Para Alfredo Toth, la vida es una sorpresa. Ahora mismo no oculta su asombro por los recientes shows de GIT, venerado trío de rock argentino reunido este año, en Perú y Chile. “Es muy loco; en Perú tocamos en Chimbote y en Lima, en Chile en el Casino Monticello y una discoteca llamada Blonde. En todos los lugares hubo bocha de gente y buena onda”, dice este cantante y bajista que atravesó todos los mares del rock argentino desde el momento fundacional y sigue haciendo historia en el presente, produciendo discos de otros artistas y ahora en la cuarta reencarnación de GIT, su aparentemente indestructible trío con Pablo Guyot y Willy Iturri.
La historia de GIT es una de las más erráticas de la historia del rock vernáculo. Se han ido, han vuelto; con gloria, sin ella; se pelearon, se amigaron, y hoy vuelven a intentar esa dificultosa aventura de ser tres y según refiere Toth, la cosa fluye. Pero nunca se sabe que es lo que puede detonar la dinamita o la magia. Lo que sí se comprende es que tres es un número inestable, sea para una mesa, una silla o una banda. Los tríos siempre han sido volcánicos e impetuosos, de Manal y Vox Dei a Soda Stereo y Divididos. Con su cara de niño grande, aun a los 66 años que transita cual Dorian Grey y sus gestos amables, cálidos, casi en una frecuencia zen, Alfredo Toth confiesa que la idea de reagrupar el trío le pareció “en su momento, una demencia”.
“Esta es la cuarta reunión que tenemos”, cuenta muy divertido, “y creo que es la más natural de todas, porque se dio a partir de hablar entre nosotros y decidir juntarnos a tocar. No fue como la reunión de 2010, que estaba pensado como un regreso y como el lanzamiento de un producto musical a nivel regional. Esta vez sólo nos planteamos el hecho de tocar. Nos conocemos desde hace doce millones de años... y nos peleamos desde hace doce millones de años. Mil veces. Pero lo bueno es que después de todo eso, pase lo que nos está pasando. Estamos un poco más calmados, más grandes, y también disfrutamos más de todo. Esto en otro momento hubiera sido una trituradora y se nos habría complicado; ahora nos aceptamos como somos y rescatamos lo bueno de cada uno”.
A mediados de los 60, Alfredo Toth fue el gato porteño que necesitaban dos gatos rosarinos, Litto Nebbia y Ciro Fogliatta, en el albur del rock argentino todavía denominado beat, cuando todavía se llamaban Los Gatos Salvajes. Luego integraría la formación original de Los Gatos y sería el único bonaerense ensanguchado entre cuatro rosarinos. “Yo nací en Dock Sud y me crié en Avellaneda, en un barrio muy pobre que ya no existe donde lo que más recuerdo son las inmensas fogatas de San Pedro y San Pablo a las que venían todos los vecinos y arrojaban batatas al fuego y comíamos todos juntos. Pero el rock empezó cuando crucé el puente Nicolás Avellaneda y me fui a La Boca”.
En esos tiempos de prehistoria rockera, Alfredo Toth había heredado de su padre húngaro, que era violinista, la afición por la música y se había procurado una guitarra que le dio acceso al sueño de formar una banda con otros jovencitos como él. Todavía no había ni Beatles ni Stones, pero sí estaban los Teen Tops aullando su chanfleada versión de “Bony Moronie” de Larry Williams, conocida en el mundo de habla hispana como la inmortal “Popotitos”. El Club del Clán arrasaba y Sandro se perfilaba como figura emergente. Para él, que recién llegaba a la pubertad, La Boca era como Londres y Dock Sud su Liverpool natal. Animarse a cruzar el puente le dio valor también para probarse frente a otros y luego unir fuerzas en pos de un grupo.
