Cuando se trata de Novak Djokovic, acaso llamado a convertirse en el tenista más ganador de toda la historia, no hay espacio para los vacíos ni para los grises. El número uno del mundo, al parecer, se siente cómodo en los extremos, en los márgenes de la opinión pública y, sobre todo, en el centro de la polémica. El cúmulo de sucesos controversiales que desarrolló desde el inicio de la pandemia del coronavirus colisiona con la lucha que emprendió desde sus comienzos en el profesionalismo por exhibir las facetas positivas de Serbia.

Djokovic sufrió de chico el peor de los males: la Guerra de los Balcanes lo tocó de cerca durante su formación en Kopaonik, una de las principales cadenas montañosas de Serbia, que contiene una porción al norte de Kosovo. Esa zona fue bombardeada en 1999 durante los ataques de la OTAN a Yugoslavia, cuando el pequeño Nole tenía apenas 12 años. Aquellas vivencias lo movilizan para representar a los suyos y, como estandarte máximo en la imagen al mundo, modificar la mirada hacia su país, una noble causa que tiene un contrapeso.

El número uno del mundo es acaso el militante más famoso del movimiento antivacunas a nivel internacional. Jamás se movió un ápice de su postura contra las medidas de salud por la irrupción del covid, incluso desde la organización del Adria Tour en junio de 2020, una exhibición itinerante en plena pandemia que no cumplió con ningún cuidado sanitario, hasta el escándalo diplomático que desató por haber recibido una exención médica para jugar el próximo Abierto de Australia sin tener la vacuna contra el covid y, poco después, haber sido deportado por las autoridades nacionales.

Apenas aterrizado en el aeropuerto de Melbourne fue demorado durante más de ocho horas por no contar con la visa correspondiente con el permiso médico. Tras la orden de deportación resistió, apeló la decisión de Australia y se encuentra aislado en un hotel a la espera de una resolución definitiva, mientras recibe el cariño de un puñado de personas a través de las ventanas.

La sucesión de los hechos generó una victimización característica en la personalidad de DJokovic. Su padre Srdjan, quien había pedido por su "liberación" y amenazado con sacar a la gente a la calle, llegó a compararlo con Jesús: “Jesús fue crucificado. Le hicieron de todo y aún vive entre nosotros. Ahora intentan crucificar a Novak de la misma manera para ponerlo de rodillas".

Además de un emblema antivacunas, en medio de una crisis sanitaria casi sin precedentes, Djokovic fue erigido como un mártir: la intención es mostrar que se sacrifica por la libertad. Por eso es necesario que pierda sus privilegios: su derrota es tan necesaria como simbólica. En definitiva nadie sabe si, al cabo, podrá jugar en Australia. Pero resulta imprescindible que no lo haga para enviar un mensaje certero: nadie puede poner en peligro la salud pública en plena pandemia. Ni siquiera si se llama Novak Djokovic.

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