La agonía se extendió durante once días. Utilizó todas sus influencias y todo su peso como número uno del mundo para torcer una realidad que, a fin de cuentas, se lo llevó puesto. Novak Djokovic no tenía la necesidad de llegar tan lejos y mucho menos de perder todo lo que habrá perdido.
El increíble y por momentos desopilante desarrollo de la novela entre el serbio y el Gobierno Federal de Australia no debiera opacar la clave fundacional de toda la cuestión: Djokovic pudo haber evitado semejante ida y vuelta legal si tomaba la decisión de vacunarse como hicieron nada menos que 97 de sus 99 compañeros del top 100.
Decidió luchar, sin embargo, para erigirise como un mártir del "nuevo mundo libre", para buscar un giro legal que le permitiera jugar el Abierto de Australia, el torneo que lo convirtió en una leyenda viva y que tiene lugar en uno de los países más estrictos en los controles para mitigar el alcance del coronavirus.
No se vacunó para entrar a una nación que lo exige. Logró una exención médica por haber contraído el covid en los últimos seis meses -el 16 de diciembre, según su defensa-. La Fuerza Fronteriza Federal le prohibió la entrada a Australia. Evitó la deportación. Pasó varios días en un hotel de refugiados. Admitió que falsificó la declaración de viaje: firmó que no había estado en un tercer país en los últimos 14 días pero sí pasó por España.
El 17 de diciembre asistió a un evento con chicos como sospechoso de covid -se hizo un PCR el día anterior cuyo resultado recibió tras el evento-, brindó una entrevista con sesión de fotos el 18 de diciembre, con la certeza de haberse contagiado. Denunció "desinformación". Reconoció "errores de juicio". Ganó la audiencia. Volvió a recibir un revés por parte de Migraciones. Volvió a resistir la deportación. Los tres jueces James Allsop, Anthony Besanko y David O'Callaghan decidieron, de manera unánime, mantener la cancelación de la visa que había firmado el ministro Alex Hawke y, al cabo del thriller, fue deportado.
El gobierno australiano consideró a Djokovic como "una amenaza para la salud pública y el orden público", además de haber dejado en claro en la audiencia final que nunca hubo evidencia médica para que el serbio no se vacunara porque se contagió covid recién en diciembre. En otras palabras: tuvo todo el año para hacerlo y no lo hizo.
La pregunta recurrente, aquella que surgió desde el origen de la novela, es si todo lo que hizo Djokovic habrá dañado el resto de su carrera. El número uno del mundo, de 34 años, pretende no aceptar que hoy, tras la irrupción global del covid y de sus consecuencias, el mundo vive inmerso en un nuevo orden internacional. La deportación de Australia, el torneo que ganó nada menos que nueve veces, podría configurar apenas el inicio de una pesadilla para Djokovic si mantiene su fervorosa pelea por no vacunarse.
En principio, además de perderse el Abierto de Australia en el que pudo haber desbordado a Roger Federer y Rafael Nadal en la lucha por la mayor cantidad de títulos de Grand Slam -los tres acumulan 20-, podría incluso enfrentarse a una prohibición de entrada al país por los próximos tres años. Sería un grave perjuicio, sí, pero es el comienzo.
Djokovic, en definitiva, decidió poner en riesgo el resto de su carrera y, sobre todo, la disputa por convertirse en el mejor tenista de todos los tiempos. ¿Cómo hará para jugar a lo largo y a lo ancho del mundo sin estar vacunado? El intento por jugar en Australia sin comprometer su ideología antivacunas y sin hacer cuarentena le propició la peor derrota de su vida, paradójicamente fuera de la cancha. Resulta extraño, al menos en un deportista con aspiraciones que trascienden su época, que haya pesado más el afán por no recibir la vacuna.
Si el peso de sus creencias sigue por encima de sus objetivos deportivos tendrá un grave problema. En tres meses empezará Roland Garros y, si bien la ministra de deportes francesa Roxana Maracineanu había dicho que podría jugar sin vacuna porque la burbuja sanitaria lo permitiría, este lunes el gobierno francés anunció que todos los deportistas internacionales deberán estar vacunados para participar de competiciones en el país. Además, el presidente Emmanuel Macron tiene una postura indeclinable: "Hacerles la vida imposible a los antivacunas".
En Wimbledon sucede algo similar. Más allá de que el Reino Unido permite la entrada de personas sin vacunarse, siempre que presenten un PCR negativo y se comprometan a hacer diez días de cuarentena, el primer ministro Boris Johnson fue contundente cuando fue consultado por el caso Djokovic: "Creo en la vacunación y pienso que todo el mundo debiera hacerlo; me parece algo fantástico".
Con el US Open, por el contrario, no hay lugar para grises: Estados Unidos no permite la entrada de visitantes que no tengan el esquema completo de vacunación. En ese sentido Djokovic tendrá más inconvenientes porque, además del Abierto de Estados Unidos, en el país norteamericano se juegan tres de los nueve Masters 1000: Indian Wells, Miami y Cincinnati.
Como dijo el legendario alemán Boris Becker, su ex entrenador, Djokovic se equivoca: mientras sostenga su postura contra la vacuna la lucha por permanecer en los tiempos por encima del resto y el porvenir de su carrera estarán en riesgo. Cambiarlo, entonces, depende sólo de él.