La espera llegó a su fin. Las emociones florecen a cada minuto. El mundo del tenis paraliza todas las miradas, del Buenos Aires Lawn Tennis Club al planeta entero. Todos quieren ver a Juan Martín Del Potro en una cancha y ese instante, después más de dos años y medio de incertidumbre, se volvió inminente.

El tandilense entrará al mítico Court Central Guillermo Vilas, no antes de las 20 de este martes (televisa TyC Sports), para jugar por segunda vez el Argentina Open, el cuarto torneo más antiguo del circuito masculino de tenis. Lo hará 965 días después de su último partido, aquel que protagonizara el 19 de junio de 2019 ante el canadiense Denis Shapovalov en el césped del Queen's Club de Londres, donde trastabilló y se resintió de la fractura de rótula derecha que había sufrido meses atrás en Shanghai.

Agobiado por los dolores en la rodilla que lo llevaron a pasar cuatro veces por el quirófano, Del Potro eligió el torneo de Buenos Aires para iniciar su "despedida", nada menos que 16 años luego de su primera participación. Aquel lunes resultó fundacional para un jugador de apenas 17 años, por entonces 155° del mundo, que había recibido un wild card: jugó un partidazo contra Juan Carlos Ferrero, el exnúmero uno que en ese momento estaba 18°, con quien cayó 6-2, 4-6 y 6-4.

"Pensé que podía ganar cuando se puso parejo y eso me jugó en contra. Era ganarle a Ferrero, que siempre lo veía por TV y lo tenía como un crack. Por eso también cometí muchos errores", confesó en aquel momento un joven Del Potro, acompañado en ese torneo por los entrenadores Marcelo Gómez y Pablo Fuente.

De ese lunes al debut de este martes habrán transcurrido 5839 días inmersos en una confluencia entre el éxito y la pesadilla de las lesiones. Del Potro lo ganó todo: el Abierto de Estados Unidos en 2009, la histórica Copa Davis para la Argentina en 2016 y las dos medallas olímpicas, en lo más alto de sus logros. Atravesó, sin embargo, más de cinco años y medio inactivo si se suman todos los parates que tuvo que afrontar por las ocho cirugías -la de la muñeca derecha en 2010 y las tres de la mano izquierda entre 2014 y 2015, antes de las últimas cuatro en la rodilla-.

La fusión entre las dos realidades, la que lo encumbró como uno de los mejores tenistas de la época y la que lo detuvo cuando pudo sumar incluso muchas más conquistas, lo depositan en un presente envuelto en emociones. "Esta vuelta al tenis posiblemente no sea así. Quizá sea una despedida más que un regreso. Hice mucho esfuerzo pero la rodilla me llevó a vivir una pesadilla", dijo el sábado en la apertura de una rueda de prensa que destiló conmoción y que lo quebró más de una vez.

El Argentina Open será, entonces, y salvo la aparición de un milagro, el origen de un adiós como debe ser: en la cancha, con su gente y en su país. Por eso Del Potro, que en las entrañas del Buenos Aires Lawn Tennis Club se convirtió en el imán del torneo, se preparó a consciencia y hasta se dio el gusto de recibir el amor del público durante las últimas horas previas al gran debut, ese que lo encontrará con su amigo Federico Delbonis, con quien compartió aquel inolvidable equipo copero conducido por Daniel Orsanic.

El exnúmero tres del mundo se entrenó este lunes, temprano, en la cancha 12 del BALTC, a la vista de un balcón construido con tubulares que tiene una única función: la gente puede disfrutar de sus jornadas de trabajo. Más de 100 personas se apretaron durante la práctica del tandilense con el alemán Yannick Hanfmann, de 30 años y 119° del mundo.

Todos los ejercicios fueron observados bien de cerca por su preparador físico Leonardo Jorge, su fisioterapeuta Bernardo Kuszej y su excoach Sebastián Prieto, con quien también peloteó antes de la llegada de Hanfmann. No hubo muestras de dolor ni limitaciones en los movimientos. Del Potro hizo correr la bola como en sus mejores tiempos. Está ilusionado: su noche mágica ya es un hecho.

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