en Apple TV+, donde la hipótesis que se proponen corroborar, a través de ocho capítulos, es aquella que aparece justamente en el título: 1971 como año en el que, gracias a la música, los destinos de la historia se torcerían para siempre.
“Estamos creando en 1971 el siglo XXI”, se escucha decir a David Bowie en los títulos de presentación, justito después de un sugestivo y lennoniano “El sueño se terminó”, que será el leitmotiv sobre el que se construye el relato. Inspirada en el libro Never a Dull Moment: 1971 The Year That Rock Exploded, del periodista británico David Hepworth, la serie cuenta con un equipo comandado por Asif Kapadia (realizador de Senna, Amy y Diego Maradona), como director general, y Danielle Peck y James Rogan en la dirección de los ocho episodios. La frase de Bowie reverbera a través de toda la producción que, en definitiva, es el retrato de un grupo de artistas involucrados política y socialmente que, ya fuera en sus canciones o en sus acciones, tomaron el presente, lo pasaron por el tamiz de su obra y lo convirtieron en futuro.
La serie abre con los disturbios seguidos de la masacre de la Universidad de Kent en 1970, narrados en primera persona por Chrissie Hynde. Sobre imágenes impactantes de esos días, suena “Ohio”, de Neil Young. La voz en off de Graham Nash completa el cuadro: “Creíamos que la música podía cambiar el mundo”. El capítulo luego se construirá a partir de cuatro pilares: la guerra de Vietnam, Richard Nixon, What’s Going On, de Marvin Gaye, e Imagine, de John Lennon. Así se sientan las bases del modo en que se desarrollará cada episodio: una narrativa centrada en un tema o concepto (la guerra, las drogas, los cambios estéticos, las mujeres, lo queer, los derechos civiles de los afroamericanos, la revolución, etc.) y, alrededor de ese eje, la construcción de los fundamentos acerca de cómo la música, según los autores, lo cambió todo.
Para ese fin, dan cuenta de una lista de canciones, un grupo de músicos, poetas, activistas, periodistas, protagonistas de cada momento, y una selección descomunal de material de archivo y testimonios. Y es en la edición donde todo eso termina de conformar un relato -casi- impenetrable. Aquí, el equipo comandado por Kapadia despliega, una vez más, un proverbial manejo del lenguaje documental. Porque se puede estar más o menos de acuerdo con la premisa que se plantea, pero la minuciosidad con la que se trabaja cada plano y la destreza con que están utilizados el montaje cinematográfico para reforzar una idea, y la música como elemento de cohesión y progresión narrativa, están aquí elevadas a un nivel pocas veces visto.
El documental describe lo que se podría resumir como la edad de la pérdida de la inocencia de la música popular norteamericana e inglesa a través de la superposición de capas de sentido cuidadosamente articuladas. Y entonces aparecen un todavía ignoto David Bowie, antes de convertirse en Ziggy Stardust, tocando nada más ni nada menos que “Changes” por primera vez en vivo, en Glastonbury a las cinco de la mañana, para un montón de gente dormida o demasiado drogada; imágenes de los Rolling Stones durante su exilio en el sur de Francia y momentos críticos de Keith Richards en relación al consumo de heroína; el juicio a Angela Davis, el asesinato de George Jackson, su despedida, la canción que le dedicó Bob Dylan; la masacre de la cárcel de Attica, los funerales y Aretha Franklyn con “Bridge Over Troubled Water”; Marc Bolan y la irrupción de lo teatral y la androginia, y un archivo audiovisual completamente desopilante de señoras de su casa leyendo la letra de “Get It On” en la tele; y la notable edición de “The Revolution Wont Be Televised”, ese proto rap de Gil Scott-Heron incluido en Pieces of a Man, sobre una serie de publicidades de la época.
“Ellos venden guerra todo el tiempo. Sólo intento conseguir todo el espacio y las canciones posibles para poder crear un equilibrio”, explica John Lennon en el primer episodio, mientras suena “Imagine”, quizá la canción más ingenua que ha dado la música pop. Las imágenes muestran momentos de la grabación del tema, algunas pruebas, sugerencias, acá mejor poné el piano solo… y continúa John en off: “Es como preguntarle a Coca Cola ‘¿Creés que los anuncios sirven para algo?’. Yo estuve en el Himalaya y ahí tomaban Coca Cola. Creo que podemos hacer que la gente se sienta atraída hacia la paz”. La ingenuidad se convierte en jingle. Minutos más adelante, “Imagine” sigue sonando mientras la pantalla muestra videos de archivo de la construcción de las Twin Towers intercalados con otros de John y Yoko de paseo por New York. La secuencia culmina con el del fin de la construcción de las torres, el 19 de julio de 1971. “¿Dónde quedó tu paz hoy, John?”, parecería preguntar el documental.
Los Beatles se habían separado. Vietnam se seguía imponiendo como ese monstruo grande que pisaba cada vez más fuerte. Las manifestaciones en su contra no hacían otra cosa más que envalentonar a un Nixon que había encontrado en la juventud su enemigo más íntimo. La paz y el amor de los '60 no pudieron sobreponerse a la oscuridad y el abismo de la guerra y el horror, de la represión y la censura. Las drogas duras habían copado la parada. Lejos habían quedado los días de terrones de azúcar, LSD y paseos psicodélicos. Charles Manson y sus chicas aparecían en la tele como recordatorio cotidiano de lo siniestro que podía ponerse todo cualquier tarde en el living de casa. El mundo tal como se lo conocía desapareció en esa nube de confusión que se empezó a conformar entre el '69 y el '70, y que terminó de volar por los aires en 1971. Todo lo sólido se desvaneció en el aire. Y ahí estuvieron los músicos, para darle curso a ese estado de las cosas. La revolución no habrá sido televisada… pero musicalizada, claro que sí.