"Cuando Rafael era niño le dije que lo principal, para diferenciarse, era ganar Wimbledon", recordó años atrás Toni Nadal, tío, mentor y ex entrenador del multicampeón de Grand Slam. Lo rememoró luego de la cinematográfica final que su sobrino le ganara a Roger Federer en la edición de 2008, acaso el mejor partido de tenis masculino de todos los tiempos.
Quince años después, con Nadal ya consagrado en cada rincón del mundo, otro prodigio materializó el sueño y grabó su nombre para siempre. Pero con un plus. Porque Carlos Alcaraz no llegó al circuito para hacer historia. Lo suyo, en la perspectiva de los tiempos, avizora mucho más grande: vino para modificar la historia. La quimera que logró este domingo en Wimbledon, el torneo más antiguo y prestigioso del mundo del tenis, enlaza de manera perfecta con su propósito.
Quimera, por cierto, no es un vocablo escogido de forma azarosa: ganarle a un jugador como Novak Djokovic en el Centre Court del All England, con el cúmulo de récords que buscaba y el invicto que arrastraba, asoma como una proeza sólo separada para los elegidos. Fueron cuatro horas y 43 minutos de un choque memorable, con tintes antológicos, que quedó en manos de Alcaraz por 1-6, 7-6 (6), 6-1, 3-6 y 6-4.
Joya del tenis moderno, el jugador de 20 años llegó al circuito para modificar el paradigma y tomar el legado de la década y media dominada por Djokovic, Nadal y Federer. El domingo, en particular, retuvo el primer puesto del ranking ATP en un partido que lo ponía en juego y continuó el camino de dos españoles célebres: el propio Nadal, campeón dos veces en Wimbledon (2008 y 2010), y el mítico Manuel Santana, quien festejara en 1966.
“Es un sueño hecho realidad. Soy joven y es maravilloso llegar acá tan rápido. Trabajo todos los días para ganar estos torneos. Después de perder el primer set pensé: 'Tengo que mejorar porque la gente va a estar muy triste'. Lo felicito a Novak; es increíble jugar contra él. Se aprende mucho. Tiene 36 años y corrió más que yo. No esperaba jugar tan bien en pasto y ganar dos torneos (NdR: también se consagró en Queen's)", expresó un Alcaraz radiante, con el trofeo dorado en sus manos.
El primer set, como bien lo recordó el propio español, vislumbraba una final con un resultado cantado: Djokovic fue apabullante. Apenas 34 minutos. Alcaraz no encontraba agujeros contra el hombre que iba por la doble marca histórica: pretendía igualar los 8 títulos de Federer en la Catedral y los 24 Grand Slams de la australiana Margaret Court entre 1960 y 1973. También buscaba ser el tercer jugador masculino, después del sueco Björn Borg y el propio Roger, con cinco coronas al hilo en Wimbledon -en 2020 el torneo se suspendió por la pandemia-.
El Niño Maravilla, sin embargo, tenía otros planes: torcer la historia y encarrilar el sendero de otro modo. Encontró, entonces, la forma de aplomarse en el césped y, como bien vaticinó la versión comentarista de Juan Martín Del Potro en las redes sociales, tomó una dirección más agresiva para que "valieran la pena sus errores". El partido, en efecto, se emparejó. El desarrollo estaría a la altura del suceso.
En algunos pasajes incluso Alcaraz llegó a frustrar a Djokovic. Lo borró, por momentos. La tenacidad sobrevivió ante la historia. Por eso se quedó con un tie break caliente para nivelar la finalísima y, en adelante, ya no volvió a retroceder en términos de dominio. Cuando pocos lo vislumbraban como favorito Alcaraz quebró los pronósticos. Porque llegó para quebrar, además, toda una era en el tenis masculino.
Para dimensionar la conquista hay que resaltar algunos números. Alcaraz, campeón el año pasado en el US Open, es apenas el quinto tenista masculino, en lo que va de la Era Abierta -desde 1968-, que ganó al menos dos títulos de Grand Slam en singles antes de cumplir 21 años. Antes sólo lo hicieron el sueco Mats Wilander (cuatro trofeos), Borg (tres), el alemán Boris Becker (dos) y el propio Nadal (dos).
Más asombroso resulta, no obstante, la solidez de la barrera que derribó por derrotar a Djokovic. El serbio, en pocas palabras, llevaba seis años sin perder en Wimbledon y una década sin claudicar en la cancha central. Con el número de días acaso resalte más: 2195 sin caer en el torneo más valioso del mundo -desde los cuartos de final de 2017 ante el checo Tomas Berdych, ya retirado- y 3661 invicto en el Centre Court -desde la final de 2013 contra el escocés Andy Murray-.
El jugador entrenado por el ex número uno del mundo Juan Carlos Ferrero, su compatriota que ganara Roland Garros en 2003, enterró además una hegemonía que se extendió durante 21 años: se convirtió en el primer campeón, desde el australiano Lleyton Hewitt en 2002 -le ganó la final al cordobés David Nalbandian-, fuera de Federer, Nadal, Djokovic y Murray, quienes se quedaron con las 20 ediciones que transcurrieron en el medio.
Si bien hubo grandes campeones que supieron arrancar porciones de gloria en plena era dorada, como Del Potro en el US Open de 2009 o en otros tantos partidos de valor ante Federer, Nadal y Djokovic, esta vez parece haber llegado un elegido. Alcaraz ya escribió su nombre con tinta indeleble, en color dorado como la legendaria copa de Wimbledon. Pero también llegó para modificar el statu quo. Hasta los invencibles como Djokovic pueden caer. La historia cambió.