Esta novela de Jessie Burton, en la muy buena traducción de Jofre Homedes Beutnagel, vuelve a los personajes de La casa de las miniaturas (base de la miniserie inglesa The Miniaturist) dieciocho años después, cuando la bebé de la novela anterior se convierte en mujer. El escenario es otra vez el de la Ámsterdam del siglo XVIII, retratada con infinitos detalles arquitectónicos, sociales y culturales; una ciudad con canales que, como todos los países colonialistas de la Europa de esos tiempos, empieza a sentir la influencia de las tierras lejanas que conquistó, en este caso, específicamente Surinam. La temática del colonialismo no está en el centro del argumento pero lo sobrevuela constantemente, sobre todo en cuanto a los productos nuevos que llegan desde las colonias hasta el puerto, por ejemplo, las “piñas”, aquí casi protagonistas.

Burton cuenta en presente, lo cual otorga inmediatez a su visión muy documentada de Ámsterdam. La voz narradora en tercera persona va cambiando de punto de vista para explorar los sentimientos, secretos, miedos y alegrías de los personajes, especialmente Thea, la protagonista y su tía Nella (centro de la novela anterior). La alternancia en los puntos de vista cumple funciones muy variadas: el manejo del suspenso (uno de los rasgos más interesantes de Burton); la capacidad para mostrar el mismo hecho desde varias perspectivas; el contraste entre lo que se dice y lo que se piensa (que lleva directamente al tema “apariencia versus realidad”, en una sociedad en la que la reputación y el aspecto son fundamentales); y los deseos de cada persona, en tensión con las prohibiciones, expectativas y mandatos sociales y familiares.

El qué dirán y la reputación tienen aquí un peso imposible ignorar que, además, se combina con el del racismo. Este es un medio que toma nota de la “diferencia” tanto en el aspecto físico como en el del comportamiento y por lo tanto, el color de la piel y del cabello determina vidas, destinos y por supuesto, matrimonios. En ese sentido, como siempre en la novela histórica, cuando Burton describe el racismo de la Europa de ese momento, está hablando también del racismo actual contra quienes no pertenecen a un “nosotros” hegemónico, en cualquiera de los sentidos de la palabra.

El suspenso se sostiene también en la necesidad que tiene Thea de entender un pasado que nadie quiere contarle, es decir, de contestar por sí misma preguntas que sus mayores esquivan. En cuanto al tiempo, siempre esencial para el suspenso, hay un uso constante de la anticipación: aparecen frases como “todos saben que habrá un cambio, lo que no saben es su importancia”, o imágenes cargadas de simbolismo como cuando se afirma que alguien “corre hacia la creciente oscuridad”. La línea temporal se extiende desde esa mención de un futuro amenazante a la narración de escenas anteriores a 1705, año en el que empieza la acción. La familia oculta su historia pero esa historia sigue presente. Para encontrar la salida a la situación en que están, los personajes tienen que aceptar ese período enterrado. Y la recuperación de ese pasado también sirve de guía a quienes no leyeron La casa de las miniaturas ni vieron la miniserie. Porque lo cierto es que la ciudad rechaza a la familia justamente porque los hechos que se empeñan en esconder Nella y Otto, su hermano, constituyen un “escándalo”.

Nella quiere dejar eso atrás, quiere que la sociedad los acepte. Para lograrlo, necesita que los suyos participen, por ejemplo, de las fiestas fastuosas de los más ricos, organizadas para arreglar negocios y matrimonios. En esas fiestas, las familias muestran a las jóvenes, las “venden” en cierto modo. Si todos las rechazan, el resultado es la vergüenza y la pérdida de “clase” de la familia. Porque además, para entrar al mundo de los poderosos, el dinero es indispensable y una manera de conseguirlo es un buen matrimonio. Nella lo sabe: “¡¡Cómo eleva el dinero, literal y metafóricamente!!”, piensa en un momento. Por eso, quiere casar a Thea con un hombre rico. El matrimonio, entonces, es parte de una transacción. Pero eso es lógico: casi todo en Ámsterdam es “transaccional”, casi todo está ligado al comercio, a la negociación... Hasta la religión tiene esas características y Thea lo nota cuando se esconde en una iglesia para descubrir quién la chantajea (otra vez el dinero) y ve cómo sus conciudadanos “acuden a rezar y prometerle a Dios que este mes, este año o en esta vida se comportarán mejor”, cómo “negocian con él para que obre un milagro... a cambio de una transformación personal” que ella cree imposible.

Portada de La casa de la fortuna

En La casa de la fortuna, el amor está al margen del matrimonio porque no cumple con las reglas sociales. En ese sentido, la historia de “amor” de Thea es un acto rebelde que no tiene nada de “puro” porque involucra mucho de actuación en una de las partes. En este universo, hay muchos tipos de amor. Y entender esa diversidad es parte del crecimiento. Aquí, las dos mujeres principales están creciendo y, por eso, al final, entienden un poco más el mundo que las rodea. Las dos, no solo Thea, la adolescente, sino también Nella, que ha oficiado de madre para ella.

Aunque tiene una prosa clásica, Jessie Burton escribe en el siglo XXI, y por lo tanto, toca el tema del arte. No el de la escritura pero sí el de las artes visuales. De diferente manera, las pinturas de Walter y las obras de la miniaturista guían a los personajes principales. La miniaturista (un poco menos presente en este libro si se lo compara con el primero) sigue siendo la observadora, la que ve de lejos. Si se las interpreta correctamente, sus obras muestran el camino a los que las reciben. Cuando es bueno (porque también se habla de un arte fracasado, chato, sin sentimientos), el arte tiene una verdad fuerte que gritar en esa ciudad ahogada por los secretos. Entre otras cosas, el arte grita siempre contra el silencio, afirma siempre que hay que decir en lugar de esconder; hablar en lugar de callarse. En ese sentido, el drama apasionante que cuenta Jessie Burton existe en un mundo muy lejano del nuestro pero también muy parecido. Y, en el fondo, lo que cuenta es cierta capacidad de los personajes femeninos para existir; una capacidad casi heroica para ser, para encontrar en las paredes de la sociedad patriarcal las grietas que les permitan seguir respirando.

La casa de la fortuna

Jessie Burton

Salamandra

400 páginas