En octubre de 1992, Madonna editaba S.E.X., un libro de fotos y textos en los que desplegaba todas sus fantasías eróticas. Con ese gesto cambió de una vez y para siempre los parámetros de lo que estaba permitido o no para una mujer en el arte (y en la vida real, por añadidura), en términos de poder mostrar aspectos de su sexualidad. Allí había una sexualidad volcada sobre su propio placer, su goce, su autoconocimiento y una autopercepción que ponía distancia de la tradicional imagen sumisa y objetual de las mujeres. Hace unos días, cuando se cumplieron treinta años de ese hito, Madonna publicó en sus redes sociales un breve texto que terminaba diciendo: “Me llamaron puta, bruja, hereje y diabólica. Ahora Cardi B canta sobre su concha, Kim Kardashian puede aparecer en cualquier portada enseñando el culo, y Miley Cyrus puede acabar como una bola de demolición. De nada, perras”. Unas semanas más tarde, en Buenos Aires, el público de un Movistar Arena estallado coreaba a voz en cuello: “Yo sé cómo hablarle a mi bitch/ Yo sé cómo cortar mi hachís/ Si te muestro, viene la police/ Si me agacho siente tú mi clítoris”, a instancias de “Sana Sana”, de (y con) Nathy Peluso.

¿Quién es esta chica? Una antiheroína, mezcla de Moria Casán, Terminator y mina Manara. Hípersexual. Híper-rítmica. Híper-musical. Excesiva, explosiva, agresiva. ¿Es su performance una demostración de fanfarronería? ¿De virtuosismo? ¿De poder? ¿De amor? A través de los años, Nathy Peluso fue perfeccionando este personaje que le sirve de trampolín y de coraza. Una especie de cyborg sexual avasallante. Una personificación extrema del empoderamiento femenino. Su voz, su flow, su cuerpo y su ser-en-el-arte son un reflejo del trabajo y del esfuerzo que la depositaron en el lugar en el que se encuentra. Fuerte, decidida, inquietante, tremendamente concentrada en el hecho de que hay un aquí y ahora absoluto y fugaz, en el que puede perderse y encontrarse siempre que ella lo decida. Las riendas de este asunto están en sus manos. El power reside allí, puede palparlo, manipularlo. Y eso quedó bien claro el jueves, tras las casi dos horas que duró el primero de los dos shows que dio en Villa Crespo, en el marco del Calambre Tour.

Poco después de las 21, las luces del estadio se apagaron, el escenario tardó en iluminarse de un azul brumoso, opaco. La silueta de Peluso se adivinaba como una sombra impresa en el fondo esmerilado de la escena. La banda tomó sus lugares y entonces emergió: inmensa, intensa, para arengar, invitar a perderse, a dejarse llevar: “¿Qué será de mí mañana? Lo prendí todo esta noche para celebrar”, cantó en el extremo de la pasarela que la depositaba en el centro del campo. “Celebré” y “Sana sana” encendieron la velada con un pulso hiphopero que con “Buenos Aires” bajó las revoluciones para sumirlo todo en la atmósfera melancólica de una tarde de ciudad nublada y fría. “No saben cuánto significa para mí que estén acompañándome esta noche. Gracias, familia”, saludó.

Con la intro de “Puro veneno”, esta argentina radicada en España desde los 9 años dio cuenta de todos los elementos que construyen su lenguaje corporal, sirviéndose de un puñado de rosas de tallo larguísimo que, una a una, mordió, lamió, se las pasó entre las piernas, las besó y las tiró al público. Después de “La despedida”, el cover de Daddy Yankee, la cadencia de “Sugga” y “Llámame” recordó muy gratamente el estilo IKV, otros que hace más de treinta años cambiaron algunas cosas acá en la Argentina y abrieron un mundo de posibilidades que hoy se hace eco en las propuestas de artistas como Peluso.

“Ateo”, la bachata que grabó con C Tangana, y la salsa imponente de “Mafiosa” cerraron el bloque bailable del set. Arrodillada en el centro del escenario, iluminada solamente con un reflector cenital, en una imagen mística, casi religiosa, la voz de Peluso, profunda y pesada como un manto, brilló en “Arrorró”, el momento introspectivo del show que coronó con una versión de “Viernes 3AM”, de Seru Giran: “Esta canción la preparé especialmente para ustedes y es un homenaje a mis raíces”, la presentó, conmovida.

Pero poco duró el recogimiento porque inmediatamente después, el último tramo del recital explotó con la impactante BZRP Music Sessions #36, y ese culo que no es plastic tomó el escenario en el papel que mejor le queda: la nasty girl sin miedo a nada, la que va al frente, la que sabe lo que quiere, cuándo, cómo y dónde lo quiere. El rant final se trató de eso: “Estás buenísimo”, “Delito”, “Business Woman”, “Emergencia” y “Corashe” sirvieron de telón de fondo para el despliegue de una Nathy Peluso en estado puro y de gracia: esa que se contonea, se dobla, se tira al suelo, se pone en cuatro, boxea, patea, todo mientras rapea furiosa, extática, y baila como si en eso se le fuera la vida.

“Nunca voy a olvidar este primer amor, nunca voy a olvidar lo que he crecido de su mano, nunca voy a dejar de rendirles culto, de admirarlos, de acompañarlos todo lo que pueda y siempre estarán en mi corazón ahí donde vaya. Diga lo que diga la gente, ustedes saben que hay cosas que no se pueden decir en palabras y este amor es verdadero. Espero que se lleven algo inolvidable. Espero que yo me vaya haciendo grande con ustedes. Y que siempre tengamos esta reunión de amor. Gracias por confiar”, antes de cerrar con “Vivir así es morir de amor”, Peluso dejó caer la máscara de mujer indestructible por unos segundos y, visiblemente emocionada, se abrazó al público con estas palabras. Profeta en su tierra. Porque no le faltó corashe.