Lectoro, lectora, lectore: hemos llegado al exacto momento en el que debería decirles: “Si no nos vemos, felices fiestas”, dado que el sábado que viene ya es 25 y lo más probable es que nos encuentre con una copa de más en la mano (y su contenido circulando por nuestro organismo), restos de pan dulce en los lugares menos esperados de nuestro domicilio y un desparramo de turrones, almendras y pasa de uva que hayan sobrevivido a la condición de proyectiles en la contienda ideológica que suele agrietar la mesa de los argentinos hasta transformarse en una tradición más. La tía Eulalia pedirá que el año que viene no nos encuentre en Venezuela, mientras el tío Joaquín mirará hacia el cielo mientras hace la V con ambas manos y pedirá “peronismo urbi et orbe”.
Es casi un ritual de las mejores familias: encuentros similares a este a lo largo, lo ancho, lo alto del país, y eso si solamente tomamos en cuenta las dimensiones establecidas. Fuimos agrietados por el fútbol, la política, la economía, el clima, las creencias; por “fruta abrillantada o fruta seca”, “batata o membrillo”, “papel higiénico o bidé”, “sexo o chocolate”: todo nos sirve para la contienda.
Pero si hay algo que divide a los argentinos es la historia.
Casi no hay ni una sola personalidad de la historia que, si es venerada por un sector, no sea al menos criticada por otro. Si unos te ponen en un billete, los otros te reemplazan por un cóndor cabeza abajo o una tutuca. Hay quienes reivindican al Liniers de las invasiones inglesas y quienes lo rechazan por su posterior apoyo a los españoles en tiempos de las guerras por la independencia.
Saavedristas o morenistas. Directorio o caudillos. Federales o unitarios. Patricia B. de los 70 o Patricia B. de 2020. No alcanzás a poner una tesis en la mesa, que entra la tía Rosa con una fuente llena de antítesis.
Seguramente, en estas fiestas, entre la discusión por lo caro que está el peceto y la de “lo carísimas que están las avellanas con chocolate”, algún veterano del 2001 recordará “the córralit times”: los tiempos en que solo podías conseguir 250 pesos por semana (que eran 250 dólares), la tremenda recaída de nuestra postrada economía, la miseria en su nivel más alto, el estallido social, los cinco presidentes en diez días, a Fernando de la Almohada decretando el estado de sitio solo un día antes de ser él mismo el sitiado y tener que dejar el combate raudamente, montado en Sonámbulo, que quizás fuera el nombre que él le diera cariñosamente al helicóptero presidencial.
Quizás otro subirá la apuesta y traerá a la mesa los días del Adolfo, los 30 mil millones de millones de millones de árboles que plantaría, el ya mítico y tantas veces recordado “no vamos a pagar la deuda” con el que quizás, años después, Mme Lagardel haría dormir a sus hijos o a algún país resistente a sus encantos financieros.
Quizás alguno más joven recordará el eco de las marchas, de las piedras y de la represión, de las balas, de las víctimas, y preguntará “qué pasó” para recibir el urgente “eso mejor te lo contamos para Pascua, ahora comete un cacho más de pan dulce, que está exquisito, o no tanto, pero salió un montón de guita; no nos amarguemos la fiesta hablando de hechos tristes ”.
Y alguien recordará cuando podía comprar “caviar trucho, pero parecido” gracias a que el peso era equivalente al dólar, aunque a la “cavallería rusticana” todavía le quedaban algunos golpes que asestarnos. Los que ahora quieren volver a Venezuela sin haber ido iban a Miami y gritaban: “¡Deme dos!” (y no era por las dosis de la vacuna anticovid), al tiempo que preguntaban en “inglés”: “Excuse me, ¿do you acept patacones, here?”.
El fin de ciertos tiempos inciertos, y el inicio de otros..., como suele pasar.
¡Salú, dinero, amor y felices fiestas, lectores, nos veamos, o no!
Les sugiero acompañar esta columna con el video “Impunidad de rebaño", de RS Positivo (Rudy-Sanz).