Milei fue presentado en el Foro de Davos como el presidente que devolvió a la Argentina al espíritu de la libre empresa y al Estado de Derecho. Haciendo uso de la palabra ante una audiencia empresarial, el mandatario argentino trasladó a escala global los conceptos doctrinales expuestos sobre la casta colectivista como principal obstáculo para la prosperidad y la libertad, tal y como lo había hecho en su discurso del 20 de diciembre del 2023 (aquel en el que anunció el DNU con cientos de desregulaciones).
En esta oportunidad, sin embargo, no se limitó a exponer la naturaleza de la enemistad entre empresarios y dirigistas-socialistas amparados en la “justicia social”, sobre la que funda su concepto de lo político. Sino que advirtió, además, que el occidente capitalista mismo está en peligro, puesto que sus propias élites dirigentes (políticos, académicos, funcionarios de organismos internacionales) han ido cediendo al sentido común de un neomarxismo que, derrotado en la lucha de clases económica del pasado, gana ahora influencia por medios "culturales", agitando de modo artificioso conflictos de género y ecológicos como artilugio táctico para provocar más Estado, más regulación, más burocracia y por tanto más privilegios propios y más pobreza general.
En esa dirección Milei ofreció a la Argentina como testimonio y ejemplo del cual el mundo puede y debe extraer enseñanzas. Porque la historia nacional no hace sino replicar lo que la historia universal: el capitalismo de libre empresa no solo fue eficaz produciendo riquezas, sino que es el único instrumento moralmente apto para hacerlo, puesto que no es movido por el deseo de control sino por el de la libertad. Y los argentinos, votándolo recientemente, han probado tener plena conciencia del asunto. De ahí procede el tono vanguardista con el que se propuso a sí mismo como adelantado en la lucha por la defensa de los valores occidentales amenazados ya no por el viejo socialismo expropiatorio sino por uno actualizado, que habita en las propias capas dirigentes de los países más industrializados del planeta y en las agencias de regulación globales. Todas ellas son comunistas sin saberlo, ya que el comunismo vive agazapado en un error doctrinal que el profesor Milei logró desenmascarar a la perfección. Desenmascaró.
El error en cuestión lo cometen las concepciones "neoclásicas" de la economía que introducen toda clase de regulaciones y de intervenciones públicas (de la emisión monetaria a los subsidios) para corregir lo que llaman equivocadamente "fallos de mercado". Este "socialismo actualizado" que destruye riquezas y obtura libertares se propone atacar a las "estructuras concentradas" (o monopolios) en nombre de una visión dogmática del libre mercado. Milei refutó a estos socialistas de una falsa concepción de la libre empresa anunciando que no existe tal cosa como los “errores del mercado” (pues el mercado es la verdad, y la verdad solo emana de los mercados). No son, por tanto, los intelectuales-funcionarios expertos en resolver crisis por medios regulatorios sino los empresarios capitalistas los únicos héroes benefactores, en el plano económico tanto como moral, de la innovación y prosperidad que vive hoy el planeta.
La polémica de Milei apunta a despejar la dinámica de acumulación de capital por medio de la apropiación irrestricta de la riqueza y a refutar toda consideración política, científica, comunitaria a este propósito. De ahí que resulte tan violenta la confrontación de su discurso respecto del otro argentino de audiencia global, el papa Francisco). Dijo Milei que nunca el mundo fue tan libre, rico y pacífico, y que el héroe benefactor a quien debemos este estado agraciado del presente no debe dejarse dirigir por burocracias globales o nacionales.
El discurso de Milei no deja de recordar a Mr. Gardiner, que por haber vivido una vida entera en el universo cerrado de la jardinería no sabía hablar de otra cosa que de jardines a una élite que creía estar escuchando sabias metáforas, y complacida, lo hizo presidente. Mr. Gardiner está convencido de que la apropiación privada de la producción colectiva de la riqueza es la libertad, y la medidas violentas de desposesión social y concentración en pocas manos es la fuente de una paz duradera. Y como cree en eso firmemente, no duda en hablar de la paz en medio de la guerra ni de la prosperidad en medio de la peor de las desigualdades.
De nada sirve objetar que el colectivismo que él repudia persiste bajo la forma extendida y compleja de la cooperación social que genera esas riquezas que él celebra, o que el padecimiento de estas personas creadoras de riquezas se debe al modo en que son condenadas a la pobreza y a la humillación producto del tipo de progreso que defiende. Sin embargo, estas personas desposeídas constituyen un límite efectivo a sus creencias.
El espectáculo es de lo más curioso: porque al proponer la apariencia de una realidad cuya estructura parece estar dominada por el absurdo, Milei no hace sino convocar a un absurdo auténtico que aún no ha llegado. Porque la “derecha radicalizada” -como le llama el antropólogo Pablo Seman- se presenta de un modo demasiado racionalista y doctrinario. Demasiado idealista y procapitalista como para enfrentar el núcleo del absurdo que constituye dramáticamente la realidad. Para que el absurdo aflore acabadamente hace falta atravesar aun batallas culturales, o "intelectuales y morales", palabra que el propio Milei parece tomar de Antonio Gramsci. Mientras el discurso predicante de Mr. Gardiner se encierra en la llamada escuela austríaca quizás convenga aproximarse a las páginas de un checo llamado Kafka, que pueden orientarnos mejor en la comprensión de ese núcleo dramático que puebla todo verdadero realismo.