¿Qué queremos decir cuando decimos disidencia sexual en nuestro presente? ¿Qué sería lo disidente en la disidencia? ¿Y si la disidencia sexual es algo que ya fue? ¿Qué fue la disidencia sexual? ¿Cómo sería una disidencia sexual aquí y ahora? Son algunas de las hipótesis echadas a rodar como “ficción de laboratorio” en el libro Donde está el peligro. Estéticas de la disidencia sexual de Mariano López Seoane, recientemente publicado por Beatriz Viterbo Editora.
Un libro que hace un apasionante viaje por los derroteros de lo queer en la cultura norteamericana como también a través de la radicalización de las disidencias sexuales en Argentina, haciendo paradas en las distancias reapropiaciones deformantes, resistencias y tráficos fructíferos entre el norte global y Sudamérica. Un libro “no sólo para expertos”, auguró Cecilia Palmeiro, en la presentación que organizó la editorial, hace dos semanas, en la Feria del Libro.
Con una “fiebre de archivo”, como carecterizó, en ese evento, Gabriel Giorgi -“arcángel y guardian de la crítica”, según la dedicatoria en el libro-, el trabajo metodológico del autor indaga la cópula entre acción política e imaginación estética, en intervenciones artísticas y culturales disidentes.
Lengua de loca
Mariano López Seoane, -a.k.a “Marianella”, rebautizado así por su maestro Daniel Link- es profesor e investigador de la Universidad de Tres de Febrero, donde dirige la Maestria en Estudios y Políticas de Género. Allí, imparte hace tres años el curso “Estéticas de la disidencia sexual”, que lo condujo al proyecto del libro. Si bien cada capítulo del libro es el bosquejo desplegado de esas clases escritas en una generosa lengua de “maestra”, al mismo tiempo, desata una “lengua de loca”, -como les gusta categorizar a la maestra Marianella” con su amiga de batallas La Palmeiro-, que conmueve, polemiza y divierte.
Cual “Marica Terminator”, -según la tipología gay que hace Paul Preciado, en Testo Yonki; o bien, “Musculoca”, en la jerga criolla- Mariano se afirma, en su libro, como curador de una “galería de caprichos”, desde el análisis de las culturas gay en Occidente. Los colectivos de las disidencias sexuales, genéricas y afectivas desde los años 60’; el panorama de la institucionalización y burocratización de la teoría queer en la academia; la contracultura del sexo, las drogas y el rock and roll; una relectura de la persistencia del estilo camp; una breve historia de la disidencia sexual en el cine; las potencialidades ambivalentes de la cultura del ballroom y la práctica drag; la recuperación del GAG (Grupo de Acción Gay) y de su figura incandescente de Jorge Gumier Maier, de la mano de los estudios de Nicolás Cuello y Francisco Lemus, le permiten, al autor, arriesgarse a contradecir cierto tono de moral punitivista y seguritista de nuestro presente. Un “tonito” que performatea todos los ámbitos sociales y que al parecer la disidencia sexual, también, ha quedado atenazada en las garras de esa organización del miedo y de la ansiedad. SOY, habló con el autor, quien reza con el poeta Friedrich Hölderlin: “Allí donde está el peligro/Crece también lo que nos salva”.
Marcás como un grado cero de la disidencia sexual, tal como la entendemos y la nombramos hasta el día de hoy, los finales de los 80’, con la crisis del SIDA. ¿Cómo juega ese contexto en el libro?
-En el primer capítulo aparece ACT UP (AIDS Coalition To Unleash Power) y en el último el GAG, pero son cosas que sucedían a la vez. ACT UP, creo que marca el modo en que entendemos la disidencia hoy. Produce una resignificación de la palabra queer, que seguimos usando, a veces, sin saber qué significa. Hago un rastreo para entender por qué aparece ese término ahí, con qué tiene que ver, qué historia trae, y remarcar dos aristas básicas que a veces se olvidan: 1) es un término especialmente pensado como no identitario, o sea, post-identitario; 2) quiere ser un término que habla de una coalición, no de una identidad de género u orientación sexual específicos. En una reunión de ACT UP podían coincidir y luchar juntxs una multitud vario pinta: trans, gays, inmigrantes de Haití HIV positivxs, madres solteras, etc. Queer quería venir a mencionar como una persona se podía incluir ahí sin definir con quién cogía o cuál era su género. Lo queer retoma la tradición de los 70’ de frente popular. Otro elemento es que es una palabra que arrastra una carga negativísima, como puede ser acá, puto, marica, degenerado… Y que, conscientemente, se reapropia para que sea una palabra incómoda. Queer quería ser una palabra ríspida. Uno de los documentos fundacionales asociados con ese término es el manifiesto “I hate straights”: “Odio a los héteros”. Hay una voluntad de ir al choque. Pareciera una contradicción con el otro término, pero no. Cómo a la coalición post-identitaria se pueden sumar más personas y, a la vez, ir en contra de lo que académicamente llamaríamos la heteronormatividad. Me parece que condensa mucho de lo que nos interesa a las personas que yo creo que todavía hoy siguen pensando en la disidencia sexual.
