Es domingo a la madrugada y esta columnista está volviendo a su casa después de haber bailado en cierta fiesta kinky semiprivada en cierta casa en el centro de la ciudad. En el trayecto en auto, saliendo del evento con una pareja de putos, uno comenta que le pareció “muy careta”. “¿Por qué?”. “Todos son flacos, todos son muy cool, son todos chabones mega hegemónicos chetos mirándose entre ellos como midiéndose. No hay esa cosa de conexión, o más diversa”. “¿Y qué fiesta te parece más diversa y menos careta?”, le pregunta esta columnista. Enseguida ambos, casi al unísono, responden: la Hiedra, el baile de riesgo. La fiesta donde las precarizadas, las marronas, las maricas, las tortas indiscretas, las nenitas de 32 años, las monstruas viven el embrujo de ser hadas por una noche.
“Encima boluda, esas drags vestidas modo mostruo me hicieron teletransportarme. Sentí que estaba en otra galaxia. Y me dio un poco de miedo esa sensación de rareza, pero a la vez me gustaba. Fue loquísimo, sentí que estaba en una novela de Lovecraft”, reseña sobre esta experiencia Melina, amiga de quien escribe.
La Hiedra empezó hace una década y surgió de la unión fundadora de tres productoras que se conocieron estudiando cine: Yby, de Derqui, “el conurbano profusso”; Nahue de Santa Cruz y Tahiana de Caleta Olivia, que actualmente no forma parte del proyecto y tiene una carrera como DJ. Ellas, en las fiestas, veían la construcción de un relato.
“Un poco lo que veíamos eran dinámicas repetidas post 90’s, también muy asediados por lo que fue Cromagnon, donde se marcó un antes y un después en el desarrollo de los proyectos, donde empezaron a ser algo mucho más higienizado. Y ahí empezó que las fiestas más autogestivas, en ese momento, respetaban la lógica del boliche 2000ero, donde tenías el VIP, damas gratis, y esa lógica de dos pistas. Una de cumbia-cachengue y una de tecno-marcha. Y lo que nos pasaba es que nosotras nos sentíamos mejor en esos circuitos, pero veíamos cositas”, recuerda Yby.
“Ibamos mucho a la Dengue, que me parece un fiestón en todo sentido, era muy emergente en un montón de cosas. Pero yo en ese momento tenía un carré salvaje y me sacaban fotos y después enganchaba a la fotógrafa cagándose de risa sin subir ninguna. Nunca fueron fotos para que salgan en el álbum de FB. Y hay un poco de ese resentimiento. Nosotras venimos de una cultura más grasa, más negra, no era lo que se estilaba en un publico LGBT bonito de la clase media de ese entonces”, señala. “Nuestra fiesta fue la venganza de las feas, de las acomplejadas, de las pueblerinas”, remata Nahuel.
Las primeras ediciones tenían un quehacer artesanal. Recortar volantes con cutters, repartirlos en hostels u otras fiestas, habitar espacios públicos. Y tenían un lema que hoy también es el mantra de muchas fiestas LGBTIQ+ de la música electrónica independiente: no VIPS, no fotos. “La gran mayoría del tiempo que hicimos Hiedra estuvimos así”, comenta Yban.
¿Y por qué cambiaron?
Yban: --Porque después de la pandemia encontramos de que el modelo de producción que manejamos hoy intenta ser un poco más grande a nivel comercial para poder tipo subsistir, siendo personas que hace 10 años que hacen fiestas. La fiesta requiere un cambio generacional y requiere la frescura de estar a tono con tu época y eso se cambia cada 10 años. Me encantaría que el espacio de Hiedra sea válido no solo desde la reivindicación de un tiempo pasado, como una fiesta que fue importante en los 2010, sino como algo que genera cierta vigencia. Sentó y presedente y sigue avanzando.
¿Cómo cambió para ustedes la escena tras la tragedia de la Time Warp?
Nahuel: --Se canceló toda la actividad nocturna y parecia como “ok, la gente de la noche no labura”. La cámara de comercio de Buenos Aires no tiene reconocidos a los trabajadores de la noche, que en ese momento eran casi medio millón de personas que trabajan en fiestas . Entonces es un espacio de precarización muy grande. Y ahí vienen los dementores.
¿Quiénes son los dementores?
