Stefanía Lisa nació 29 años atrás en Río Cuarto, Córdoba. Durante mucho tiempo vivió atormentada, ultrajada de sus sueños, aunque hoy está más tranquila. Y no es para menos: esta semana decidió hacer pública su denuncia que radicó en 2019 contra Ariel Gallero, el exprofesor de tenis que abusó sexualmente de ella desde que tenía apenas 13 años y durante mucho tiempo.

La historia empezó en 2006, cuando Stefi debió abandonar el tenis por los problemas económicos de sus padres, tiempo antes de que apareciera Gallero para ofrecerse a entrenarla sin cargo en el club Atenas de Río Cuarto, con el mero objetivo de aprovechar sus condiciones y llevarla a convertirse en tenista profesional.

"Ahí empezó a tramar su plan macabro para abusar de mí, porque sabía que yo era vulnerable. El tenis era mi pasión, mi vida, mi escapatoria de los conflictos que había en mi casa. Y él se presentó como mi salvador. Comenzó con los comentarios sobre mi cuerpo, todos de índole sexual. Después, para mi cumpleaños, me dio un beso. Desvió el trayecto por el que me llevaba a mi casa y me llevó a un lugar oscuro; ya me había cambiado los horarios para entrenar de noche. Me decía que si contaba algo mis chances de jugar al tenis serían nulas, porque mi única posibilidad era él. Después empezaron los abusos sexuales, con acceso carnal, de lunes a lunes, todos los días, durante dos años. Sin preservativo, porque nunca me cuidó de nada", comenzó su relato Lisa, hoy kinesióloga, en diálogo con Página/12.

-¿Cómo tomaste la decisión de hacer público lo que te pasó?

-Decidí hacerlo público porque la condena social es necesaria para que la justicia siga y no se olvide de esto. También porque mi causa no es la única: no es sólo esta persona sino que hay un montón de otros agresores que siguen afuera como si nada, con las causas cajoneadas. Y siento que algo empezó a cambiar en la sociedad por el movimiento de Ni Una Menos y, sin compararme en lo más mínimo, por el caso de Thelma (Fardin, denunciante de Juan Darthés), sobre todo por su llegada a la gente. Es importante que la gente sepa que seguimos peleando y que no nos callamos más. Hay que denunciar y poder involucrarse ante cualquier situación de sospecha; no es meterse sino involucrarse. La sociedad tiene que apuntar al agresor y no a la víctima.

-El caso de Thelma abrió muchas puertas…

-Sí, yo sentí muchos puntos en común. No le creían, la trataban de loca, desestimaban su testimonio por presuntos problemas psiquiátricos. ¿Cómo no vamos a estar locas con lo que vivimos? ¿Cómo no vamos a estar con tratamiento psiquiátrico ni con terapia? No es para menos. Thelma hizo que diera un paso más para acercarme a hacer la denuncia: la necesidad de hacer justicia. La última parte fue volver a jugar al tenis después de ocho años sin tocar una raqueta ni ver un partido por la tele. Mi vida giraba en torno al tenis y había perdido todos mis vínculos.

-¿Cómo había seguido la historia?

-Después de los dos primeros años los abusos se discontinuaron porque empezó a abusar de otra chica y yo salía con un jugador de fútbol para intentar escapar de ahí. No sólo me manipuló, destruyó mi autoestima, sino que desestimó a todo mi círculo para que no tuviera a nadie a quién contarle. Me alejó de mi familia, de mis amigos; logró que me cambiaran de colegio por exigencia y horarios. Como secuela de los abusos a esa altura ya me costaba mucho construir vínculos, cosa que todavía persiste.

-Te cerró todos los caminos para que no pudieras salir…

-Sí, claro; no sólo me cerró los caminos sino que nos amenazaba de muerte a mí y a mi familia. Tenía un arma en la guantera del auto con las balas en la puerta. No eran sólo palabras.

-¿Nadie de tu entorno sabía nada?

-Nadie.

-¿Y cuál fue la primera puerta que abriste para salir?

-La primera puerta se abrió cuando tenía 16 años, con los abusos más espaciados. Yo me veía con ese chico en espacios públicos y dejé de sufrir abuso sexual de esta persona durante dos meses, pero sí recibí atosigamiento constante. Me invitaba al telo, me decía que me extrañaba, que me amaba; yo seguía en el club porque tenía mi objetivo y, en mi inocencia, creía que él era la única posibilidad que yo tenía de ser tenista. En 2009 él tenía una pareja temporal que se presentó en el club para increparme porque, según ella, era yo quien lo invitaba al telo. Le mostré los mensajes para que viera que era al revés. Y les conté a mis papás lo que había sucedido con esta chica; no dije nada de todo lo que pasaba con él. Fui a denunciar, acompañada por mi papá, y le pedí al policía entrar sola para contarle todo; lo quería denunciar a él. Le conté todo y el policía me dijo que, si lo denunciaba, quizá él venía y me metía un tiro en la frente, y que lo iba a hacer perder el tiempo con una denuncia porque en dos meses volvería con él. Seguro dije que era mi novio, porque me había hecho creer eso, pero el policía nunca entendió que era un abuso y que yo era menor de edad. Al final no hice la denuncia. Mis papás me preguntaron y les dije que era mi novio, que teníamos una relación, porque es lo que él me hacía decir. Les pedí a mis viejos que me dejaran seguir con el tenis porque era mi pasión.

