Conocí a Willy en una charla debate. Pidió la palabra, se refirió a las operaciones de readecuación genital practicadas en instituciones médicas militares. Habló de su nacimiento en el Hospital Naval pocos años después de finalizada la dictadura 1976-1983 y de su sospecha de haber sufrido al menos una intervención médica para “readecuar” su cuerpo. Recordé entonces que mi madre, trabajadora social, regresaba a casa al mediodía -año 1977- y conversaba con entusiasmo sobre las intervenciones quirúrgicas que se realizaban en Casa Cuna para “solucionar los problemas” de los niños que nacían con genitales que no correspondían a la forma más habitual de los genitales masculinos o femeninos. Formada en la escuela sanitarista de Ramón Carrillo y admiradora de la escuela de cirugía de Enrique Finocchieto (los años 50), en aquellas conversaciones de mediodía mi madre se quejaba en cambio de los sufrimientos infligidos a niños de baja talla, sometidos a intervenciones dolorosísimas e innecesarias, y expresaba la felicidad que le había producido la restitución de un bebé a sus abuelos (Emiliano como Zapata, hijo de desaparecidos, “dejado” en la ex casa de expósitos).
Aquel era un mundo hospitalario que no concebía genitalidad ni sexualidad por fuera de los tratados canónicos de anatomía, fisiología y psiquiatría. Ni el menor atisbo de preguntarse si estaban patologizando un cuerpo con una anatomía reproductiva o sexual que no parecía encajar en las definiciones típicas de masculino o femenino. Aspecto diferente del espectro medio, exploración e intervención temprana sobre la carne. Cuanto más temprana, mejor. Intervención quirúrgica, a veces tratamientos hormonales. Y silencio, que pase lo más inadvertido posible. Que no quede registro, más allá de los ateneos médicos, de aquella diferencia que debía causar vergüenza.
Hasta el borde de los 70 (dependiendo de la edad del timonel médico), tampoco se concebía psiquiatría exenta de lobotomías y electroshocks. La película La Raulito (1975, rodada mientras la Triple A les pisaba los talones a la protagonista Marilina Ross, al actor Luis Politti y al director Lautaro Murúa) es una muestra del tratamiento psiquiátrico-penal que se aplicaba a una adolescente machona en situación de calle. Fue la primera denuncia pública sobre este tema y un proyecto que Marilina Ross defendió a capa y espada hasta que consiguió director.
El cerebro también es un órgano sexual. Hasta los años 60, en la Argentina se aplicó electroshocks a varones homosexuales que se negaban a devenir heterosexuales. Comportamiento sexual diferente y rebelde, pasible de exploración e intervención sobre la carne. Era la medicina que se enseñaba en las facultades, con títulos expedidos por el Estado y validada por la academia.
En 1977 andaba yo por los 13 años y escuchaba a mi madre con gran curiosidad por su nuevo trabajo en un hospital pediátrico importante. Su discurso -que alababa cirugías en órganos sexuales y defenestraba otras en huesos, sonaba discordante, por eso recuerdo especialmente esas conversaciones y desde entonces las asocio.
Avancemos 40 años. En la reunión, Willy también mencionó que el caso Carrasco -la causa por el asesinato del conscripto Omar Carrasco, reportado por el Ejército como desaparecido y desertor, y encontrado asesinado en 1994- había abierto un quiebre en las instituciones militares y la posibilidad de investigar algunas cuestiones, antes completamente cerradas. El abuelo materno de Willy, ya fallecido, fue meteorólogo de la Armada. En la base naval de Bahía Blanca. De los informes meteorológicos depende la partida de las embarcaciones. Y también de las aeronaves de la Marina.
