Novak Djokovic ya era una leyenda. Incluso antes de volver a ganar Wimbledon, el sexto de su carrera, ya tenía asegurado un lugar de privilegio en los libros de historia del tenis. Este domingo, sin embargo, trascendió incluso su propia línea: el triunfo 6-7 (4), 6-4, 6-4 y 6-3 ante Matteo Berrettini, el primer italiano que llegaba a una final de Grand Slam en 45 años -el último había sido Adriano Panatta en Roland Garros 1976-, lo colocó en un estrado cuya altura será difícil de alcanzar por cualquier otro mortal.

En Wimbledon, el torneo más antiguo y prestigioso del planeta, Djokovic cruzó el límite de los tiempos. Campeón una vez más, igualó el récord que más persiguió desde que se convirtiera en el mejor jugador del circuito. Desde este domingo el serbio acumula nada menos que 20 títulos de Grand Slam, la misma cifra que ostentan Roger Federer y Rafael Nadal, sus dos principales rivales en la era de su dominio.

Djokovic está en lo más alto y quizá, cuando haya finalizado su carrera, ocupe un espacio inabarcable para el resto. Los grandes logros motorizan la pulsión ganadora del serbio, quien nunca dejó de ser aquel niño que sobrevivió a la Guerra de los Balcanes a fines de los años '90. Este hombre de 34 años, el mismo que volvió a levantar la copa dorada en el lugar en el que nació el tenis, creció y forjó su leyenda más de dos décadas atrás en Kopaonik, una región montañosa de Serbia lindera a Kosovo.

Banjica, a 300 kilómetros de allí, el centro urbano de Belgrado en el que sufrió los bombarderos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1999, era el barrio que solía habitar el pequeño Djokovic, cuando tenía doce años y frecuentaba la casa de su abuelo Vladimir, cuya puerta estaba tapada por barras de metal a modo de protección. Aquel era el refugio de quien se convertirá, casi sin atisbo a la duda, en el mejor tenista masculino de todos los tiempos.


"Me considero el mejor, creo que soy el mejor, de lo contrario no hablaría con cierta confianza sobre los Grand Slams y la meta de hacer historia en este deporte. El debate sobre el mejor de todos los tiempos prefiero dejarlo para otras personas. Es muy difícil comparar las épocas en el tenis. Las raquetas son diferentes; hay otra tecnología, otras pelotas, otras canchas... No es lo mismo jugar en la década del '50 que ahora. De todos modos es un honor que muchos me consideren el mejor de la historia", deslizó Djokovic en la rueda de prensa posterior al triunfo ante Berrettini.

El número uno del mundo, el mejor del circuito libra por libra, permanece invicto al mejor de cinco sets en lo que va del año. Ganó los 21 partidos que jugó, siete en cada uno de los tres Grand Slams. El propio Laver terminó aquel maravilloso 1969 con un récord de 26-0 en las cuatro grandes citas -en Australia arrancó en la tercera ronda-, un número que quedaría enterrado si el serbio consigue celebrar en el próximo US Open.

En caso de ganar su cuarto Abierto de Estados Unidos, el torneo que se erige como la gema hacia fin de año, el serbio se sumaría al selecto grupo de tres personas capaces de ganar el Grand Slam en una temporada: después de Laver lo hicieron la australiana Margaret Court (1970) y la alemana Steffi Graf (1988).

El radar de Djokovic, no obstante, también visualiza un objetivo más inmediato: los Juegos Olímpicos de Tokio, con fecha de inicio el próximo viernes 23 de julio, torneo en el que buscará el único título grande que le falta a su vitrina en singles. En la capital de Japón intentará alcanzar a Agassi como ganador de los siete torneos más relevantes: los cuatro Grand Slams, la Copa Davis, el Campeonato de Maestros y los Juegos Olímpicos. Si se colgara la medalla dorada en la otra punta del mundo, donde se jugará al mejor de tres sets, podrá aspirar a otra gran ambición: el Golden Slam, los cuatro grandes y el oro olímpico en una misma temporada, un privilegio sólo reservado para Graf en 1988.

Los 20 trofeos grandes del serbio, quien además ya acumula 85 títulos globales en el máximo circuito, se dividen en nueve del Abierto de Australia, seis de Wimbledon, tres del Abierto de Estados Unidos y dos de Roland Garros. Iguala con Federer y Nadal, pero ni ellos dos conquistaron al menos dos veces cada una de las grandes citas. Djokovic es el único hombre que lo logró desde el inicio de la Era Abierta, en 1968.

Apenas alcanzada la plusmarca en manos del suizo y del español, Djokovic tiene más objetivos en el horizonte. Capaz de edificar hitos incomparables, acaba de ganar Wimbledon pero, en su cabeza, ya vislumbra lo que viene. Campeón este año también en el Abierto de Australia y en Roland Garros, donde construyó uno de los mayores golpes a lo largo de los tiempos, es el segundo hombre que gana los tres primeros Grand Slams de la temporada en el tenis abierto.

Comparte ese privilegio con el mítico Rod Laver, aquel brillante australiano de los '60 y los '70, único dueño de la próxima gran meta del serbio en el tenis masculino: ganar los cuatro torneos de Grand Slam en una misma temporada. El serbio, como si fuera poco, es el único que los ganó en tres superficies diferentes -Australia se jugó en pasto hasta 1988-.

Djokovic, en efecto, va por la gesta de Laver, aquella que ni siquiera pudieron concretar gigantes como Fred Perry, Don Budge, Andre Agassi o los propios Federer y Nadal. El australiano, además, lo consiguió dos veces: primero ganó todo en 1962 y, cuando los torneos ya eran abiertos a los profesionales, lo hizo en 1969.

"Si Djokovic gana el US Open el debate sobre el mejor de todos los tiempos se habrá terminado", disparó el croata Goran Ivanisevic, uno de los entrenadores del número uno mundial, en cuyo equipo de trabajo hay un argentino como pieza fundamental desde hace años: el fisioterapeuta Ulises Badio. La elasticidad y la capacidad atlética del serbio dependen, en gran parte, de su aporte diario.

El tiempo corre y los pronósticos del año, por el momento, se cumplen. Djokovic convirtió la incógnita sobre su manera de manejar la presión en una certeza difícil de romper. No lo logró Nadal en Roland Garros; tampoco lo hizo Berrettini este domingo en Wimbledon. La fortaleza mental del serbio parece indestructible. Quizá aquel refugio de su abuelo, en el que creció con vistas al sueño de su vida, también lo proteja en los próximos meses de las "bombas" de sus rivales. El viaje de Djokovic rumbo a la inmortalidad, al cabo, recién acaba de comenzar.

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