-Estabas amenazada…

-Yo ni siquiera me lo creía, me daba asco, pero era lo que él me decía que dijera. Mis viejos se equivocaron: nunca vieron que eso era inviable ni le dijeron nada. Lo pudimos hablar y ellos lo repararon porque siempre me acompañaron, me creyeron, están conmigo, se preocupan por mi bienestar, cuidan a mis hermanas que son más chicas. Ellos también fueron víctimas de un manipulador; se equivocaron pero no los culpo. Confiaron. Hoy tengo una pareja con un vínculo muy sano, Juan Manuel, que se banca esto al lado mío como el mejor. Es de fierro.

-¿Cómo se destapó todo?

-En 2010 recibí el llamado de otra mujer, otra pareja que vivía con él, y me contó que había una chica con la que tenía relaciones sexuales, que también era menor de edad, de la que yo ya sospechaba. A partir de esa situación yo pude contarles un poco a mis papás: les dije que había tenido una relación abusiva pero no que había sido forzada. Ellos se enteraron de muchos detalles ahora. En ese momento le imploré a mi mamá que no me hiciera denunciarlo, que me dejara continuar con mi vida. Por eso no lo denuncié. Pero siguieron el hostigamiento y las amenazas. Hace seis años me recibí de kinesióloga. En 2018 me pidió un turno un sábado a las doce y media de la noche como si nada. Con todas las chicas hizo lo mismo, con todas buscó tomar contacto. Y pasó lo de Thelma, que a mí me movilizó mucho. En marzo 2019 decidí volver jugar al tenis y no podía pegarle del pánico que me daba. Tenía terror a pegarle a la pelotita, fue muy doloroso. Me bloqueé como me sucedía antes: la primera vez fue un torneo en Estudiantes de Río Cuarto, ni bien comenzaron los abusos. Me sacó de la cancha de los pelos, me llevó a Atenas para ponerme en el frontón, me dijo que era una cagona de mierda y que no servía para nada. Ese bloqueo formó es parte de mi vida hasta hoy, aunque por suerte un poco menos. La terapia me ayudó a reconstruir mi autoestima.

-Y pudiste denunciarlo...

-Con el apoyo de mi familia y de mis amigos, a pesar de los temores, decidí denunciarlo. Lo procesé unos meses y, en diciembre de 2019, empecé en la Subsecretaría de Género. Era una necesidad hacer justicia. A los tres días, el jueves 12 de diciembre, ya hice la denuncia penal en la Unidad Número 1 de Río Cuarto. Lo elevaron a fiscalía. A mí me habían citado para la pericia psicológica en marzo de 2020 pero vino la pandemia y se postergó. Me tomaron la pericia en noviembre y diciembre, y fue un buen informe porque salió bien escrito el daño psíquico consecuencia del abuso sexual que sufrí por culpa de esta persona. Es importante mostrar la sintomatología (disociación afectiva, vulnerabilidad, aislamiento, trastornos en su alimentación, frustración, ansiedad, estados depresivos, inestabilidad emocional, según el informe).

La luz empieza a asomar, por fin, entre tanta penumbra: el 30 de septiembre pasado Ariel Gallero fue imputado por abuso sexual con acceso carnal en grado de tentativa agravado, calificado por la condición de encargado de la educación, todo en concurso real. También figuran las amenazas de muerte. En noviembre, citado a indagatoria, se negó a declarar: dijo que no conocía a Stefanía. Ya le hicieron la pericia psiquiátrica para saber si es imputable, cuyo resultado aún no se conoce, y el 3 de febrero próximo le harán la prueba psicológica, además de llamar a declarar a los testigos que aportó la sobreviviente.

-¿Hoy estás conforme con esto? ¿Cómo querés que termine esta historia para cerrar el círculo?

-Me siento bien porque avanza la causa. Los tiempos de la justicia son distintos de los que uno necesita, pero creo que se tomaron medidas rápido. Estoy conforme con el accionar de la justicia, de toda la fiscalía, por cómo me trataron. Después de haber hecho la denuncia reviví mucho lo que sentí, como si el abuso hubiera sucedido el día anterior, comencé a somatizar, con ataques de pánico, trastornos alimenticios. Fui sanando de a poquito. La justicia me protegió con medidas de impedimento de contacto. Me siento cuidada por mi círculo, muy acompañada por mi familia, mi pareja, mis amigos, mis pacientes, mis compañeros de padel. Dejé de jugar al tenis de nuevo y empecé a jugar al padel; sigo en contacto con la pelotita pero con una paleta.

-Y en una cancha más chica.

-Te quiero contar algo que me pasó. Con el padel podía jugar un turno tranquila, pero en los torneos me pasaba lo mismo que con el tenis, me bloqueaba y no le podía pegar a la pelota. En ese momento se me paralizaban la mano, el cuerpo y la mente por ese tormento de recuerdos. Al otro día del boom mediático pude jugar un torneo tranquila. Me sentía liviana, con menos peso, volví a sentirme la Stefi de chiquita que ganaba los Nacionales de tenis. Para mí, en lo emocional, es un triunfo. Es mi mayor triunfo, mi batalla más grande, porque espero que se haga justicia. Estoy segura de que el tipo va a ir preso. Sería buenísimo que se muriera en la cárcel para que nunca más pueda hacerle daño a nadie. Ahora muchas más se van a animar a denunciar. Ojalá que sirva para cambiar: es mi lucha desde Río Cuarto. Denunciar, no callar, es el único camino para sanar.

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