¿Y cómo irrumpe el GAG en Buenos Aires?
-El GAG es un poquito anterior acá. Eso es notable.
Sí, principios de los 80’.
-El volante ese que traigo en el libro, es increíble, ¿vos lo conocés?
El de la convocatoria a la “Marcha por el Día de la Liberación Gay”, en Parque Lezama.
-La lista de convocatoria es impresionante. Dice: “A más de media humanidad”: tullidos, sifilíticos, albinos, etc. Podría llamar a engaño porque se llaman Grupo de Acción Gay, pero “gay” en el 84’ no es lo “gay” de ahora. Era una palabra en disputa, aún. En el GAG, al igual que en ACT UP, había una voluntad de sensualizar la política. Los dibujos de Marcelo Pombo en la revista Sodoma que hacían, la lengua erótica de Néstor Perlongher en sus artículos, las fiestas que organizaban eran muy importante en el activismo del colectivo.
Reivindicás la figura de Jorge Gumier Maier al final del libro.
-Gumier Maier fue un militante tradicional de la izquierda argentina, fue activista y fundador del GAG, creando una nueva forma de hacer política. En los 80’ está a full en la calle y en los 90’ parece replegarse. Como curador en el (Centro Cultural) Rojas, toma una distancia marcada con el activismo, aunque con una disciplina impresionante en relación con lo que le interesó mostrar ahí. En su texto “El Tao del Arte”, intenta sacar al arte de esas capturas que suelen hacer la curaduría y el activismo. Pero en los 80’ estaba en otro lugar, pensando, al igual que ACT UP, en modos de cópula entre arte y política.
A lo largo del libro desarrollás la idea de que la articulación que la disidencia sexual hace de la acción política e imaginación estética transforma la función del arte y también los modos de intervenir políticamente. ¿Cuáles serían esas afectaciones y mutaciones?
-Es muy notable cómo en los 80’ todas las protestas callejeras estaban teniendo una dimensión estética. Cómo transformar ese espacio en un espacio también festivo. Lo que significa una dimensión de lo sensorial. Protestar, intervenir un edificio, también es del orden de la experiencia estética, te mueve a otros niveles. Varios colectivos de artistas, que estudio en el libro, estaban muy ligados al activismo.
Había, además, un tráfico de locas, textos e ideas, entre Buenos Aires y Nueva York, ya a principios de los 70’, que mencionás en el libro.
-Tal cual, el artista argentino Juan Carlos Vidal que, además de fundar con Néstor Latrónico la agrupación Third World Gay Revolution (Revolución Gay del Tercer Mundo), diseñó el afiche de la primera marcha del orgullo de Nueva York e hizo varias tapas e ilustraciones de la revista Somos del FLH (Frente de Liberación Homosexual) de Argentina, que ambos pasaron a integrar.
Es sorprendente que Revolución Gay del Tercer Mundo era muy interseccional para ese momento: reunía a latinxs, negrxs y locas argentinas…
-Era un grupo muy chico, pero efectivamente bastante variado, y que además tenía contactos con la militancia guerrillera de Los Young Lords y Panteras Negras. Influenciaron para que el líder de los Panteras Negras, en 1970, hiciera un discurso reconociendo las luchas feministas y gay.
Un activismo de “una política que conmueve”, como citás, en un pasaje, a la ex activista de ACT UP Deborah Gould.
-Sí, ella escribe un libro sobre ACT UP que se llama Moving Politics, que se puede traducir por “mover la política”, pero también puede ser “una política que conmueve”. Una política que busca afectar. ¿Cómo afectar, primero a lxs activistas para que tengan fuerza para seguir haciendo lo que están haciendo?