“Me junté con estos chicos y nos llamábamos los Teddy Boys. Luego la banda fue mutando y en un momento se llamó The Rush, aun antes que los canadienses, y allí conocí a Héctor Starc. Pero antes nos contactamos con un productor muy famoso de la época, Fabián Ross, y pudimos grabar un acetato”. Transcurridos unos meses, Ross llamó a Toth por teléfono y le preguntó si le interesaba tocar con un grupo que aparecía habitualmente en La Escala Musical, un programa de televisión muy visto. “¡A mí me encantaban! Pero Ross me dice que necesitaban un bajista y no un guitarrista”. Desde ese momento, Toth fue el primero de una larga lista de violeros nacionales que adoptó el bajo por necesidades del momento. Pero a diferencia de los demás, nunca se sintió incómodo en ese rol o anheló volver a la guitarra: “Es un instrumento que me gusta y en el que me siento muy bien”, admite. De todos modos, tuvo la difícil misión de reemplazar a Pappo en Los Gatos, durante un cortísimo tiempo y Ciro Fogliatta recordó que Coth era un guitarrista notable, añadiendo que “a Pappo se le pusieron los pelos de punta cuando lo vio tocando la viola”. “No creo”, se ataja Toth. “Yo escucho esas grabaciones ahora y la verdad es que a mi guitarra le falta mucho (habla del registro de Los Gatos titulado En vivo y en el estudio, con grabaciones de 1970), no tuve tiempo de adaptarme; yo venía tocando el bajo y de repente pasé a la guitarra y ya teníamos que grabar un disco”
Más que “La Balsa”, “Viento, dile a la lluvia” o cualquiera de los otros momentos que hicieron de Los Gatos un grupo exitoso y legendario, lo que más recuerda Toth fue ese breve paso por Los Gatos Salvajes (precuela de Los Gatos), en el que le tocó subirse a un avión por primera vez rumbo a un show en Paraguay. “Ya subirme a un avión era una cosa del otro mundo para mí, pero encontrar el aeropuerto de Asunción repleto de gente que venía a recibirnos como si fuéramos Los Beatles, fue una cosa increíble”.
Una banda en cada puerto
A los veinticuatro años, Alfredo Toth ya había recorrido el mundo con sus amigos. Primero fue el viaje de 1969 que realizó con Ciro Fogliatta, Kay Galiffi y Oscar Moro a Nueva York, donde vieron bandas y compraron instrumentos. Al año siguiente, con Pappo en lugar de Kay, se fueron a probar fortuna a Europa. “Eran piletas a las que nos tirábamos. No funcionó, pero todo lo que hice en su momento me pareció bien, lógico, o era divertido. ¡Cómo te explico lo que es viajar con Pappo en un barco a España! Lo que me hizo cagar de la risa.”
Alfredo nunca paró; apenas sus pies tocaron territorio natal se unió a un grupo llamado Sacramento, liderado por el bajista y cantante Ricardo Jelicié (“un tipo muy talentoso”), en el que compartió el escenario con Ciro Fogliatta una vez más y con Bocón Frascino, que venía de Pescado Rabioso de tocar el bajo, dispuesto a empuñar su guitarra eléctrica. Pero el grupo se disolvió tras su primer disco, y “no llegamos a editar el segundo, que es en el que participa Bocón. A esa altura yo ya estaba harto de los grupos, quería descansar. Me agotaba tener que ir a ensayar todos los días de Dock Sud a Castelar”.
Y para descansar ¿qué mejor que trabajar? Nuevamente Héctor Starc lo embarca en una extraña aventura que era sumarse a un grupo comercial que tocaba en discotecas: Santa Bárbara Superstar. “El grupo era Alejandra Aldao, la cantante principal, y dos negros tremendos con una onda infernal que venían de Centroamérica. Tocábamos soul y funk todas las noches en una boite llamada Afrika y era un quilombo total. Además, como el lugar estaba todo alfombrado tenía una acústica del carajo y el grupo se sonaba todo. Venían muchos famosos a tomar algo, Ringo Bonavena era un cliente habitual. A la vuelta vivía Vitico, con quien éramos amigos, y también venía David Lebón”.
A mediados de los ‘70, Alfredo Toth integró una banda de lujo junto a su viejo compinche de Los Gatos, Oscar Moro, y al guitarrista Rodolfo Gorosito, todos al servicio de León Gieco que por aquel tiempo había editado su tercer disco: El fantasma de Canterville, que en estudio además contaba con Nito Mestre en coros, y Charly García en teclados. Allí se produce el puente que lo conducirá a su próximo puerto: Los Desconocidos de Siempre. “Eso era algo novedoso, una banda que si bien tenía a Nito al frente, era un grupo con un estilo definido en el sonido de guitarras acústicas y mucho juego de voces. Nos juntábamos con Nito en el Hotel Impala a sacar temas con las acústicas; el otro que vivía ahí era Charly”.
