Se respiraba un aire distinto. El ambiente estaba tenso. La historia, en definitiva, estaba ahí. Novak Djokovic lo sabía. Rafael Nadal, en efecto, también. Roland Garros, el torneo de las grandes contiendas, estaba por albergar uno de los capítulos más memorables desde que comenzara a jugarse en 1891.
Matar o morir. Por la inmortalidad. En ese choque de gigantes prevaleció Djokovic, el número uno del mundo, el mejor tenista de la actualidad. Supo sufrir en los momentos calientes y se impuso 3-6, 6-3, 7-6 (4) y 6-2 en un partido mitológico, de más de cuatro horas, que lo tuvo todo: drama, tensión, tiros espectaculares, emoción y hasta momentos de tragedia deportiva. Aunque no lo pareciera se trató de la segunda semifinal del torneo más prestigioso sobre polvo de ladrillo. Toda una final por la historia.
El mundo lo sabía: el gladiador que sobreviviera a la batalla probablemente se consagraría el próximo domingo ante el griego Stefanos Tsitsipas, con el mayor de los respetos hacia su figura. El ganador, cualquiera fuere, contra un número cinco del ranking que hará su debut en una final de semejante calibre. Tantas cosas en juego merecían un episodio para la posteridad.
"Fue el mejor partido que jugué en Roland Garros contra mi mayor rival", sentenció el serbio después de concretar lo imposible: derribar a la mayor leyenda del torneo, el hombre que acumuló nada menos que trece coronas. Derrotar a Nadal en el Abierto de Francia quizá hasta configure el mayor desafío de la historia del deporte.
Nadal es un monstruo inexpugnable en París. Apenas había perdido dos de los 107 partidos previos: lo habían superado el sueco Robin Soderling, en octavos de final de 2009, y el propio Djokovic, en cuartos de 2015. Pero este partido era diferente por el premio. "Los años pasan y nada es eterno. Soy consciente de que cada año voy a tener menos posibilidades. Estoy triste porque perdí el partido más importante del año para mí, pero la vida sigue", expresó el español.
El serbio perdió el primer set sin hallar respuestas ante el poderío de Rafa y parecía haber iniciado un camino similar al que desandó en la final del año pasado, cuyo resultado fue aplastante para el español. No estaba en su día pero modificó la táctica, disminuyó de manera sensible los errores y jugó tan al límite que hasta superó su propio mayor nivel.
Los espectadores permitidos se enerdecían en un estadio que pasó de los silbidos a la ovación: el toque de queda en Francia comenzaría a las 23 y el partido se extendía, pero el presidente Emmanuel Macron autorizó al público a quedarse más allá de la medianoche. La preponderancia del partido que ganó Djokovic y su trascendencia en los tiempos quedaron de manifiesto con el giro repentino de una medida gubernamental en plena pandemia.
Djokovic quedó a las puertas de su 19° Grand Slam y la segunda Copa de los Mosqueteros -ya ganó en 2016-. Sólo uno lo separaría del récord compartido entre Roger Federer y el propio Nadal, con Wimbledon y el US Open por delante. También podría convertirse en el primer hombre que gana al menos dos veces cada trofeo de Grand Slam.
Estos tipos no juegan por dinero, ni por puntos, ni por reconocimiento. Lo tienen todo. Juegan por la historia, más allá de que ya tienen asegurado perdurar en los tiempos. El objetivo mayor es perdurar por encima del otro. Djokovic y Nadal, al igual que todos, lo sabían: quien ganara este viernes habrá quedado, dentro de unos años, como el máximo campeón de Grand Slam.