Yby: --Los que vienen a vender una fiesta de maricones de musica rara, de comunidad queer, fantasía rosa y esos son lemas de las cuales las marcas de los locales necesitan hoy por hoy, porque vivimos en una época de corrección política que exige ese perfil. La mayoría de los lugares se están pronunciando, hay un nombramiento. Pero el problema no son los locales. El problema es la dinámica de tensión entre quién precariza a quién.
¿Creen que La Hiedra es una fiesta under o ya entra en el plano de lo mainstream? ¿Qué piensan de esas categorías?
Yby: --Yo estoy un poco empachada de esas nociones. Creo que funcionan para otros tiempos históricos en torno a la producción cultural, como los 70’s, los 90’s… Pero creo que con el advenimiento del nuevo siglo y las respuestas que tienen las personas a la hiperconectividad, todo se hizo más líquido. Y esas categorías quizás funcionan más en términos de producción, cuántos son los costos, beneficios y llegada.
El metaverso del microcentro
En Marcelo Torcuato de Alvear 980 hay una puerta y una escalera angosta que conduce a otro metaverso dentro del microcentro: el Puticlú. Antes allí funcionaba Flux, un mítico bar gay de música mainstream que duró 18 años con un corte más de pub, y que cerró durante la pandemia. Ahora es un espacio de fiestas itinerantes del boca a boca y reuniones que apuntan a un público más queer y diverso. Sin mesas y sillas, pero con pista de baile, música experimental y un darkroom que oficia de un sillón para charlar sin tanto barullo o, bueno, un darkroom.
La programación del Puticlú oscila entre fiestas de reggeaton hasta proyecciones de películas, finales de series como Succession o, recientemente, los debates presidenciales. La pasarela de un desfile de modas y la plataforma de lecturas de poesía y performance. La transgresión mutante entre la nocturnidad frenética y el sentimiento hogareño del living de una casa, todo en el mismo sótano. Y una mirada migrante y de labor obrera que da lugar a artistas y fiestas emergentes de distintas partes de latinoamérica, como Venezuela, Colombia, Chile y Perú.
Quienes están detrás de este proyecto son Luqui y Carlos. Luqui es hijo de migrantes bolivianos, estudió cine y durante mucho tiempo trabajó de cadete, donde aprendió las prácticas de la organización metódica. Carlos es migrante venezolano y trabajó en una marca de zapatos encargado de la producción. “Esos trabajos que pensás que no te van a servir de nada y terminan sirviéndote un montón”, dice Luqui.
¿Cómo definirían la identiad de puticlub?
Carlos: --Lo va haciendo la gente, trayendo sus proyectos, graffiteando las paredes, sacando cosas, rompiéndolas. Es una construcción colectiva.
Luqui: --Nuestra identidad es no tener identidad.
Carlos señala que a veces le preocupa que haya tantas opciones que apunten a una misma audiencia: “Hay veces que en el mismo día tenés la Durx, la Fagot, la LOCA, la Hiedra. Hay algo muy de la comunidad queer que es que todos se creen únicos, especiales y alternativos. Y si todos somos especiales, únicos y alternativos, nadie está siendo muy alternativo. Nosotras capaz compartimos público con la Hiedra o con la Greco, pero somos otro estilo. El publico está, ronda; existe la alternativa de la alternativa de la alternativa. Todo se vuelve mainstream. Ser maistream no significa algo malo”, señala Luqui.
¿Cómo definirían el mainstream?
Luqui: --Más under que esto no se puede porque esto es un sotano, ja. El under fue mutando con los años, pero si pusiera un punto de partida más contemporáneo pondría la post dictadura: se genera el Paracultural, el Rojas, alternativas muy queer, muy deformes, lo indefinido empieza a ser atractivo. Y después se vuelve mainstream: Tortonese es mainstream, Gasalla fue mainstream. Es medio cruel el under. Se va alimentando de gente joven. Es medio “ageista”, como que lo viejo no sirve. Como que alguien de cierta edad y experiencia no sirve. Siempre interesa la novedad. El under es medio demandante. Se alimenta del mainstream para responderle por la contra. Y el mainstream se alimenta de lo under.
¿Es una retroalimentación?
--Una regurgitación. Como la mamá pájara que le vomita la boca a los hijos.
