El campeonato mundial de fútbol en general, pero en particular la celebración popular que brotó a partir de la consagración de la selección conducida por Lionel Scaloni, dio lugar una fiesta popular que no solo desbordó todo lo previsible sino que se transformó en una manifestación de identidad colectiva para una sociedad sedienta –en particular los sectores populares seriamente golpeados por crisis de diverso orden- de sentirse partícipe y protagonista de un triunfo, de una alegría colectiva, de convetir en “de todos y todas” un logro que un puñado obtuvo en una cancha de fútbol en el lejano Qatar.
Así como la “scaloneta” contuvo a la comunidad toda y es allí donde cada uno y cada una se transformó en “Messi”. Todos fuimos Messi en algún momento y todos formamos parte, desde algún lugar y de alguna forma, de la “scaloneta”.
Todo se sintetizó en la fiesta popular, que en determinado momento no necesitó ni siquiera de la presencia excluyente de sus principales protagonistas (los integrantes de la selección). Porque la fiesta adquirió vuelo y significación por sí misma como expresión de lo social, de la recuperación de lo colectivo, como explosión de la necesidad del encuentro y la fraternidad. Un espacio donde el abrazo se hizo gratuito, desinteresado y ajeno a cualquier división real o imaginaria, política o deportiva. Porque la fiesta popular es síntesis que permite reencontrar la unidad de lo social, recuperando imágenes del pasado en función de un futuro anhelado. Por eso la fiesta dejó de lado cualquier disputa Maradona-Messi para generar una nueva síntesis en el canto popular, en los estribillos, en las imagénes.
La fiesta popular es por sí misma un espacio de encuentro en la diversidad, donde es posible la transgresión de los sistemas de poder imperantes para abolir en el abrazo y en la participación toda diferencia, toda rivalidad. La fiesta une y ritualiza para generar su propio sistema de poder y de significación.
La fiesta popular es vivencia colectiva, que se ubica por encima de las identidades y de las particularidades de quienes participan. Porque el protagonista del festejo es el “nosotros” que nos unifica y nos identifica por sobre todo.
Sin perder de vista tampoco que el espacio de la fiesta en la manifestación popular es también un lugar de resistencia frente a las injusticias y a las precariedades que enfrentamos en la vida cotidiana. Es una manera de rebelarse contra el “no se puede”, de perforar las fronteras de lo permitido aún cuando se establezcan –como quedó en evidencia- que hay otros límites que impone la experiencia colectiva y que hacen al cuidado común que es preservación de cada uno y de lo comunitario al mismo tiempo. Si así no fuera ¿cómo se explica que cinco millones de personas se hayan movilizado sin necesidad de controles de seguridad o de medidas de prevención?
Todo ello ocurre además porque la fiesta popular es la manera de liberar la corriente de alegría que habita en cada uno de nosotros y que, por los rigores de la lucha cotidiana, no encuentra otra forma de canalización. Es la manera de hacer colectiva la alegría de todos y todas, de dar rienda suelta al abrazo y la fraternidad sin importar con quien ni preguntar por la identidad del que está al lado. Que es “el otro”, “la otra”, hermano y hermana sin nombre, tan anónimo como viejo conocido, y tan merecedor como uno mismo de participar del jolgorio masivo.
La fiesta no borra la diferencia, no hace desaparecer el conflicto. Pero, al menos circunstancialmente, lo metaboliza en lo común para dar lugar a lo mejor de la energía colectiva que permite soñar en futuros diferentes y colectivos. Por eso es germen de lo nuevo e inquieta a quienes desde cierto lugar del poder hacen hasta lo imposible para que nada cambie.
En estos y en muchos sentidos, la fiesta es una de las máximas expresiones de la comunicación popular. Y por esto también allí hay lugar para la música, el canto, la literatura, la creatividad, el arte y sobre todo la expresión oral tan central en la cultura latinoamericana.
Gracias al fútbol que propició la fiesta. Y gracias a todas y a todos los protagonistas populares, arquitectos anónimos de una genuina manifestación de comunicación, de liberación y de expresión de deseos de un futuro colectivo que incorpora las diferencias pero que fermenta en la fiesta para hacer germinar algo nuevo, genuino y diferente.