Si existe un logro que materializó Sebastián Báez este año, además de ganar infinidad de partidos en el circuito Challenger, es haber desafiado con éxito al sistema. Este domingo se consagró en el Challenger de Campinas -después de superar 6-1 y 6-4 al brasileño Thiago Monteiro-, se aseguró el ingreso al top 100 y se hizo un lugar en el cuadro principal del próximo Abierto de Australia.
El objetivo cumplido, sin embargo, tiene doble mérito: lo hizo en pleno congelamiento del ranking, una medida que llegó con la pandemia para proteger a los jugadores de arriba, y sin haber recibido ninguna invitación en toda la temporada.
Nacido hace 20 años en Billinghurst, partido de San Martín, habría irrumpido en el selecto lote varios meses antes; incluso debiera haber entrado al top 70 algunas semanas atrás si no fuera por los puntos congelados. Ganó nada menos que seis títulos Challenger, jugó otras tres finales y acumuló 44 victorias, la mayor cifra de cualquier jugador sub 20 durante un año en la categoría. Debió batallar mucho más que en las circunstancias normales, por lo que retrasó su acceso a torneos más importantes.
Para dimensionar el presente de Báez es necesario mencionar tres aristas: además de lidiar con la barrera monetaria que existe por estas latitudes -los puntos neurálgicos quedan lejos de esta región-, se enfrentó con el sesgo eurocentrista que "desprecia" a los jugadores sudamericanos y sorteó la abismal diferencia de oportunidades respecto de otros tenistas de su generación.
La semana pasada el jugador entrenado por Sebastián Gutiérrez -parte del cuerpo técnico que lideró Daniel Orsanic en la conquista de la Copa Davis 2016-, había generado un golpe mayúsculo en el Next Gen Finals, el Masters sub 21 que se jugó en Milán, en cancha rápida bajo techo, una superficie que suelen habitar los europeos desde pequeños: después de ganar dos de los tres partidos del round robin, ante el italiano Lorenzo Musetti y el francés Hugo Gaston, se metió en las seminales y provocó que lo "conocieran".
Acababan de descubrirlo en el polo europeo pero desde el entorno del jugador todo estaba muy claro: el objetivo es crecer, trabajar y seguir adelante. "Todavía estamos muy lejos de lograr lo que queremos. Hoy nos toca estar acá y mañana no sé dónde nos va a tocar. Tenemos que estar felices y equilibrados. Entendemos que la carrera y el camino de Seba son muy largos", había explicado Gutiérrez.
Comprender el valor agregado que tienen los logros de Báez, incluso más allá del Next Gen Finals, exige hacer una analogía: el argentino fue el único de los ocho clasificados en aquel torneo de Milán que no recibió ningún wild card en toda la temporada, ni siquiera en los torneos de su país.
En el Argentina Open, por caso, debió jugar la clasificación mientras el danés Holger Rune (18 años; 108° y ex 1° junior), eliminado en la fase de grupos en Milán, recibía una invitación para el cuadro principal. En resumen: atravesó todas las etapas sin siquiera un empuje que excediera el esfuerzo propio y el de su equipo.
Representado por la misma agencia dueña del ATP de Buenos Aires, Rune acumuló invitaciones de todo tipo y color: además del Argentina Open tuvo wild cards para el ATP de Santiago, el Challenger de Santiago, el ATP de Marbella, el Masters 1000 de Montecarlo, la qualy del ATP de Barcelona, el ATP de Bastad, el ATP de Umag y el Masters 1000 de Indian Wells. La imagen es elocuente: sin apoyo externo, Báez derrumbó la orientación primermundista, sumó muchos más puntos y le ganó al sistema.