Presentado por Sol Branca, se realizó en el salón San Martín de la Cancillería un panel literario para Pensar Malvinas 40 años después de la guerra, bajo perspectiva de géneros y diversidad. La iniciativa partió de la representante especial sobre Orientación Sexual e Identidad de Género del Ministerio de Relaciones Exteriores, Alba Rueda.
La Guerra de Malvinas siempre se contó desde una perspectiva cis masculina y heterosexista. “Cis” quiere decir lo contrario de “trans”. Personas cis son las que se autoperciben con el sexo asignado al nacer. Y se contó desde el relato del Estado según los gobiernos y desde las subjetividades de los hombres veteranos de guerra. Más recientemente se incorporó la mirada de las enfermeras que estuvieron en el escenario de operaciones y el relato de una subjetividad trans, Tahiana Marrone, que combatió como soldado del Batallón de Ingenieros 9 y transicionó después de género masculino a femenino.
El panel estuvo integrado por Alba Rueda, Victoria Torres, Raquel Robles, Frida Herz y Florencia Mártire, femineidades que escribieron libros sobre el tema en los que se desmarcan del relato de la Patria masculinizada. Y trajeron los relatos de cómo vivieron ellas durante la adolescencia cuando sus amigos eran convocados para ir a combatir a Malvinas, las historias de sexualidad y de erotismo a partir de las cartas que las chicas les escribían a los soldados, cómo lo tramitaron las diversidades sexuales, las vivencias de la hija de un soldado que se suicidó después de la guerra cuando ella era muy pequeña y en la casa no se hablaba del padre, la mirada de una hija de desaparecidos durante la dictadura de 1976 y la reflexión sobre Malvinas como un campo de concentración más mientras los militares argentinos genocidas dirigían las operaciones bélicas.
Alba Rueda invitó (y nos invita a todes, a les lectores de Soy también) a “ubicarnos en una posición subjetiva sobre la guerra, y no solamente la mirada objetiva sobre el debate de fondo”. Quienes vivimos aquellos días recibimos un impacto emocional, afectivo, especialmente por lo que estaban viviendo los soldados conscriptos de las clases 1962-1963 y por las noticias que llegaban al continente.
“Yo soy bastante menor que los conscriptos que fueron a Malvinas”. Durante la vigencia del servicio militar obligatorio en la Argentina se sorteaba a los muchachos según los últimos números de la libreta de enrolamiento o DNI. Los que sacaban número bajo se salvaban de la conscripción, pero eran los menos. “Fui sorteada con los pibes de la secundaria al año siguiente del asesinato del soldado Omar Carrasco. Muchas personas travestis eran sorteadas todos los años en el grupo de los varones”, recuerda Alba Rueda.
Omar Carrasco fue un conscripto asesinado a golpes mientras cumplía con el servicio militar obligatorio en la guarnición neuquina de Zapala.
“La marca generacional de Omar Carrasco fue muy fuerte para todos. Éramos una generación que estaba creciendo en la década de 1990 con un proceso de desmantelamiento del Estado y la consolidación del neoliberalismo. Yo desacaté la intimación para enrolarme al servicio militar obligatorio. Para ese momento ya existía un movimiento de familiares para que no nos presentemos a los cuarteles. Con 17 años, asistía sola a esas convocatorias de familiares. Las fuerzas armadas nos enviaban cartas intimándonos a presentarnos, para detenernos en el momento en que lo hiciéramos. Esto habla de los imperativos de las fuerzas armadas a las distintas generaciones. Pensar Malvinas es pensar estas tramas que atraviesan nuestra biografía”, desarrolló Alba Rueda.