Juan Martín Del Potro es el tenista argentino más relevante de las últimas cuatro décadas. Multicampeón, carismático, querido en cada rincón del mundo, emergió como un piloto de tormentas que, si bien saboreó la gloria en la era dorada, condujo su carrera en un desenfrenado periplo signado por una dualidad: las mieles del éxito y la pesadilla de las lesiones.
Actor protagónico en la época dominada por Novak Djokovic, Rafael Nadal y Roger Federer, acaso los tres más grandes de todos los tiempos, celebró triunfos grabados a fuego y, al mismo tiempo, se transformó en un maestro de la resurrección: subió, festejó, bajó y volvió, de manera repetida.
Se sentó en las nubes con los titanes y también pasó ocho veces por el quirófano. Primero por las muñecas y las últimas cuatro, entre junio de 2019 y marzo de 2021, por la fatídica fractura de rótula que sufriera en octubre de 2018, en Shanghai, cuando estaba a tiro de pelear por el número uno del mundo. Nunca se recuperó; de hecho los dolores lo aquejan en la vida cotidiana.
En plena búsqueda de soluciones, jugó su último partido oficial el 8 de febrero de 2022, en la que se convirtió en su noche de gratitud en el Buenos Aires Lawn Tennis Club, en una anecdótica derrota ante su amigo Federico Delbonis. En aquel momento, sin embargo, no anunció un retiro formal.
"El dolor repercute en la vida diaria. Tuve que sacar armas de vida, no deportivas, y quizá son las que menos entrenadas tengo. Este desafío es diferente a los anteriores. Hoy no tengo una vida súper alegre, porque veo Roland Garros y quiero jugar, pero tengo que escuchar a mi físico y aceptar que el cuerpo me haga a mirar para otro camino en la vida", reflexionó, en una respuesta a Página/12, el exnúmero tres del mundo, que se propuso una nueva meta: despedirse en el US Open.
Campeón en Nueva York en 2009, cuando le ganó la final a Federer, profundizó: “Con el US Open tengo un deseo interno que es pisar la cancha por última vez y hacer un juego digno. Mi salud me manda mensajes que no son compatibles con ese deseo. Si en un mes el cuerpo me dice que no puedo hacerlo, que elija otra forma de cerrar mi carrera, voy a escucharlo. Pero todos los días me levanto para satisfacer mi deseo hasta que tenga que hacer un anuncio”.
Del Potro siempre fue un tenista muy emocional. Voló, se hundió y volvió a volar. Ahora la vida lo llevó a atravesar un proceso forzoso: su retiro no fue planificado y, por eso, se rehusa a pensar como exjugador.
“No tengo mi etapa en el tenis cien por cien cerrada, con llave y candado. En algunos momentos del día me siento un tenista activo. No veo videos como un tenista retirado. En mis redes sociales dice ‘tennis player’. Y lo quiero mantener. Es muy difícil el día después y, en mi caso, yo me preparo ahora. La vida me puso esto en el camino y no pude hacer un proceso como el de Nadal, por ejemplo, que anunció que la próxima va a ser su última temporada. Yo era el tres del mundo, me caí, me rompí la rodilla y todavía hablo con médicos para ver cómo puedo curarme. Me siento un deportista activo”, ahondó, en una charla que brindó en el marco de un evento comercial con la compañía DHL Express, con la que lanzó la campaña Open for US.
La dualidad, como en su carrera, forma parte de su vida: “Convivo con dos sensaciones. Tengo bronca, siento fastidio y me pregunto por qué. Y después me pasa al revés y pienso: ‘¿por qué no a mí?’. Soy común y corriente: hay muchos deportistas que sufren. (Carlos) Alcaraz quedó todo acalambrado después de jugar dos sets con Djokovic y tiene 20 años; yo con 20 años le gané la final del US Open a Federer. Cuando me tocaba lidiar con algo extra tenístico lo tomaba como un desafío personal. Nunca tuve un problema para ganarles a los mejores: mi problema era curarme de la muñeca. Si me duele para pegar el revés con top… ok, juego con slice, no uso la mano. Mi rival más difícil fue mi cuerpo. Yo no tenía miedo de jugar contra los mejores. Mi propósito siempre fue reinventarme para ir por lo imposible”.
Un estilo irrepetible
Del Potro les ganó siete veces a Federer, seis a Nadal y cuatro a Djokovic. Supo convivir en la época de los tres más grandes y hasta les arrebató una porción de la centralidad, con una personalidad que imantaba a los fanáticos y un estilo de juego explosivo.
“Yo sabía que tenía un arma que a ellos no les gustaba: mi juego potente, la velocidad de mis tiros. Ellos no lo tenían. Cuando me agarraban derecho los desbordaba en velocidad; por eso les ganaba. Lo más difícil era sostener ese mejor día durante toda una temporada. Mi desafío siempre era llegar a ese partido: era el cuatro del mundo y no podía perder antes de cuartos o semifinales", recordó el tandilense de 34 años.
