Con el correr del tiempo el negocio alrededor del deporte se volvió cada vez más exorbitante. La mercantilización, de crecimiento exponencial en plena era de la globalización, se fagocitó acaso el activo más valioso que tiene la industria: el juego.
El suceso más importante en todo deporte es, aunque esta época lo haya vuelto más difuso, lo que ocurre dentro del campo de juego. Los deportistas ya no parecen jugadores sino animadores del negocio-espectáculo. Representan el factor principal en la venta del producto.
En los últimos años irrumpió, sin embargo, un niño que simboliza la esencia más natural del deporte: jugar por jugar. Por más ambición que pueda tener por comerse el mundo, el joven tenista Carlos Alcaraz nunca se olvida de disfrutar. Jugar, en definitiva, por la meta única de jugar.
"Intento disfrutar: amo jugar al tenis. Si gano o pierdo me voy contento. Eso se junta con mi gusto por competir. Trato de hacer cosas nuevas que quizá no eran habituales en el circuito. Todo eso me hace sonreír y pasarla bien", reflexionó el español de 19 años, aplastante campeón del Argentina Open, una máquina de ganar cuyo rostro, además, irradia la felicidad por hacer lo que más le gusta.
Así quedó reflejado en las entrañas del Buenos Aires Lawn Tennis Club: festejó pero, en el medio, hasta hizo malabares con la raqueta para divertirse y entreneter al público. En el sitio más emblemático del tenis argentino Alcaraz volvió a encumbrar el autotelismo del tenis: la pulsión por hacer una actividad sin otro objetivo que sí misma.
El deporte no necesariamente es (o debe ser) autotélico. Pero el juego, en su definición más genuina, sí lo es (o debiera serlo). Por eso Alcaraz, que nació en el Palmar -una pequeña localidad en Murcia con apenas 25 mil habitantes-, jamás desestimó el arte de jugar por sí mismo, ni siquiera luego de haber ganado el US Open y haber emergido como el número uno más joven de la historia.
Incluso con su nombre grabado para la posteridad, y el tenis inmerso en un mundo que convirtió todo rubro en objeto de comercio estandarizado, Alcaraz es un revolucionario: un niño jugando.