Horacio Zeballos sabía que tenía la oportunidad de su vida. Con 39 años, después de un vasto recorrido en el circuito, luego de varios años abocado de lleno a la vocación de doblista, la zanahoria estaba ahí. Nunca hizo cálculos. Jamás se planteó metas con el ranking. Pero estaba ahí. No podía abstraerse de la realidad: si ganaba el próximo partido sería nada menos que el número uno del mundo.
“Sentí que tuve más presión que nunca afuera de la cancha. Yo afuera siempre soy muy tranquilo, relajado, trato de hacer otras cosas, pero esta vez, como sabía que estaba la posibilidad de ser el uno del mundo, me daba muchas vueltas el tema", se sinceró el marplatense, en diálogo con Página/12, pocos días después de haber estado en el ojo de la vorágine: este lunes, luego de haber alcanzado las semifinales del Masters 1000 de Madrid junto con su compañero español Marcel Granollers, el jugador formado en el Edison Lawn Tenis de Mar del Plata escaló hasta la cima del ranking de la ATP.
El logro se materializó minutos después de la angustia. Lo que vale cuesta doble. Y lo que cuesta doble te lleva a lo más alto. Cuatro match points en contra debió sortear Zeballos para concretar, por fin, el mayor sueño. El súper tie break ante el monegasco Hugo Nys y el polaco Jan Zielinski terminó 16-14, no sin antes pasarle una factura. En medio de la tensión, con el 14-14 y con todo en juego, debió elongar y, horas más tarde, después del desahogo, supo que tenía una lesión: no se desgarró pero sí se dañó la vaina que protege el isquiotibial de la pierna derecha.
La felicidad del instante, sin embargo, pagó todo: "Fue hermoso: miraba para afuera y estaba mi hijo. Cuando terminó el partido me preguntaba: ‘¿Sos el uno? ¿Sos el uno? ¿Sos igual que Djokovic?’. Ahí le expliqué que era en dobles y no en singles; después nos metimos un ratito a pelotear en la misma cancha. Todas esas cosas me dan mucha alegría".
Zeballos, entonces, desestimó el siguiente partido y afrontó una carrera contra el tiempo: el pasado sábado regresó a la Argentina para visitar a su fisioterapeuta y probar la exigencia de la pierna. Un puñado de días después, el miércoles, emprendió la vuelta a Europa para intentar presentarse en el Masters 1000 de Roma. Arriesgar Roland Garros no era una opción. En el medio, claro, aprovechó para celebrar con su familia y le brindó parte de su tiempo a este medio para repasar, con la cabeza más fría, la semana de su vida.
–¿Qué pensaste apenas supiste que serías el número uno?
–Fueron muchísimas imágenes las que se me cruzaron por la cabeza; miré para afuera, estaban mi mujer (Sofía Menconi), mis hijos (Emma y Fausto), completamente emocionados. Entonces yo entré en llanto y también me emocioné. Es un objetivo que trabajamos desde hace muchos años: esto no arrancó ahora. Todo empezó hace muchos años, cuando yo era chico y quería ser un exitoso del tenis. Después, cuando me volqué a jugar sólo dobles, pensábamos en perseguir el top 10, el top 5 y, por qué no, el número uno. Ya una vez sentado después del partido empecé a ver las imágenes de cuando era muy chico, en el Edison, en el club de mi viejo (NdR: su padre Horacio es formador, entrenador y fundador del club en 1984), cuando jugaba en el frontón a la vela con los chicos, y peleábamos por ser el número uno de la vela. Todo eso se cruzó como una película.
–¿Cómo supiste que estaba la posibilidad?
