Te agarra y te lleva, te saca un poco de vos, te suspende el sentido crítico y de repente te encontrás medio suspendido en el aire, como levitando, y lo único que ella está haciendo es cantar. A mí me pasó más o menos en el tercer o cuarto tema, uno sin letra, uno que prescinde de toda información, de todo mensaje, un tema en el que la voz y la capacidad interpretativa de Karina K, excepcionales, se despliegan y se alzan como podría desplegarse y alzarse una ola gigante y, sí, me llevó. Es una voz de una elasticidad y una riqueza y una capacidad de generar matices, desde tararear una melodía pop dulcemente hasta sostener fragmentos de canto lírico con una potencia enorme. Lo saben todos los que la vieron y la escucharon en Yiya, el musical. O en Souvenir. O en Cabaret, entre muchas otras obras.
Ahora Karina K está haciendo una comedia musical sobre Nina Hagen. Junto a su esposa -están casadas y les gusta llamarse así, esposas- Cynthia Manzi, también una cantante notable, hacen MamaPunk, antiópera. Karina K la dirige y la pensó desde el principio al final. Se trata de un recorrido en clave existencial de la obra y la vida de esa bestia punk que es Nina Hagen. Va desde su infancia en la Unión Soviética, Berlín del Este, hasta el hinduismo convencidísimo y la militancia por la ecología, el pacifismo y el respeto a la vida animal que lleva adelante ahora. Las acompañan, a Karina y a Cynthia, una banda compuesta por Tomás Rodríguez, Juan Kuj Giménez y Fernando Seitz y las inspiradas piezas de videoarte de Pablo Faivre. Y sin embargo por momentos se complica la obra; una ambición de decir, de transmitir mensaje, entorpece un poco su desarrollo. A veces se preferiría preservar la extranjería de las letras de Hagen: el inglés les da una distancia saludable y el alemán una opacidad misteriosa. Pero están la voz impresionante de Karina, y también su danza y sus interpretaciones como actriz; la voz y la danza de Cynthia, los videos, la banda, las canciones que se apoyan menos en la letra, el New York New York operístico que en la garganta de Karina no tiene nada que envidiarle al de Hagen.
Al día siguiente del estreno, Soy charló con Karina en su departamento en el corazón del Abasto, con sus dos perritas mirando curiosas desde la puerta del balcón, Cynthia charlando con la mamá, un decorado que es exactamente el que cualquiera imaginaría para una pareja actrices y cantantes de teatro musical y un altar, el de la Soka Gakkai, una de las formas del budismo en el mundo, la fe de Karina y Cynthia.
¿Por qué elegiste a Nina Hagen para homenajearla?
-En mi adolescencia descubrir a Nina Hagen fue descubrir un arte no convencional. Me impactó su versatilidad sonora, su libertad a la hora de emitir todo tipo de sonidos en concordancia con una música. Y con una coherencia y un sentido ideológico. Después se alejó, se fue a la India, hizo un camino espiritual, se dedicó a la música devocional, estuvo metida con los Hare Krishna, fue devota de Shiva. Se escapó de lo mundano. A mediados de los 80, yo frecuentaba el Parakultural y estaba mi amigo Tino Tinto, que es el stage manager de este espectáculo, una especie de codirector. Nos conocemos desde la época de Batato, que me bautizó Karina K, es mi madrina la Batato. Y ya en esa época yo sentía que Nina Hagen era esa artista en el mundo, quizás en las antípodas de Argentina, pero con la que yo sentía una resonancia. Me parecía re loco y siento que vibraba esa locura en mi adolescencia, en la búsqueda de mi expresión; yo ya estudiaba canto y danza y teatro.
¿Y desde entonces tenías ganas de hacer algo con ella?
-Siempre sentí que tenía que hacer algo con este material. Siempre la escuché. Me fui a España. Tenía un espectáculo de neocabaret con un grupo, Las Antidivas, en Barcelona. Y nos invitaron a Berlín. Y fuimos al año siguiente a la caída del muro. Flasheamos. El contraste de ver la Berlín gris, por eso están esos matices de gris en nuestro espectáculo, y los colores del Oeste. Lo primero que hice cuando llegué fue preguntar dónde estaba Nina Hagen. Y así, siempre escuchándola: si me preguntaban qué artista admirás, siempre decía Nina Hagen. Mi esposa admira a Lady Gaga, es más de su generación. Y Lady Gaga admira a Nina Hagen, que es la primera en todo, una artista de vanguardia. Así que en 2011 me dije: yo tengo que hacer algo. Y desde entonces, mientras hacíamos otros trabajos, fuimos trabajando en este proyecto con Tomás Rodríguez, el director musical del espectáculo.
¿Y cómo es trabajar con tu esposa?
-Somos esposas artistas. Es hermoso hacer también este espectáculo juntas.l