Y explicó por qué llegaron tan alto: “Su talento es aplicar una diferencia mental superior. Tenísticamente todos son buenos. De quince torneos Federer o Nadal ganan seis o siete; pierden más que los que ganan. De 70 partidos juegan muy bien en diez, pero te ganan igual. Tienen un poder mental para hacerte saber que te van a ganar igual. En el 4-4 con break point vas a pensar: ‘Uy, le gano a Djokovic’. Pero ellos van a pensar que vos la vas a tirar afuera porque sabés que les podés ganar pero no va a pasar nunca. Me pasaba hasta que les perdí el respeto y entendí que sólo iba a tener una chance. Porque te dan una oportunidad por partido. Una sola. Si ganaste ese punto tenés tu chance; si lo perdiste ya está”.
¿Cómo salía Delpo del asedio emocional? La explicación, táctica y estratégica: “En esos puntos delicados pensaba en lo mejor que sabía hacer. Yo sacaba muy bien a la T y sabía que esa segunda pelota me tenía que quedar al drive. Y eso era winner. Tenía la seguridad de que mis mejores tiros, bien ejecutados, eran muy buenos. Lo que mejor hacen ellos es jugar bien esos momentos”.
Cuando casi se retira
Del Potro había afrontado tres cirugías por una lesión ligamentaria en la muñeca izquierda. A principios de 2016 ensayó el regreso a las canchas. Su ranking era 1042°. Alternó buenas y malas, pero reinaba la irregularidad. Y llegaron los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Así lo recapituló: “Yo ya había ganado todo y me rompí la muñeca. ¿Por qué iba a volver a jugar al tenis? Son desafíos personales por amor propio. Siempre quise ir por lo imposible. Cuando volví después de las operaciones de la muñeca todos me miraban de reojo, había presión de sponsors y yo no sabía si iba a volver a ser top 10. Río fue el torneo bisagra: había dicho que, si no me iba bien, colgaba la raqueta. En el sorteo me tocó Djokovic en la primera ronda".
"Antes del partido estuve tres horas encerrado en un ascensor. Fueron señales. Me rescataron los chicos del handball: salí y le gané a Djokovic. Era un punto final pero fue la reinvención de mi carrera: me colgué la medalla de plata (NdR: jugó la final ante Andy Murray) y, a fin de año, ganamos la Copa Davis”, rememoró.
La indeleble Copa Davis
La Copa Davis representó, durante muchos años, una etapa de angustia para Del Potro. La polémica final de Mar del Plata 2008, en la que apenas tenía 20 años, lo marcaría hacia adelante. La presión, el argentinismo, las disputas con una dirigencia tradicional y los años de ausencia, también.
Hubo un proyecto, no obstante, que lo enamoró. Y llegó justo cuando buscaba reinsertarse en el circuito. La campaña de 2016, que tuvo todas las series de visitante y terminó con la conquista en Zagreb ante Croacia, contrastó con todo recorrido previo: hubo comunión entre jugadores, equipos de trabajo, capitán, cuerpo técnico y dirigentes de una nueva gestión. Daniel Orsanic, el conductor deportivo de aquel viaje, resultó determinante.
Del Potro lo rebobinó con cierta emoción: “Hay que aprender a sufrir para después disfrutar del logro. En Argentina con la Davis se generaba algo muy especial. Cualquier chico del mundo te dice que quiere ganar Wimbledon, ganar el US Open o ser número uno; no menciona la Copa Davis. Nosotros, como buenos argentinos, queríamos lo que no teníamos. Yo estaba top 5, tenía medallas, pero no alcanzaba porque no teníamos esa copa. La trayectoria en la Copa Davis me había dolido muchísimo, porque también había perdido dos finales y me habían pasado cosas no muy lindas. Pero tenía que poner en la cancha lo que había aprendido de los errores del pasado: aprender del entorno, escuchar a mis compañeros, aprender del capitán”.
La Davis, en pleno deporte individual, es una isla. El hombre que dijo poder dormir tranquilo luego de haberse sacado aquella espina lo explicó a la perfección: “Nosotros convivimos todo el año con nuestro propio equipo y, de repente, vamos una semana a la Copa Davis y tenemos que entrenarnos cuando el otro no quiere o comer cuando dice el capitán. Es atípico. En la Copa Davis el capitán tenía que lidiar con un montón de egos, de problemas, de temas de programación, de viajes. Pero Orsanic, que fue nuestro gran capitán, tuvo ese plus de inteligencia y capacidad para saber escuchar. Supo ponerse en ese lugar y decir: ‘Ellos necesitan a su equipo, no me necesitan a mí. Yo acompaño, yo sumo, no impongo reglas’. También tuve grandes compañeros: yo les pude contar malas experiencias que había tenido para poner la copa, lo deportivo, por delante de todo. Todo era con buena cara, con alegría: nuestro objetivo era volver con la copa. Por eso la logramos”.