Paula Ormaechea siempre fue una persona sanguínea. Tanto dentro de la cancha como fuera de ella suele exhibir sus emociones de manera genuina y transparente. Es una de las referentes del tenis femenino argentino, supo estar en los grandes escenarios y pelea por volver a meterse en la elite, hoy con otra madurez y sin presiones.
La sunchalense tiene 30 años y, sostiene, ahora vive de otro modo. En el Argentina Open juega su primer WTA en territorio nacional, un certamen por demás especial. Sobre todo por el año que le tocó transitar: en marzo pasado perdió a su padre Marcelo, de 59 años, por una aneurisma. Sintió el dolor en lo más profundo y se sumió en una aguda depresión.
"Hacía mucho tiempo que no jugaba en Buenos Aires. Creo que es la primera vez que juego un torneo profesional acá. Había visto a los chicos por televisión y esta vez me tocó a mí. Es muy lindo competir. Estoy en un momento especial de mi carrera, porque la verdad es que fue un año muy difícil. Ya venía con algunos años complicados pero este, obviamente, fue mucho peor. Pero disfruto de jugar acá. Y creo que lo disfruto como nunca antes", expresó Ormaechea en diálogo con Página/12.
Esta temporada le tocó jugar bastante más que en los últimos años en territorio argentino. Cerca de su gente, de sus amigos. Abrazada al cariño incomparable que surge por estas latitudes. En particular la provincia de Tucumán jugó un papel preponderante: en enero y en febrero jugó dos W25 -ex Women's Circuit de 25 mil dólares en premios-. Llegó a las semifinales y a la final. El segundo de ellos cobró una relevancia emocional insuperable: fue la última vez que su padre Marcelo, su mayor hincha, la acompañó en una cancha.
Radicada desde hace años en Italia, hoy tiene tomada una determinación por adelantado: volverá a vivir a la Argentina. "Siento que mi etapa en Europa ya se terminó. Yo me fui allá por mi ex pareja (NdR: el el medallista olímpico de vóley Luciano De Cecco). Eso llegó a un punto y ya está. Sucedió todo lo de este año y empecé a plantear las cosas desde otro lado. No le encuentro el sentido, sinceramente, a estar lejos y sola. Me dieron ganas de irme de allá. Todavía no tengo decidido ni cuándo ni dónde, pero en algún momento voy a tomar la decisión".
Para Ormaechea el tenis es una pasión. Así lo transitó durante toda su carrera y así lo exhibe cada vez que entra a una cancha a pegarle a la pelotita. Hoy, con otras cosas en su balanza emocional, las vivencias pasan a través de otro prisma: "Más allá del tenis hoy trato de tomar decisiones desde el lado personal. El deporte es importante pero hoy mi prioridad soy yo".
Esa mirada diferente para tomar las cosas, con otra edad y con otro recorrido, se siente más suelta. Está liberada y lo disfruta de un modo distinto. "La verdad es que sí, me siento más suelta en la cancha. Cuando a uno le suceden ciertas tragedias empieza a ver las cosas que son importantes. El tenis es importante pero uno deja de dramatizar. Es un partido de tenis, al fin y al cabo. Es mi carrera, es de lo que vivo, pero no es tan terrible. Pero uno siempre está metido con el tema económico y por lo que tanto quiere hacer que termina perdiendo. Pero es otra edad, uno crece, madura y mira la vida desde otro lado", profundizó.
En las últimas semanas Ormaechea volvió a Tucumán, el sitio en el que la acompañó su padre por última vez. La última semana aportó allí el único punto en la polémica derrota de la Argentina ante Brasil en la Billie Jean King Cup, pero el mes pasado se había consagrado en otro W25 y dejó escapar la emoción: "Volver acá fue recordarlo en cada rincón". Las lágrimas denotaron tristeza y felicidad en simultáneo. Sintió su presencia. "Gracias, vida", escribió más tarde.
El desahogo fue enorme. Hubo conmoción, alivio. En cierto punto hasta se liberó. Habían sucedido meses oscuros. Había transitado un túnel con muy poca luminosidad. Había pensado en no vivir más. Pero salió y hoy lo cuenta con la vista en el espejo retrovisor: "Fue mucho trabajo. Tuve la gente justa al lado mío durante este tiempo. Mi amigo Augusto (NdR: Arquez, director del torneo de Tucumán, a quien conoció semanas antes del fallecimiento de Marcelo) cumplió un papel súper importante, porque creo que fue la persona que mejor me llevó. Me dio la mano y nunca más me la soltó".
Comprendió el problema, tuvo la valentía de compartirlo y de dejarse acompañar. Por eso hoy lo cuenta y hasta se anima a concientizar al respecto: "No es fácil estar al lado de una persona que está deprimida. Hoy me doy cuenta, sinceramente. Cuando lo ves de afuera te preguntás qué tan difícil puede ser o por qué no hace esto o lo otro. Pero uno lo entiende cuando lo vive. Es muy complicado. Augusto fue muy sabio, muy empático, y pudo sacarme adelante. Trabajé mucho con terapia, claro. Viví el dolor. Estuve muy mal y en ese momento no pensaba que pudiera salir, no te voy a mentir. No lo veía posible. Pero lo pude sobrellevar. Lo hablé, lo viví, lo lloré muchísimo. No privarme de mis emociones fue lo más importante".