Mayo de 2022. Roma. Foro Itálico. Se juega la qualy de uno de los torneos más prestigiosos del mundo. Mientras un cúmulo de tenistas sueña con entrar al cuadro principal, hay una de ellas que sólo quiere desaparecer. El sufrimiento la abruma. Está aturdida. Se siente vulnerable; navega en la oscuridad. La estadounidense Madison Brengle impacta sus golpes y, cuando la bola cruza la red, del otro lado no asoma el deseo por devolverla. Ansiedad. Pánico. El partido se diluye: 6-1 y 6-1. Estar allí no tiene ningún sentido.

Paula Ormaechea está en la cancha y, de repente, ya no puede respirar. No consigue mantener el brazo firme; le tiembla el cuerpo. Todo el tiempo vive así. La escena se repite en varios torneos. No se reconoce. "Esta no soy yo", piensa. El dolor no la suelta, no la deja en paz: en marzo había perdido a su padre Marcelo, de 59 años, por una aneurisma. Y no encuentra la salida a la aguda depresión.

"Pasé meses muy oscuros; pareció una eternidad. Hubo semanas en las que no salía de la cama. Cuando lo hacía era porque tenía que hacerlo; yo quería meterme abajo del colchón, donde estuviera más oscuro", dice. Pasaron casi dos años: es marzo de 2024. Ya no está en Roma, sino en Buenos Aires. Se sienta en un café de Palermo, pide un té con miel para endulzar y conversa. Conversa. Está relajada; ya no le falta el aire. El cronista le propone encender el grabador y ella, siempre asertiva en la elección de sus vocablos, inicia con una sincera descripción de sí misma: "En dos años pasó una vida; hubo pérdidas que me redefinieron, que me hicieron una persona más sensible y, sobre todo, que afinaron mi empatía".

De Roma a Buenos Aires, del tenis a la vida, Ormaechea volvió a jugar con regularidad este año. Desde este lunes estará, por caso, en la clasificación de Roland Garros –es 930ª pero usará su ranking protegido por lesión (193)–. Para llegar al presente, sin embargo, atravesó un proceso de profunda angustia. Bajó, se sumió en la tristeza, subió, volvió a bajar: "La meditación me ayudó mucho. Meditaba y no tenía ansiedad durante diez minutos; ya era un logro. Fue mucho trabajo pero seguía, nunca paraba. De repente tuve un rebote: jugaba, ganaba partidos, wow, qué loco, pensaba que lo había superado. Vine a la Argentina, todo iba bien, jugaba, cambié de país, me mudé de Italia a Estados Unidos, pero me caí de vuelta. Lloraba todo el tiempo. Entraba a la cancha y no quería jugar más. ¿Qué hago acá? Ansiedad. Ansiedad. Jugar al tenis acentuaba el dolor. Lo agudizaba".

Nacida el 28 de septiembre de 1992 en Sunchales, Santa Fe, Ormaechea emergió como una de las mejores tenistas argentinas de la última década. Con apenas 19 años, en el Abierto de Australia, generó un cimbronazo cuando le ganó a la rumana Simona Halep, a posteriori número uno del mundo y bicampeona de Grand Slam. Después, con 20, encadenó seis triunfos en Roland Garros desde la qualy, llegó a ubicarse en el puesto 59 y se convirtió en la líder del recambio del tenis femenino nacional: tuvo fuertes presencias en la Billie Jean King Cup –ex Fed Cup–, en la que se mantiene como la singlista argentina con más victorias en la historia (20). Durante años, más allá de algunas recuperaciones, debió pelear contra las lesiones.

"Estoy en paz, con muchas ganas de jugar. Quiero darme la posibilidad de volver a disfrutarlo, más allá de los objetivos, porque lo que yo tengo con el tenis es amor. Mi objetivo es disfrutar del proceso, del día a día. Para mí es volver a arrancar. La vuelta de este año es vivirlo, disfrutarlo y hacerlo por mí", sostiene por estos tiempos en los que, después haber conocido el dolor, después de haber controlado los pensamientos negativos con una fuerte recuperación emocional, su mirada penetra en la vida de una manera diferente. No piensa en los números ni en el ranking, sino en lo que tiene para sonreír: el deporte, la vida y la compañía de Santiago Rodríguez Taverna, su actual pareja y también tenista (24 años; 246°): "Es una relación hermosa; me encuentro disfrutando de algo que solía sufrir. Aprendemos el uno del otro y, del lado del tenis, me encanta cómo lo ve: lo entiende muy bien, me da muy buenos consejos. Se construye un montón; es la primera vez que salgo con alguien menor".

El amor y el tenis: Paula Ormaechea y Santiago Rodríguez Taverna.

Dejar el tenis en pleno desconsuelo

Roma sólo había sido la génesis. No había forma de despertar de la pesadilla. Aquella Ormaechea aguerrida, con sentido del humor y con los sueños intactos, sufría por dentro. Por eso decidió, a mediados del año pasado, marcar un corte: "Venía la pelota y quería dejarla pasar; jugar me daba miedo. El quiebre fue en Roland Garros: la pasé tan mal que decidí no jugar más. La estoy pasando mal en Roland Garros, ¿qué queda después? No juego más. Necesito parar con esto porque ya no me hace feliz. Nunca había pensado qué hacía si dejaba el tenis. Entonces la pasé peor: jugué al tenis toda mi vida y ahora, de repente, no lo tengo más. Pero por lo menos no tenía los ataques de pánico en la cancha".