–En toda mi carrera casi nunca miré el ranking. Y en este momento sabía que estaba cerca pero no exactamente en qué partido lo iba a cumplir o no. Cuando miré para afuera mi entrenador (NdR: Alejandro Lombardo) me hizo la seña del 1. Y le pregunté: ‘¿Soy el uno?’. Fue una locura. Nunca fui de fijarme demasiado en los puntos más que en el ranking. El objetivo era, obviamente, ser el número uno del mundo, pero nunca me fijé en los resultados o en los puntos porque eso no lo puedo manejar yo. Sabía que tenía que romperme el alma en lo que estaba al alcance de mi mano, porque lo demás no lo podía controlar. Es difícil abstraerse de todo, lamentablemente, pero me llegaban mensajes por el celular, o te toca ver que estás ahí nomás. No lo hablé con nadie pero hubo mensajes con toda la buena intención; quizá no sabían cómo pienso yo y que, con esos mensajes, me estaban haciendo un daño en vez de ayudarme.
–¿De qué manera controlaste la presión?
–Fue importante sentarme con Marcel (Granollers) y hablar mucho para ver cómo podíamos hacer que esa presión afuera de la cancha no nos comiera. Hablé con todos y pude desahogarme para tener esas herramientas. Bueno, la presión está, ¿qué hacemos? Fue muy importante no ocultar esa presión sino jugar con ella. Afrontamos el tema: fue clave reconocer y aceptar eso en lugar de ocultarlo. Lo aprendí con la experiencia: cuando era chico intentaba ocultar la presión y ahora les recomiendo a los más chicos que acepten y jueguen con la presión, porque es linda y forma parte del fuego de la competencia”
–Tus padres fueron clave en los inicios.
–Mis viejos, tanto mi papá como mi mamá, son importantísimos en mi carrera. Mi vieja siempre me apoyó en esta decisión: varios años atrás no era fácil ser tenista. Te preguntaban, además de ser tenista, qué más ibas a estudiar o de qué ibas a trabajar. Ellos fueron adelantados en la época y me apoyaron. Mi viejo me acompañó, sobre todo, en quitarle peso al resultado en una etapa en la que no es tan importante. Hay un montón de padres que presionan a sus hijos para que ganen cuando son chicos, pero en ese momento lo fundamental es que hagan cualquier deporte y que lo hagan con pasión. Y en el juego fue clave tenerlo como profe: me dio el tiempo necesario para enseñarme el saque, el revés, el drive, la volea, el smash, para hacerme un jugador completo. Supongo que fue adrede porque siempre fue un estudioso del deporte. Me sirvió 30 años después para desarrollarme en dobles, porque en esta disciplina si no sos ofensivo no tenés futuro. La repetición de los golpes, del smash, de los ángulos cortos, me sirvió para este momento.
–¿Cómo revisionás la decisión de haberte dedicado al doble?
–En 2018 entré por última vez a Wimbledon y ya empecé a pensar en dedicarme de lleno a jugar dobles. Fue una decisión difícil porque la cultura argentina y sudamericana es competir en singles, donde además están los mayores premios (NdR: llegó a ser 39° y le ganó una final de ATP a Rafael Nadal en Viña del Mar 2013). Poca gente gana plata con el doble. Pero por otro lado sentía que podía hacerlo bien, porque ya había tenido buenos resultados y había ganado varios torneos. Ahí tomamos la decisión y por suerte salió muy bien.
–¿Ahora cuál es la meta?
–Siempre hay que buscar objetivos nuevos. A corto plazo quiero mantenerme en la cima y tratar de ir por un Grand Slam, ¿por qué no? Ya hemos estado muy cerquita en los Grand Slams (NdR: perdieron tres finales). No lo quiero tomar como una presión en contra sino como una motivación a favor. Quiero mejorar para lograrlo.
–¿Pensás en los Juegos Olímpicos de París?
–El tema de los Juegos Olímpicos es un poco delicado. Tengo muchas ganas de estar, obviamente, pero a su vez la Asociación Argentina de Tenis (AAT) puede llevar un máximo de seis jugadores y ya tomó la decisión de llevar cuatro singlistas. Entonces eso le da lugar sólo a una pareja de dobles. ¿Cuál es el dilema? Estoy yo pero también están Machi (Máximo González) y Molto (Andrés Molteni), que ya llevan dos años muy buenos como pareja. Ahí estará la decisión del capitán Guillermo Coria. Las ganas las tengo, por supuesto, pero la decisión será de ellos.