La palabra es raro. El idioma castellano tiene unos cuántos sinónimos para ella: diferente, extraño, singular, extravagante, exótico. El inglés también posee varios vocablos que pueden sustituirla, pero uno de ellos es el que mejor define a esta clase de sujetos: freak. Se la utiliza en el hablar hispano pero con el uso se ha deformado su significado, y freak puede servir para casi cualquier cosa. Pero alguien raro es, simplemente, raro. No encaja en el entorno, sobresale por supuestas falencias que quizás escondan virtudes. En estos tiempos, los raros han vuelto a ser esos tornillos a los que no les va ninguna rosca.
“Le Freak” ha sido una de las canciones más exitosas de la historia de la música, y la victoria más grande alcanzada por Nile Rodgers con su grupo Chic a fines de 1978, cuando el sonido disco llegaba al punto de saturación y era una pandemia que nadie sabía cómo detener. Lo que sin embargo sucedería mucho antes de lo previsto. Chic fue el grupo disco que llamó la atención de los rockeros que miraban al estilo con desdén: esos tipos sabían tocar. El riff de la guitarra de Nile Rodgers era una gambeta funk endemoniada con trazas de inversiones de jazz hábilmente camufladas. La base que le proveían el bajista Bernard Edwards, camarada de armas de Rodgers y el baterista Tony Thompson, un arma secreta de potencia devastadora, los hacía sonar adecuadamente distintivos sin llegar a ser... raros.
Feliz desconocedora de esas sutilezas, la canción arrasó en toda pista de baile que se le pusiera enfrente, y fue un número uno durante cuatro semanas. El mundo en castellano, por esos misterios inexplicables de la traducción y el marketing, la conoció como “El Capricho”. Y en verdad muy poca gente sabía que Nile Rodgers la había bautizado “Le Freak” porque esa era su verdadera identidad. A tal punto que cuando escribió su autobiografía hace pocos años, no dudó y la tituló Le Freak. Es la biografía de un “raro” que hizo historia con todas las probabilidades en su contra.
UN RÍO DE LÁGRIMAS
Podría haberse llamado Gregory, de haberse quedado con la mujer albina que iba a adoptarlo. Sin embargo, su verdadera madre biológica logró sortear las trabas que el sistema le ponía por delante a una mujer de diecinueve años que había quedado embarazada sin planteárselo, y reclamó su tenencia. Y lo bautizó Nilo (Nile), como el legendario río del África.
Con la historia completa resulta difícil entender el reclamo de aquella madre que luego se dedicó a abandonar a su hijo una y otra vez, dejándolo con sus abuelas o con cualquiera que quisiera cuidarlo, por una adicción a las drogas que jamás detendría. Una abandonadora serial, esa mujer. Incluso en la convivencia, el pequeño Nile estaba a la deriva entre adictos a toda clase de sustancias. Pero al ser un niño, solía verlo como un juego. “Me llevó un largo tiempo entender que las cosas que mis padres hacían no eran exactamente normales”, escribió Rodgers. Odiaba ir al médico y que lo vacunara, aunque sus padres se inyectaban todos los días. Raro.
Las habituales fiestas funcionaban como si un rayo fuera paralizando progresivamente toda actividad de los adultos. A medida que las drogas iba envolviendo en su sueño narcótico a los mayores, esos cuerpos entraban en una catalepsia de espanto. “Nuestro living se llenaba de gente que quedaba suspendida en tiempo y espacio, mientras yo corría entre los bosques petrificados de sus piernas”, recuerda Nile. “Mi juego favorito consistía en ver si las cenizas de los cigarrillos que fumaban finalmente caían al suelo. Generalmente, nunca sucedía”.
Esa escena es solamente la punta de un iceberg colosal que haría que un cuento de Dickens pareciera alegre. De alguna manera, Nile fue sorteando los obstáculos que la vida parecía empecinada en colocarle por delante. No había en él ninguna demostración prematura de talento que no fuera su aptitud para sobrevivir en un entorno decididamente hostil. Sobrevivió al descuido y a los barrios más rugosos como el Bronx en Nueva York, y Watts en Los Angeles. La televisión y los distintos colegios a los que asistió más por propia voluntad que por decisión de su madre lo fueron llevando por el camino de la música, que es donde encontraría su salvación... y también su perdición.
