La medida era un grito. Un rugido que no era otra cosa que una copia del grito legendario de Ray Charles, a quien Joe Cocker idolatraba. “Necesitaba 18 ó 19 canciones para calentar su garganta y poder llegar a ese grito. Por eso es que rechazaba cantar ‘With A Little Help From My Friends’, en apariciones especiales”, declaró el asistente de escenario de Joe Cocker, Ray Neapolitan. “Pero un día lo aceptó: se lo había pedido la reina”. Y es así como con una voz “que suena como si hubiera sobrevivido a una guerra”, al decir del compositor Jimmy Webb, Joe Cocker volvió a bramar su grito de batalla, acompañado por Brian May, Phil Collins y Steve Winwood, entre otros notables que poblaron el Palacio de Buckingham para celebrar el Jubileo Dorado de la Reina Elizabeth II en 2002.
También hubo noches en las que el grito no pudo ser proferido. Una clara señal de que las cosas andaban mal. No fueron pocas las veces, sobre todo en los dificilísimos ‘70, en las que Joe Cocker no estaba en condiciones de cantar, y era habitual tener que devolverlo a la vida tras un sueño ebrio transcurrido bajo un piano o una consola de grabación. A Joe Cocker le decían “el león de Sheffield” por ese grito, un apelativo fuerte bajo el que se escondía un hombre que tenía el sí demasiado fácil.
Esto es solo algo de lo que se puede descubrir en el magnífico documental Mad Dog With Soul, sobre la vida, obra y demolición de Joe Cocker, el muerto menos llorado de la reciente tanda de mártires del rock. A diferencia de lo que aconteció con David Bowie, Prince y otros que se abrieron camino hacia el otro lado en el fatídico 2016, a Joe Cocker solo lo lloraron sus fans: para los medios apenas fue un pie de página. El director John Edginton reparó en parte la omisión con este documental que hace poco estrenó Netflix.
No es que a Joe Cocker le haya faltado épica, drama y reviente. Su falta reside en que es un intérprete y no un compositor, y eso influyó en que el caprichoso Rock & Roll Hall Of Fame no lo haya nominado entre sus inducidos, pese a una campaña que Billy Joel, fan de Cocker desde la primera hora, se cargó al hombro. “¿Cómo que no está?”, se sorprende frente a la cámara otro fan, Randy Newman, autor de “You Can Leave Your Hat On”, uno de los temas que resucitó la carrera de Joe Cocker en los ‘80, cuando ya era un dios olvidado.
En 1969, Joe Cocker tuvo una idea simple y brillante: interpretar un tema de los Beatles a su manera, más lento y bluseado. “With A Little Help From My Friends”, anodina página que cantaba Ringo Starr en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, fue transformada por Cocker en un canto chamánico que alucinó a una multitud en Woodstock y que lo depositó en el centro de la escena musical. ¿Por qué tanto movimiento en escena? ¿Era espástico? No: había inventado la “air guitar” (mímica de tocar la guitarra eléctrica) como modo de canalizar físicamente su sentimiento al interpretar una canción, según el periodista Ben-Fong Torres. En el documental todos coinciden: “Joe dejaba todo arriba del escenario”.
La cita estuvo por convertirse en una triste profecía durante la gira que se montó para aprovechar el batacazo de Cocker en Woodstock: Mad Dogs and Englishmen fue un delirio absoluto basado en la desmesura genial de Leon Russell quien armó una banda que contaba con cuatro bateristas (“¿A cuál vas a echar?”), a la que luego se le agregó un equipo de filmación. “No había modo que quedara dinero luego de la gira”, admite en el documental Rita Coolidge, integrante del coro de aquel campamento gitano. “Joe terminó destruido por las drogas y sin dinero”. Llegó a tal pobreza que terminó durmiendo en el umbral de la casa de su productor, Denny Cordell.
Lejos del análisis discográfico y musical, el director Edginton prefirió consignar una historia de vida y resurrección, que se despliega como si se tratara de una montaña rusa de alto riesgo. El caso de Cocker es extraño, porque lo que se percibe todo el tiempo es que los acontecimientos le pasaban por arriba; un buen tipo, un gordito entusiasta de Sheffield con una voz de oro, al que las drogas quebraron muy temprano, destrozando así una carrera que podría haber empardado a la de un Elton John.
Distintas voluntades, primero la de su mánager Michael Lang -el organizador de Woodstock-, y luego la de su esposa Pam, a quien conoció tarde en la vida alquilándole una propiedad, ayudaron a sostener una existencia en el borde. Pero también determinados músicos y compositores se empecinaron en ayudar a un hombre al que todo el mundo daba por muerto, pero que siempre logró levantarse para encarar una nueva batalla. Hasta el sello A&M Records le condonó una deuda de ochocientos mil dólares. Su batalla con el alcohol fue a quince asaltos; “You Can Leave Your Hat On” en la película 9 semanas y media y el dueto con Jennifer Warnes, “Up where we belong”, tema central de Reto al destino, lo colocaron de nuevo en el centro del ring a comienzos de los ‘80. Y Joe Cocker peleó todos los rounds con la emoción del tipo que verdaderamente siente lo que canta y pone la vida en un grito.
El gasista adolescente de Sheffield pudo canalizar su vocación de cantante a lo largo de cincuenta años de una carrera asombrosa que dejó un saldo de treinta y dos álbumes, diez de ellos en vivo, algo lógico porque lo más remarcable de Joe Cocker fue la conexión emocional que su garganta destilaba; esa notita aguda que él alcanzaba al modo de un hombre que llega a la cima de una montaña descomunal con el último aliento. Pero llega. Ese “sos tan hermosa para... mí”, del “You are so beautiful” de Billy Preston, que provoca una empatía inmediata con un hombre que muy pocas veces escribió una canción, pero que cantó los temas de todos y los hizo suyos.
El Rock & Roll Hall Of Fame se obstina en ignorarlo, aun después de su muerte en diciembre de 2014. Mad Dog with soul defiende a Joe Cocker de la mejor manera, con prolijidad y sin demasiada estridencia, y aunque no obtenga la mejor sentencia logra un veredicto inapelable en el espectador.