Pienso en la “Marcha de los Barbijos”, a finales de los 90’, que organizábamos desde la Red de Personas Viviendo con VIH-SIDA, frente al Ministerio de Salud y, también, recientemente en el activismo lesbiano, transmasculino y no-binario en torno a la liberación de Higui como momentos de conmoción política del activismo de la disidencia sexual local.
-Tal cual, qué del activimo puede afirmar la vida en un contexto.
En sus comienzos la estrategia queer fue una “estrategia callejera”, sostenés en el libro, luego se va institucionalizando, burocratizando y mercantilizando.
-Es lo que pasa en la academia de Estados Unidos y es dramático. En el momento en que se crea lo queer como campo académico, el divorcio de la calle es inmediato. Se nos forma una cosa súper teórica, filosófica, de cruce de lecturas pero la relación con la calle se pierde.
Sin embargo, en Sudamérica hay contingentes distancias, trabas de circulación, resistencias, institucionalizaciones e itinerarios propios, apropiaciones deformantes, a los procesos del norte global como describís, por ejemplo, cuando hablás del CUD (Colectivo Universitario de la Disidencia Sexual) en Chile; o pienso en la performatividad antiacadémica de la artista y activista chilena Hija de Perra.
-La fortuna que tenemos en el Sur, entre todas las desgracias que tenemos, es que esa distancia alienta traducciones bastardas constantemente. Y pasan cosas maravillosas. Me acuerdo que estudiaba Letras en Puan y estaba en la materia “Teoría y Análisis Literario”. Mi profesora de trabajos prácticos era Silvia Delfino. Alguien realmente increíble. Esos personajes que no fueron tan visibles, pero que han impactado en mucha gente. Un día, después de la clase, dice: -“¿Bueno, y ahora quién quiere venir al práctico?”. Ya eran como las once de la noche. Y yo pregunto: “¿Qué es? Y ella dice: “Vamos a ir a Constitución, a hablar con las compañeras travestis”. Yo era un puto de Palermo, tenía 18 años y nunca habia visto una travesti, no tenía ni idea qué era ese mundo. Fuimos dos más y yo. Silvia integraba una especie de brigada nocturna con Lohana Berkins y Flavio Rapisardi. Daban apoyo e información clave a las trabajadoras sexuales en la calle para defenderse de la policía. Delfino, con Rapisardi y Lohana, habían creado en el año 98, en el Rojas, un Área de Estudios Queer. Era una cosa supuestamente de la universidad, pero en realidad, además de las lecturas y publicaciones que hacían, eran estas brigadas queer, con distintas acciones en la calle.
Hablás de una “disidencia sexual situada” en el libro, ¿cómo sería?
-La disidencia sexual se presta mucho a algo que para mí es errado, que es que habría ciertas identidades que automáticamente son disidentes. Tenemos miles de ejemplos que no son el caso, no hay nada en la identidad que te asegure disidencia. Entonces, la idea de situada tiene que ver con entender la localización cultural y geográfica, pero, principalmente, el alcance de lo que está irritando un cierto contexto sociopolítico y cultural, cómo puede limitarlo o, también, potenciarlo. Es decir, ¿dónde y cuándo puede intervenir?
Siguendo el proyecto metodológico de José E. Muñoz en Utopía Queer, que retomás en tu libro, ¿no pensás que el proyecto de subversión sexual y social del FLH, que según la historización que hace Perlonger fracasó porque no pudo engancharse con su propia comunidad homosexual ni con la izquierda peronista, es un rastro utópico que puede reactivar en el presente?
-Totalmente, ya lo fue, y está claro que la lectura de Perlonger fue un poco precipitada. Pienso en cuáles son nuestros linajes. Perlonger, por supuesto, la CHA (Comunidad Homosexual Argentina), (Carlos) Jáuregui, pero también la Coca Sarli, (Sergio) De Loof… Producciones estéticas y formas de vida que han creado espacios de educación afectiva. Entonces, hay que hacer ese trabajo de ver cuáles son esos rastros que no están sólo en los espacios políticos obvios. Producir política en sentido disidente no es sólo ser funcionario, legislador o activista. Hay múltiples formas mucho más divertidas de intervenir y transformar.
Fiesta de presentación de Donde está el peligro. Estéticas de la disidencia sexual de Mariano López Seoane y Mareadas en la marea. Diario íntimo y alocado de una revolución feminista, de Fernanda Laguna y Cecilia Palmeiro. Viernes 19, desde las 19hs. En Las Deudas (Virrey Liniers y Agrelo, esq. Rosa, CABA)