Una declaración suya a la revista Pelo, le tuerce el destino. Hacía poco Los Desconocidos habían compartido escenario con Raúl Porchetto y se sorprendió de lo bien que sonaba su banda con dos músicos nuevos que venían de la banda de César Pueyrredón: Banana. Eran Pablo Guyot y Willy Iturri que habían grabado el disco Mundo con el bajista Santiago Fandiño. “Me preguntaron por mi banda favorita y respondí que la de Porchetto. A las pocas semanas me llama Raúl para agradecerme, contarme que Fandiño se había ido y proponerme tocar con él”. Y es así como en 1980 se establece el conjuro que lo ata de por vida a Guyot e Iturri bajo el nombre de GIT. “Teníamos un grupo, pero no nos habíamos dado cuenta.”
Un GIT atrás de otro
Esa formación altera por completo el sonido de Porchetto en los dos discos que registraron con él, Metegol y Televisión, y lo transforma en algo más moderno, relajado, a tono con la simplicidad de la new-wave. Ese sonido capta el oído atento de Gustavo Santaolalla, que estaba grabando su influyente primer disco solista y se lleva a los tres GIT y los complementa con Alejandro Lerner. “Ese primer disco de Santaolalla es de los mejores que grabé. Gustavo es un gran productor, pero ese disco, contra lo que podría pensarse, fue más tocado que producido”. En vez de consolidarse, Guyot, Iturri y Toth entran en una diáspora que los lleva por rumbos diferentes; Guyot se suma al ascendente Zas de Miguel Mateos; Toth acepta el convite de Piero para tocar en Prema, y Willy Iturri aterriza en la butaca de baterista de Charly García para tocar por primera vez como solista en el estadio de Ferro. Al provenir el resto de la banda de García de Los Abuelos de la Nada, tiene que volver con Miguel Abuelo y generan el espacio necesario para que Guyot, Iturri y Toth vuelvan a estar juntos.
“No te puedo explicar lo que sonaba ese grupo de Charly, era como un bloque macizo. Eran los tiempos de Charly productor y después de la gira de Clics Modernos nos fuimos con él a Ibiza para grabar el primer disco de GIT.” Ese álbum los puso en la encrucijada de tener que salir a respaldarlo en vivo, y a la vez congeniar con los horarios de los shows de García. Todos sabían que ese equilibrio era precario, como efectivamente se comprobó en el show de octubre de 1985 cuando Charly cerró el festival Rock & Pop en Vélez, embistiendo como un toro a un camarógrafo, y mostrando una locura que sorprendió a propios y ajenos. “Sí, fue un show bravo, pero el cierre ya estaba pautado y ese era el último se tenía que cortar todo.”
Ya liberados, editaron GIT II con la producción de Gustavo Santaolalla que los hizo sonar como si estuvieran dentro de una cacerola. “Es verdad, tenía un sonido raro, pero sin embargo fue el disco más exitoso del grupo, el que nos hizo explotar en Latinoamérica, y creo que más que las canciones era el sonido lo que lo hacía llamativo: el tambor está más fuerte que la voz. Yo lo escucho ahora digo ¿cómo pudimos haber hecho esto? Sí, pero en aquella época yo caminaba por la calle, y escuchaba ese tambor a lata saliendo de la ventanilla de algún taxi y reconocía que éramos nosotros.”
Con GIT en el recuerdo y los años 90 ya desplegados sobre el tablero del tiempo, Alfredo Toth se convirtió en productor y junto a su compadre Pablo Guyot formó una dupla muy exitosa que se prodigó en discos de buen sonar. “Lo primero que yo produje fue un disco llamado El Futuro es nuestro, del Dúo Fantasía. Después trabajé con Luna Roja y un grupo chileno llamado Social Democracia.” Lo que más gente recuerda es su trabajo como productor de Los Piojos, a los que agarró en el ascenso y que ganaron varios campeonatos jugando en la primera del recambio del rock argentino. “¿Viste cuando se junta una banda que tiene todas las ganas, toda la sangre y que va para adelante? Los Piojos ya habían grabado con Gustavo Gauvry y estaban en ese momento. Cuando esos planetas se alinean es cuando una banda despega.”
¿Y qué dirán los astros del futuro de GIT? Por lo pronto el 26 de agosto volverán a tocar en Buenos Aires en el teatro Coliseo, después de muchísimo tiempo, y ya tienen más fechas pautadas en el interior. “Yo soy optimista. Se armó lindo; Pablo es como mi hermano y a Willy lo quiero. Tiene algo muy importante y es que va siempre para adelante, y tocando es maravilloso. Ahora está Guille Gudmani, otro guitarrista, y Babú Cerviño en teclados, que nos ayuda porque dirige y a veces nos ordena. Capaz que los tres solos no duramos, pero armado el grupo de esta manera y respetando la química original podemos llegar a hacer muchas cosas como GIT.”