Hurgar en la vida de Guillermo Vilas, que este miércoles celebra 70 años, provoca una sensación sistemática de sorpresa. Cuando parece que ya no existen historias, leyendas y detrás de escena del mejor tenista argentino de todos los tiempos, cuando parece que no queda más nada sin descubrir, emerge algo nuevo.
Porque sintetizar la biografía de Vilas con su profesión de tenista o su estatus de mito siempre arrojará un análisis corto. Sí, Vilas popularizó el tenis en toda la Argentina, ganó todo en la elite y selló su nombre en los anales del universo deportivo en general. Pero Vilas es, a la vez, inabarcable.
Los secretos para ganar Roland Garros
Vilas lo había visualizado desde siempre: formado en las canchas lentas del Club Náutico Mar del Plata, su sueño era ganar el torneo más valioso sobre polvo de ladrillo. Tenía que ganar Roland Garros, un anhelo que se hizo realidad el 5 de junio de 1977. "Mi mayor emoción fue cuando gané Roland Garros pero no después del partido. Estaba durmiendo en Londres, soñaba y me desperté: allí me di cuenta de lo que había hecho", contó 20 años después en la revista El Gráfico. La historia detrás de aquella conquista en París está vinculada de manera muy estrecha con la manera de ser de Vilas: tan meticuloso como ganador.
Varios meses antes de Roland Garros, Vilas y el rumano Ion Tiriac, su mítico entrenador, pasaron algunos días de aislamiento. El coach había negociado, en conversaciones de perfil muy oculto, la innovadora planificación específica de una médica rumana llamada Ana Aslan, una gerontóloga famosa por haber descubierto la "pócima de la juventud".
El vuelo secreto partió de París y descendió en Transilvania, sitio en el que, durante dos semanas, el tenista argentino realizó un visionario tratamiento con Gerovital -un infrecuente compuesto para demorar el envejecimiento- que confluía con los entrenamientos en la montaña y la oxigenación con glóbulos rojos. La puesta a punto terminó en Virginia Beach.
Ya en París, Vilas y Tiriac se abstrajeron en La Faisanderie, un lugar aislado con muchos árboles y un profundo silencio. Allí el argentino se entrenaba, se alimentaba a base de pescado y ocupaba la otra parte del tiempo en la lectura. "De París no vi nada: los quince días los dediqué al tenis", contaría. Después de desfilar durante todo el torneo la final no sería la excepción: derrotó 6-0, 6-3 y 6-0 al estadounidense Brian Gottfried y levantó su primer trofeo de Grand Slam.
El romance con Carolina de Mónaco
El anillo de oro blanco tiene las iniciales grabadas: C-G. Todo su círculo, durante décadas, supo que las dos letras representaban su nombre real: Carolina Grimaldi. Pero debajo de la superficie hay una historia que, en su momento, provocó estupor en todo el mundo: el romance entre Guillermo Vilas y Carolina de Mónaco.
Aquel brillante costó nada menos que 25 mil dólares, una suma que, si bien hoy es muy importante, en aquel momento representaba una pequeña fortuna. Y envolvió un vínculo que fue exhibido al mundo a través del lente del Rey de los Paparazzi: el fotógrafo francés Pascal Rostain.
Era abril de 1982 y Vilas había ganado el torneo de Montecarlo por segunda vez. Recibió el trofeo de manos de la princesa Grace Kelly; desde el palco observaron la premiación sus hijas Carolina y Estefanía. Con Carolina entabló las primeras conversaciones en la cena del campeón.
Aquel fue el inicio de una relación que sería descubierta en junio, en el pequeño paraíso de la isla de Maui. Fueron más de dos semanas de descanso tras la renuncia de Vilas a jugar en Wimbledon por la guerra de Malvinas. El medio Paris Match envió a Rostain a "cazarlos". Los encontró, los fotografió en el mar y los inmortalizó en imágenes que se vendieron en 50 países, aunque nunca se supo cómo llegó a saber dónde estaban.
El mundo ya sabía la historia del fugaz romance que terminaría en septiembre tras el fallecimiento de Grace Kelly en un accidente de tránsito. La historia de amor terminaría una semana después de la fatalidad, dado que Carolina era la heredera mayor. Guillermo le daría la joya de Tiffany y ella respondería que debían esperar por la responsabilidad de tomar el legado de su madre. Fue el último encuentro entre ambos.
El día que ganó Wimbledon
Vilas estampó su recuerdo en la historia del tenis a fuerza de títulos. Conquistó un total de 62 trofeos de singles en el Grand Prix y tocó el cielo con las manos con sus cuatro Grand Slams: Roland Garros 1977; el US Open 1977, la última edición en Forest Hills; y el Abierto de Australia en 1978 y 1979. Sólo le faltó consagrarse en uno: Wimbledon. Al menos durante su trayectoria real como tenista, porque sí lo ganó en el plano artístico.
Sucedió en 1979, mucho tiempo antes de su incursión en la música como cantante de techno-house y de rock, y en el medio de las dos publicaciones de sus libros de poesía, que tuvieron lugar en 1975 (Cientoveinticinco, Corvalán y Asociados Editores) y 1981 (Cosecha de cuatro, Galerna, con prólogo de Luis Alberto Spinetta).
Fue en un film llamado Players, en el que Vilas trabajó de sí mismo y compartió elenco con otros jugadores de la época como Ilie Nastase, John McEnroe y Vitas Gerulaitis. La película, dirigida por el británico Anthony Harvey, atesora escenas que parecen verídicas porque fueron grabadas en la mismísima cancha central de Wimbledon, antes de la final de 1978 entre Martina Navratilova y Chris Evert.
Se trata de una historia de drama romántico en la que el protagonista, un tenista profesional llamado Chris Christensen y personificado por Dean Paul Martin, hijo del tenista Dean Martin, se enamora de una mujer mayor perteneciente a la burguesía.
Christensen llega a la final de Wimbledon, nada menos. Deja en el camino a las otras leyendas pero no puede levantar el trofeo porque pierde... ¡con Vilas! Las imágenes son asombrosas: Martin y Vilas entran al Court Central y sus nombres pueden verse de manera muy real hasta en el marcador electrónico. El Poeta gana el título y completa el Grand Slam, logro que jamás se materializó durante su carrera.
Quince años más tarde Vilas recordaría que, en la época previa, cuando no podía ganar ningún Grand Slam, había visitado a una bruja que le anticipó: "Vas a ganar todos los Grand Slams menos Wimbledon, donde puedo ver algo muy extraño". El resumen perfecto de una vida de película.