Una semana después de aquella reunión, entrevisté a Willy en un centro cultural de Monserrat. La idea era conversar sobre la búsqueda de su historia clínica en el contexto de una institución de salud militar. Estuvimos en un cuarto pequeño. Un retrato del general Perón -pequeño altar incluido- ocupaba media pared. Cuatro máquinas de coser eléctricas de la cooperativa de trabajo, en fila para señalar el lugar fantasmático de Evita. El espacio de los niños, privilegiados, lo demarcaban juegos de mesa junto al gran cuadro: scrabbel, estanciero, teg. Los favoritos de mi pubertad. Sentí por un instante que estábamos instalades en una burbuja mullida, un mundo de infancia con puntos en común y la textura de la iconografía de Daniel Santoro. No soy intersex como Willy, soy lesbiana. Y me crié en el mundo donde las lesbianas no existíamos y a las machonas se nos trataba como ya sabemos.
Willy me explicó que dio con el hilo de su historia clínica, pero no está allí toda la información que está buscando. Apenas hay una mención a una práctica médica significativa. Por ahora no quiere avanzar sobre ese tema.
Cuando regresé a casa y leí los apuntes de entrevista, decidí que no podía escribir esta nota. Tiene que hacerlo Willy.
La historia de Willy
en primera persona
Soy Willy Guerrini. Viví 28 años como una mujer lesbiana (infeliz), sin saber que mi cuerpo y mi historia tenían algunos secretos. Soy une elle, una persona intersexual.
La intersexualidad no es algo malo. Una de cada 150 personas nacemos intersex. La mayoría pasamos una vida sin saberlo. Hace un año, en una reunión de la Marcha del Orgullo número 25 donde quería hacer prensa, escuché a Fachi de RITTA (Red Intersex, Transgénero, Transexual Argentinos), leer el discurso intersexual que se estaba debatiendo. Tiempo atrás, en mi programa de radio, había investigado la temática, ya que muchxs de lxs que marchamos, desconocemos el por qué la I en LGBTIQ.
Mi mejor amigo y compañero de aventuras, Eduardo, vio como cambiaba mi cara al escuchar palabras como “patologización” y “cirugías mutilantes”. Murmuré por lo bajo “documento sin género”, algo que deseo desde mi adolescencia sin saber por qué. Me consideraba bigénero o género fluido, pero como todas las etiquetas, no terminaban de representarme. A mi derecha estaba Elina, de Estilo Diversa LGBT, y pensó que mi susurro silencioso era un grito con el cual los boludeaba por su lectura.
Semanas antes, ella me había hablado y yo sólo respondí con silencios, no confiaba en nadie, pero ese instante era el principio de la historia.
El camino empezó a ir para adelante y para atrás, detalles empezaron a aparecer, como si las respuestas hubiesen estado siempre. Es imposible describir esa sensación, fue como cuando hacés un pozo en la arena y, cuanto más profundo llegás, más cosas encontrás.
No tenía más que eso para empezar, recuerdos que no sabía si eran tales y señales de alerta. Años antes, una pareja me preguntó por mi vagina, no la veía diferente, ya que no iba por la vida con un espejo mirando mis genitales, pero algo ya hacia ruido. En mis lecturas periodísticas, había encontrado que mi cuerpo tenía esas características ambiguas que podían verse a simple vista.
Unos años antes, una chica intersex, me dijo que visite un ginecólogo para ver si tenía algún tejido cicatrizado, cosa que no hice.
Notaba, en la mirada del otro, eso de no poder encasillarme en un género. Desde mis 15 años, ir al baño es una tortura. La mirada del otro duele, que te saquen de los baños o no te dejen entrar por tu físico, es horrible. Hoy ya no me importa, voy acompañade y entro a cualquiera.
Las respuestas estaban en mi historia clínica, ¿dónde más si no?
Busqué por años, y no aparecían mis historias clínicas. Nací en el Hospital Naval, en enero de 1988, pero no aparece nada, quise ir a mi obra social posterior, y está cerrada. Tiré estas cosas en la mesa familiar desde el 2012, pero sólo recibía silencios o recomendaciones de películas al estilo La chica danesa.