Cuando no tenía la raqueta en la mano tampoco se sentía tranquila. Los pensamientos y la ansiedad, en el fondo, le mentían: "No imaginé una decisión extrema pero sí, cuando iba en el auto hasta en el lugar donde me entreno, que hay un recorrido, pensaba: si el auto se estrella ahora no hay problema. Me subía a un avión y… si se cae está todo bien. Todo era un reencuentro con mi padre. No me reconocía, no era yo. Atravesarlo fue muy duro. Y estaba bastante sola. Horrible. Tenía mucha ansiedad, pánico, ni hablar".

Comprender la depresión

Ormaechea estaba en las nubes y necesitaba huir de la tristeza. Hacía terapia, intentaba aplacar el dolor, pero se cruzó con alguien que le salvó la vida: "En el peor momento estuvo Augusto Arquez (NdR: el presidente de la Asociación Tucumana de Tenis), que fue la persona que me ayudó a atravesar el dolor. No me soltó la mano ni cuando yo no quería más nada. Fue mi conexión en la tierra: no me dejaba ir. En el momento no lo supe pero después pensé: si no hubiera estado no sé qué habría pasado".

Entonces, en sus momentos más convulsos, comprendió lo que le sucedía: le colocó el nombre propio a su malestar y advirtió que hace falta concientizar en torno a las cuestiones de salud mental.

"Ahí es donde me entendí un poco más, sobre todo por la depresión. Mucha gente te dice que no te quiere molestar, que te quiere dejar hacer el duelo. Si una persona tiene depresión lo último que hay que hacer es dejarla sola. No es fácil entenderlo. La empatía es la cualidad más importante del ser humano", subrayó.

Paula Ormaechea, en plena acción en Roland Garros 2023, el torneo del quiebre.

"Hablar" con su padre

Acaba de arribar al encuentro y el grabador todavía no está encendido. Entonces, en plena charla, Ormaechea suelta: "Este libro me cambió la vida". Buscó en su teléfono para mostrar la tapa de "Muchas vidas, muchos maestros", un título publicado por primera vez en 1988 y escrito por el afamado psiquiatra estadounidense Brian L. Weiss, especialista en terapia de regresión a vidas pasadas.

De estilo guerrero en la cancha y de personalidad sanguínea, se abrazó a las terapias alternativas. Hizo constelaciones familiares, biodecodificación, reiki y hasta incursionó en la sanación de la memoria celular. "Va al momento de la concepción. Ayuda a sanar; volvés para atrás y la terapeuta te lleva a una conexión con vos. Y volvés. Me aparecieron situaciones de dolor que estaban en mi inconsciente", explica.

El proceso, de alguna manera, la ayudó a hacer el duelo de su padre: en palabras de su boca, Eduardo era su luz, su ancla, su vida. Por eso necesitó entender la muerte desde otro lado para sanar. En una sesión de Mediums lo sintió muy cerca: "Lo tuve a mi padre; una persona que no me conocía me hablaba de mi papá. Se comunicaba con imágenes y era mi papá que le mostraba cosas. No sabía ni mi nombre y de repente me decía cosas de cuando era chica. Lloré mucho. Mi papá está acá. No conecto con esas cosas pero no había manera de que no fuese mi padre. Con él tuve, entre comillas, una conversación. Siento que pude decirle cosas y él me transmitió otras a mí".

Ormaechea y Taverna, por las calles de Buenos Aires.

El regreso trunco

Ormaechea acostumbra a sentar postura en temas que exceden al deporte. La vida, para ella, suele correr más allá de la raqueta. Lo hizo con la disparidad de género que todavía rige en el tenis. También le respondió a Rafael Nadal por sus polémicos dichos respecto del modelaje –"¿Por qué ganan más las mujeres que los hombres en la moda?". En los últimos meses se manifestó en las redes sociales sobre el conflicto en Gaza, lo que le costó una vuelta trunca al tenis, en enero pasado y luego de seis meses, en dos torneos en el Club Náutico Hacoaj –perdió en el primero y se bajó del segundo–.

"No fue el mejor regreso; la pasé mal. Sentí hasta la presión de tener que salir a pedir disculpas por algo que no hice ni dije. Nunca le falté el respeto a nadie; tengo una postura, como todo el mundo. Ellos tienen la suya y yo tengo la mía. Hubo mala intención de parte de algunas personas y lo lograron: me hicieron muy mal. Soy una persona mucho más sensible y me afectó. Estaba por el piso; cuando tuve que jugar me sentí mal, después vinieron a buscarme para hablar. Me sentí… observada; querían que me disculpara y no sentía que debía hacerlo", se lamentó.

Y profundizó: "No voy a cambiar mi postura por la creencia de ellos, que yo la respeto. Estamos en un mundo libre. Me hubiera encantado jugar el segundo torneo, estaba en Buenos Aires, pero no estaba dispuesta a pasarla mal: mi bienestar no iba a negociarlo. No tuve respaldo de nadie; nunca nadie me vino a preguntar cómo estaba, ni del torneo, ni de la Asociación Argentina de Tenis (AAT). Todo bien pero me atacaron de todos lados; no sabés las cosas aberrantes que me dijeron".

Apenada, también aclaró, con sus palabras más genuinas, que no está en contra de nadie: "Todo el mundo cree que estoy en contra de la religión y no es así; estoy en contra de los horrores que ocurren. Estoy en contra de que maten civiles como si nada. Entiendo lo que pasó, lo de los rehenes, y ojalá que algún día termine, pero lo que pasa en Palestina es mucho más grave que los rehenes. No le quito importancia, obvio, pero la muerte masiva lleva mucho tiempo. Me rompe el alma. Yo quiero la paz; ojalá que se corte todo. La gente me llama antisemita, pero yo conozco mis valores".

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