Temblando de miedo, escondida toda la familia en un silo de arroz, oía caer los granos que le iban a salvar la vida. Afuera, los enemigos de los liberales los buscaban para matarlos. Colombia tinta de sangre desde el asesinato del líder liberal José Eliecer Gaitán, el que fue la esperanza de los desposeídos. La familia de Totó escapa de su pueblo, Talaigua nuevo, en la isla de Mompós. Pasan por varias ciudades. Literalmente atravesando las plazas llenas de cuerpos. Escapando de la trompeta del toque de queda. Se decidieron por Bogotá. Era más fácil ocultarse. Sube la corriente, queda sola con la luna. Totó la Momposina revive con su garganta el ritual del humano que lucha con la naturaleza para llevar comida a casa. Le han dicho mil veces que no, que esa música ya no existe. O peor, que nunca existió. Pero a ella, a Sonia Bazanta Vives, conocida por el público como Totó La Momposina, esa música se la enseñó la anciana Ramona Ruiz. Y las otras mujeres del pueblo. Y su mamá, Libia Vides, que una vez instaladxs en Bogotá, hizo llevar tambores para que sus hijxs no perdieran el contacto con sus raíces. Papá Daniel Bazanta -descendiente de bantúes- llenó la casa de acordeonistas, entre ellos el legendario Alejo Durán. La casa Vides-Banzanta se transformó en el Consulado Musical del Caribe en Bogotá, donde recalaban los músicos de la costa colombiana y los intelectuales de la elite de la capital. Totó canta para pobres, canta para ricos. De tanto plantarse a defender la música ancestral, se le ha cerrado muchas veces la garganta, se le nublan las canciones del maestro Benito (José Benito Barros Palomino, el muchacho de El Banco del río Magdalena que escuchó cantar a Gardel en Medellín). “Yo me traslado viendo al maestro Benito. Debo cuidarme de lo externo, porque el canto es físico. Me están escuchando las personas que no veo”. Cuando Sonia tenía 14 años, la escuchó cantar Celia Cruz: “Oiga, Libia, cuide a esa niña. Tiene una voz potente y será importante”. No se equivocó. En 1982, García Márquez invitó a cantar a Totó, cuando le entregaron el Premio Nobel en Estocolmo. La reina Silvia de Suecia batió palmas y les hizo tragar el protocolo a los periodistas colombianos que pronosticaron que La Momposina los iba a hacer quedar en ridículo. Totó adquirió densidad cantando por las calles de Francia, compartiendo alojamiento con lxs trabajadorxs que iban a la vendimia, como una más, entre cientos y cientos de colchones. Trabajando proyección internacional. Desde ese lugar de sumo esfuerzo llegó a la Sorbona, donde estudió historia de la danza y gestión de espectáculos.
Las barajas les anunciaron que “una señora morena iba a estar solicitándolas”.Comienza agosto y Totó acaba de cumplir 77 años. Llega a Buenos Aires para encender nuestra sangre mestiza, como ella lo expresa: “Cuando tienes una verdadera identidad, como en las familias, no todos los dedos de las manos son iguales. Uno tiene que encontrar el conocimiento por la comprensión y que aparezca la unidad en medio de tanta diversidad”.
Se presenta el domingo 6 de agosto, a las 19, en el CCK, Sarmiento 151.