La calle fue el lugar más seguro por mucho tiempo; también el más entretenido y formador. Curiosamente, su padre biológico, un depresivo crónico que vivía lamentándose de su suerte y que estuvo a punto de pegar el salto fatal delante del propio Nile, fue el que le enseñó que la música podía llevarlo hacia la felicidad. “Cuando estaba con mi padre, descubrí que los momentos musicales eran los más felices de su vida”. Luego se fue con los hippies y tuvo un amor y también mucho más: una educación beatnik y lisérgica que luego se tornó política cuando se sumó al grupo de activistas radicales conocido como las Panteras Negras. Inevitablemente, las drogas también se sumaron a su menú, pero como rebelión hacia sus mayores; si ellos se picaban con heroína, él aspiraba pegamento. De alguna forma, la música fue más fuerte: cuando logró tocar “Un día en la vida” de Los Beatles y cantarlo, no hubo droga que le pegara con mayor potencia.
LA POLÍTICA DEL BAILE
Gracias al colegio y a su propio esfuerzo, Nile Rodgers se transformó en un guitarrista instruido, que junto a Bernard Edwards aprendió a trabajar en equipo. Y su camiseta fue la de Chic Organization, con quien logró la suficiente diferencia de gol para sobrevivir un duro campeonato: la música disco en la que logró éxitos resonantes como “Le Freak”, “Everybody dance”, “Dance, dance, dance” y “Good times”, cayó en un descrédito absoluto en 1979 y la etiqueta se le quedó pegada. Un año fueron fuente de riqueza; al siguiente se transformaron en leprosos. Pero en el interín se ganaron el cielo al resucitar la carrera de Diana Ross, produciéndole dos clásicos que la regresaron al sitial de las divas. Cuando tuvieron la entrevista inicial, ella les dijo que pretendía poner su mundo “patas arriba”, lo que inspiró “Upside down”, el primer simple de su disco Diana, que presentó una moderna reinvención de la ex reina de Motown.
En el mismo álbum figuraba “I’m Coming Out”, cuya idea obtuvo Nile Rodgers en una disco durante una de sus tantas idas al baño para consumir la cocaína que encabezaba su tóxica dieta. Con acceso a todos los rincones de la mítica Studio 54, Rodgers había establecido su “oficina” en el baño de damas y en aquellos tiempos en que las identidades sexuales se disolvían, nadie puso objeción. Allí escuchó charlas de chicas que cuchicheaban y se anotició de que Diana Ross era un ícono de la comunidad gay. ¿Qué mejor que abrazar ese desconocido status con una canción que hablara de “salir del closet”? “I’m Coming Out” fue el otro suceso del primer trabajo grande de la dupla Rodgers-Edwards en su calidad de productores.
Siempre alejado de los convencionalismos, Nile nunca se movió dentro de alguna etiqueta estilística: jazz, rock, soul, disco, representaban lo mismo para él. En su libro reconoce que Chic fue una mezcla de Roxy Music y Kiss; el primer grupo lo convenció del poderío del glamour, las presencias femeninas y cierta estética suave. Kiss, en cambio, lo sedujo por el anonimato que proveía el maquillaje a sus integrantes, y mezclando las dos cosas ideó ese concepto visual de Chic, con dos chicas como mascarón de proa y tres hombres negros elegantemente vestidos pero al fondo de la fotografía.
Pese a sus contundentes conquistas con Chic y Diana Ross, Rodgers se sentía limitado porque la industria solo lo percibía como alguien adecuado para trabajar con artistas negros. Él quería más: “Como solía decir de los cantantes que cantan un poquito corridos de la nota correcta, estábamos en el barrio pero todavía no encontrábamos la casa. Y en mi carrera, David Bowie me ayudó a encontrar la casa”. Una noche salió de parranda con Billy Idol, y en una nube de euforia divisaron a un tipo común, corriente y elegante, completamente solo en la disco. Era David Bowie y Nile comenzó a hablar de música con él, sorprendiéndose del exhaustivo conocimiento que el británico poseía sobre jazz. “Jamás pensé que un tipo como vos estuviera tan metido en el jazz”, le confesó Rodgers. “Nile, crecí en Inglaterra donde tenemos la radio de la BBC. Pasaban todo lo que fuera popular, y en la radio no separamos la música por raza o por estilo”, clarificó Bowie.