Mi abuela materna es quien puso más piedras en el camino, como si ella realmente supiese algo. Por meter mis narices en todos lados, y habiéndome asumido lesbiana, recuerdo frases como “si vuelven los militares, te matan”, “tu abuelo te fusilaría”, “la abuelita (por mi bisabuela) no estaría orgullosa”. Lo único que intenté todos estos años fue vivir. Todo esto pasó por mi cabeza en aquella reunión.
Fachi y Elina me invitaron a RITTA, y un miércoles por la tarde, toqué el timbre. Tenía mucho miedo, pero estaba en casa. Por primera vez dije que era Willy y que podía ser intersex. Tiempo atrás, me sumé a todos los grupos de Facebook que pude de chicos trans, para ver si encontraba algún médico amigable, ya que en el país y en el mundo poco se habla de intersexualidad.
Lo que sé del tema, es que si la genitalidad no es del todo femenina o masculina, hacen nenas muchas veces sin consentimiento de la familia. También puede ser un tema hormonal o de cromosomas. Una mujer sin ovarios no deja de ser mujer, si así se autopercibe, lo mismo un hombre sin testículos. Hay casos de intersexualidad como el de la película XXY, pero son pocas las veces que no se normaliza la genitalidad a lo binario y conocido. La palabra intersex es una palabra joven y por eso se conoce poco.
Pero volviendo a aquella tarde en RITTA, con toda esta información desacomodada, empezamos a trabajar con Fachi, Elina, Sole y Kalym (primer hombre trans con DNI) de a poco, me llevaron al médico, justo a la doctora que yo quería, y también a la ginecóloga, que me hizo sentir bastante cómode.
En este camino, también me abrieron las puertas en la universidad, donde nadie pregunta qué tengo entre las piernas, y con mis compañeros aprendemos juntes. Dejé de estar solo y perdido. Valoro especialmente como me acompañan Belén, Lucía y Maruchi. En la universidad lxs profes y en secretaría, al igual que mis compañeros, respetan que soy Willy. En las asambleas y plenarios, hablan de todos, todas y todes. Ayudo en la secretaría de Géneros, donde empoderan mi voz. Una vez, antes de mi ingreso, se votaron baños mixtos. Los compas del colectivo de Estudiantes se abrieron y me abrazaron para caminar y aprender a la par.
También hago sonido en Mala Junta y El Galeano, donde me tratan con el mismo amor y respeto. Hoy mi entorno es hiper sano. Me cuidan.
Sé que de pequeñe me hicieron un tratamiento por fusión de labios, al menos eso encontré en un resumen de historia clínica. Hoy me atiendo en el Hospital Ramos Mejía. Voy en gbrupo porque me aterran los médicos. Pero me tratan bien. Quiero mi DNI sin género y busco que no se trate más a la niñez intersex como algo anormal, que dejen ser nuestros cuerpos, que no nos normalicen, porque tarde o temprano el cuerpo se revela. Hoy lo más importante es saber cómo está mi salud, me pregunto si mi útero es normal, por qué menstruo cada tanto, pero lo que más me atormenta es no saber qué paso conmigo al nacer. ¿Acaso me mutilaron? Sé que no había información, aún hoy no la hay. Si me mutilaron, ¿quién decidió y por qué? Sé que donde nací se hacían muchas cirugías de este tipo, violando los derechos de los niños.
Hay mucho camino por delante y por detrás. Respuestas que jamás voy a tener. Lo único que tengo seguro, es que hay gente que me cuida y me ama como soy, y que aprenden conmigo, y que si mi cuerpo está bien, y salvo por la fusión de labios, mi pubertad tardía y mi barba, no hay más nada, que voy a seguir militando por la causa. Nadie tiene que decidir sobre el cuerpo de nadie, y tal vez este camino cambie vidas futuras. Por ahora todo es incierto.
Lo que recomiendo es que ante la mínima duda vayan al médico, hay lugares amistosos y recomiendo la página Brújula Intersex. Invito a que las personas intersex hablemos, nos informemos y, por sobre todo, nadie decida por nosotres.