El martes 30 de mayo de 1989 envolvió un clima particular. Los recuerdos de la época exhiben todo aquello que puede generar una despedida, aunque en los papeles haya parecido el día en el que se jugaba un partido más. Pero no era uno más.
Guillermo Vilas tenía 36 años. Los laureles que lo convertirían en una leyenda inmortal ya encandilaban al mundo desde su figura. Lo había ganado todo. La pasión por el tenis, sin embargo, siempre pudo más. Aquel mayo de 1989 entregó la última actuación del tenista argentino más destacado de los tiempos en torneos de Grand Slam: su aparición final en Roland Garros. El último tango de quien danzara como casi nadie en las canchas de polvo de ladrillo.
Para aquella edición del Abierto de Francia, el torneo que había conquistado doce años atrás después de una fabulosa victoria ante el estadounidense Brian Gottfried (6-0, 6-3 y 6-0), Vilas necesitó un wild card, otorgado por los organizadores por su condición de mito activo, dado que ya se ubicaba lejos de las luces: era el 186º del ranking de la ATP.
El excampeón, entonces, disputaba su último partido en el torneo más valioso sobre canchas lentas del mundo: fue en el extinto Court 1 -todavía no existía el estadio Suzanne Lenglen, el segundo en importancia-, por la primera ronda del cuadro, y terminó con una derrota por 6-1, 6-3 y 6-4 ante el italiano Claudio Pistolesi, quince años menor. Vilas estrechó la mano de su rival, que había saltado la red para saludarlo, y abandonó el estadio instantes después de arrojar su vincha y su muñequera a la tribuna. Minutos más tarde anunciaría que ese había sido su último match. Roland Garros no volvería a verlo como jugador profesional.
"Esta quizá haya sido mi última vez. Pudo haber sido mi último partido porque no puedo seguir poniendo excusas", comunicó en la conferencia de prensa. Aquel instante, sin dudas, habrá puesto punto final a una era, porque Vilas edificó gran parte de su enorme carrera en las canchas de Roland Garros.
El Poeta, quien hoy acumula casi cinco décadas de espera por la restitución por haber sido número uno del mundo durante siete semanas entre 1975 y 1976 -lo demostró una investigación del periodista Eduardo Puppo y lo masificó un documental de Netflix-, sumó 74 presencias en el Grand Slam de París, con un registro de 57 victorias y 17 derrotas en 18 ediciones consecutivas.
Su estreno había sido en 1972, cuando ni siquiera existía el ranking ATP: con 19 años derrotó 6-3, 6-0 y 6-0 al australiano Kim Warwick. Aquel año llegaría a octavos de final y constituiría el origen de una historia con emociones varias: fue un campeón arrollador en 1977, el primero de sus cuatro títulos de Grand Slam -US Open 1977; Australia 1978 y 1979-; perdió dos finales, en 1975 y 1978, con el sueco Björn Borg; cayó en una definición inesperada en 1982 contra un joven Mats Wilander; y alcanzaría por última vez los cuartos de final en 1986.
Esa historia atravesaba el epílogo y Vilas lo decía sin vueltas: "Es mi última vez en el Abierto de Francia y, si me preguntan ahora, diría que no jugaré más partidos. Pero voy a pensar en ello y probablemente lo decidiré en una semana. Por el momento no estoy inscripto en ningún torneo''. Y agregó, en una suerte de balance de su carrera: "Nunca se consigue todo lo que se quiere, pero estoy muy satisfecho con lo que conseguí. No puedo seguir pidiendo wild cards''.
El 30 de mayo de 1989 representó, en ese momento, el virtual "retiro". Y las comillas, claro, no son para nada azarosas por dos razones: Vilas volvería a jugar de manera profesional y jamás anunciaría su retiro oficial.
Después de unos meses alejado encaró, por mero amor al tenis, una vuelta en torneos de segundo calibre. Aquel regreso en los primeros años de los '90, entre buenos y malos resultados, no opacaría de ninguna manera el brillo de una carrera de lujo. Fueron 22 Challengers y dos torneos de ATP, Atlanta y Bordeaux, entre 1991 y 1992. El balance, para la simple anécdota: ganó cuatro partidos y perdió 24. La gran despedida, que no tuvo condición oficial, fue 33 años atrás en Roland Garros.