Días más tarde, Bowie discó –todavía existían los diales a comienzos de los ‘80– el número de Nile Rodgers, y arreglaron una reunión para discutir la posibilidad de que produjera su próximo álbum. Después de tantas charlas artísticas sobre diferentes vanguardias, Rodgers estimó que Bowie querría seguir en la senda de lo experimental e innovador hasta que, en su casa de Suiza, le comunicó que de él “quería lo que mejor sabía hacer: éxitos”. Rodgers comenzó a avanzar en esa senda. “Siempre creí que el trabajo de un productor, es un trabajo de servicio. No me pagan para darte lo que yo quiero, sino lo que vos querés, aun cuando tenga que mostrarte que es lo que querés. La directiva de Bowie fue clara y no estaba interesado en hacer la segunda parte de Scary Monsters, sin ánimo de ofender a Tony Visconti. Él quería éxitos. El profesional en mí se puso en modo Terminator y no iba a detenerse hasta cumplir su misión”.
El resultado fue el disco más vendido de toda la carrera de David Bowie: Let’s Dance, con más de diez millones de ejemplares expedidos, y una gira que reventó taquillas, Serious Moonlight. “Hubo un inexplicable voodoo en Let’s Dance. Trabajé con la misma gente de siempre y grabé en el mismo lugar que de costumbre, más allá de que me encontraba en el pico de mi adicción a la cocaína. Pero el disco funcionó como ninguna otra cosa que hubiera hecho antes, aun con mi larga racha de discos de oro y platino”.
¿Qué podía ser más exitoso? Algo completamente inesperado. Nile Rodgers había ido a chequear a una artista ignota sobre la cual le habían dado buenas referencias, pero tuvo que fumarse a la cantante soporte. Y esa telonera se llamaba Madonna y hacía algo que pocas cantantes hacían: una coreografía en el mejor estilo Soul Train (un equivalente a Música en Libertad, pero de la comunidad afroamericana). Warner se entusiasmó lo suficiente con ella como para contratar a Rodgers como su productor, y la apuesta rindió enormes ganancias: Like a Virgin, uno de los discos más vendidos de la historia con 21 millones de copias. Rodgers le dijo al sello “que Madonna iba a ser una artista platinum-plus, porque creía en lo que yo podía hacer. Y luego de algunos encuentros en los que estuve expuesto ante su ‘rubia ambición’, realmente comencé a creer en ella también. Sabía que podía llevarla al próximo nivel”.
Después de eso ¿cuál podía ser el próximo nivel para Nile Rodgers? Éxitos no le faltaron, aunque no contaba con que se iba a convertir en lo que más detestaba de sus padres: un adicto a tiempo completo. “Un adicto workaholic: el híbrido más peligroso del mundo”, confesó. Luego de llevar a primeros planos a artistas como de Thompson Twins, B 52’s, Sheena Easton, Grace Jones, Mick Jagger, INXS y otros, en los ‘90 llegaron los apagones durante uno de los cuales estuvo clínicamente muerto. Sin embargo, como buen adicto, hizo caso omiso de todas las advertencias. Hasta que comenzó a escuchar voces y no eran coros, y el mismo día se encerró en un placard con una espada samurái a la espera de un mafioso que no existía. Recién ahí entró en razones y se sometió a una exitosa rehabilitación de ocho meses, tras la cual desarrolló un insólito miedo a la recaída, cosa que lo alejó de los estudios de grabación hasta que Michael Jackson en persona lo llamó por teléfono y le hizo vencer el miedo. Nile, con su entusiasmo, casi logra que el propio Jackson entre en rehabilitación. Pero no podía ganarlas todas.
Hubo otra batalla de dudoso resultado: la que entabló con un agresivo cáncer de próstata, que lo mantuvo ocupado durante tres años. Apenas los médicos le aseguraron que su organismo estaba libre de células cancerígenas, Nile Rodgers puso su guitarra al servicio de Daft Punk. ¿Resultado? Uno de los éxitos más grandes de la década: “Get Lucky”. Todo normal. De nuevo.
Algunos tipos tienen toda la suerte. Otros a fuerza de trabajo y talento logran escapar de la peor infancia aunque por más éxito que tenga, Nile Rodgers seguirá siendo un “raro”. Y a mucha honra.
Chic y Nile Rodgers tocan el 12 y 13 de septiembre en el Gran Rex, Corrientes 857. A las 21.