Techno fetiche
La ultima parada es Fagot. Una fiesta gay fetish de techno que empezó en febrero del 2018. que se hace en Club Dorado, otro spot icónico del microcentro con una programación ecléctica, que va desde esta propuesta hasta fiestas de Taylor Swift. Darkroom, gafas, las drogas como un hilo conductor de tensión erótica, la exposición, lo escondido, luces rojas, baños empañados, oscuridad, lo pegajoso, fuentes con frutas para seguir revolviendo, proyecciones hipnóticas y una fuerza centrífuga profunda que tira hacia el centro de la pista (estamos hablando de Fagot, de la de Taylor no podemos dar constancia).
Aunque a Fa le gustaría que vengan más tortas, el paisaje es claro: 98 por ciento gays, arneses y suspensores. Puppies, daddys, adultos mayores y chicos jóvenes, gente de 40, 50, 60, que encontraron una nocturnidad donde la edad no es un criterio de discriminación; osos y grupos de leather. Un adulto mayor desfila abriéndose paso con una inmensa capa roja, como un mago, escoltado por un grupo de cachorros obedientes. Y una fila en el guardarropas para dejar el uniforme de civil.
La política de Fa, uno de los co-creadores junto a su compañero, Alexis, es clara: generar un espacio cuidado que promueva la visibilidad de DJs emergentes, que tenga en cuenta la prevención de riesgos con respecto al consumo de drogas y que abra el juego para traer los fetiches a la pista. Incorporar dragas y perfos parte de visibilizar femeneidades. Complementar las fiestas con espacios de reflexión colectiva y eventos culturales. No fotos, no vips y no camisas floreadas. Fa ya tenía experiencia produciendo fiestas como la Loca, Ful Festival, Amix Party, Fiestas Caras: junto a Alexis, que está a cargo de la comunicación y lo visual, son la dupla detrás (o adelante, donde más bien se lo ve bailando a Fa) de Fagot.
¿Cómo descubrirías al público de Fagot?
--Bastante diverso. Estamos tratado de que vengan menos chabones estereotipados. Ahora estan viniendo más chicos queer, no binaries. Es difícil que vengan chicas, porque pasa esto, justamente. Algunas vienen siempre y son muy fieles, porque se sienten cómodas sin las miradas del otro. Pero estamos trabajando para que vengan más.
¿Por qué te interesa que el público sea más diverso? ¿No creés que perdería la identidad de Fagot?
--No, siempre quise que la fiesta vaya sucediendo. Es algo imposible de manejar. A mí me gusta lo que está pasando ahora. En un momento estaba más de moda, si se quiere, con cola para entrar y gente que se quedaba afuera. Ahora está más tranquilo, la gente ya sabe a qué viene.
¿A qué viene?
-Para mí, por la musica. El dark room y lo sexual es un segundo plano.
Después de la pandemia, Fa empezó a notar que había cada vez “más pibes que se empezaron a dar vuelta”, sobre todo con GH. Esto llevó a Fagot a pensar protocolos, aliarse con espacios de reducción de riesgos como ¡PAF!, que testean la calidad de las pastis, hacer conversatorios y abrir el diálogo sobre consumos y cuidados. “Todo lo que hacemos lo pienso desde el activismo”, comenta. “Trato de que más allá de las fiestas nos organicemos en asambleas de la nocturnidad productores, gestores, dueños de centros culturales, asistentes de las fiestas, donde planteamos problemáticas de la noche y pensamos alternativas”, sostiene.
¿Cómo pensás que la gente responde a esto?
--Muy buena respuesta, la gente lo agradece y se siente cuidada. Por eso siempre señalo que la fiesta la hacemos entre todos y la idea es que cada uno asuma la responsabilidad de lo que elije hacer. No digamos NO, digamos SÍ: Sí, drogate a conciencia. Si, culeá y cuidate. Lo importante es que la gente tenga información.
¿Pensás que la Fagot puede ser tambián un espacio de resistencia frente a una subjetividad de ultraderecha que se traduce cada vez más en amenazas y discursos de odio?
--Yo creo que sí. Despues de las elecciones me asusté y pensé: “Ya fue Fagot, esto va a estar todo mal y va a ser un peligro”. Yo no tengo bien en claro cómo vamos a seguir, pero sé que somos trincheras.