Suecia fue el primer país del mundo en reemplazar la licencia por maternidad por una licencia de familia, en 1974. Más de cuatro décadas después, los papás se toman alrededor del 27 por ciento del tiempo disponible para la pareja. Desde que nacen hasta que cumplen los 12 años, entre los dos pueden tomarse 390 días, con el 80 por ciento del salario cubierto. En promedio, los papás toman 108 días hasta que su hijo cumple 8 y la mayor parte la utilizan en los dos primeros años de vida. ¿Qué lecciones aprendió en estos años el país nórdico, modelo en políticas de cuidado y sociales que apuntan a la equidad de género? ¿Qué cambios incorporaron en las regulaciones para incentivar que los varones gocen de la licencia y se involucren en la crianza de sus niños? ¿Qué resultados obtuvieron? ¿Aumentó la participación laboral de las mujeres? ¿Cuáles son los desafíos que enfrentan? PáginaI12 entrevistó a Niklas Löfgren, vocero de la economía familiar de la Agencia Sueca Social (Försäkringskassan), organismo público que se encarga del pago del subsidio parental, de visita en Buenos Aires para participar de diversos foros donde debatió sobre el tema.
–¿Cómo funciona el modelo sueco?
–Fue un proceso largo. Empezó en 1955 con el pago a las madres. En 1971 empezó la reforma y desde el ‘74 se incorporó la licencia por paternidad. El objetivo es que ambos padres puedan tener trabajo y una familia. El seguro parental consta de tres partes. La licencia para mujeres embarazadas: si tienen un trabajo muy demandante, por ejemplo, que les implique levantar objetos pesados o las expone a algún riesgo, puede estar en su casa los dos últimos meses de embarazo y recibir un salario equivalente al 80 por ciento. O seguir trabajando desde su casa, si es posible. La segunda parte son los beneficios parentales y que se extienden desde el nacimiento del hijo hasta que tiene 12 años. Consta de 480 días, pero solamente 390 están cubiertos por la seguridad social, con el 80 por ciento del salario. El resto del tiempo solo se paga alrededor de 18 euros por día y representa un monto básico. La idea desde el comienzo fue que se tomaran la mitad las madres y la otra mitad los padres.
–¿Y eso ocurre?
–Los padres se tienen que tomar al menos 90 días, si no los pierden y se los queda el Estado. Ese fue un cambio que se introdujo recientemente, a mediados de 2016. Antes eran solo dos meses. Se modificó porque se busca un uso más igualitario.
–¿Y la tercera parte del seguro parental?
–Si el niño está enfermo, los padres y las madres tienen derecho a cuidarlo. En ese caso, tienen 120 días por año, con un 80 por ciento del salario. La gente suele usar 8 días por niño. Las madres se lo toman más que los padres, pero el 38 por ciento de los días se paga a los padres. Es el beneficio más usado por los papás. Si se analizan los otros beneficios, en total los padres usan el 27 por ciento de los días. Estos beneficios tienen un techo salarial, pero es muy alto. Lo pueden obtener incluso quienes ganan más de la mitad del sueldo promedio. En casi todos los empleos hay acuerdo extra. En mi trabajo, por ejemplo, me pagan el 90 por ciento del salario y no hay techo.
–¿Los mismos beneficios alcanzan a parejas del mismo sexo?
–Claro. Además, quienes tienen hijos con necesidades especiales tienen beneficios extra.
–¿Qué aprendieron en estos años?
–Aprendimos que lleva mucho tiempo el cambio de conducta. Las reformas se fueron haciendo por decisión política y no porque había una demanda: no hubo manifestaciones de hombres reclamando el seguro parental.
–¿Qué modificaciones incorporaron?
–Muchas referidas a los centros de cuidado diario, previo y posterior al horario escolar. Si el ingreso a clases es a las 8 y los padres también empiezan su jornada laboral a la misma hora, los chicos pueden desayunar en la escuela. Estos centros de cuidado son subsidiados por los municipios y son muy baratos: los padres pagan el 10 por ciento del costo real. La mayoría de los niños van a prehora a partir del año y medio. También se pueden quedar después de hora. Hemos hecho a lo largo de los años campañas en los medios de comunicación para promover un uso más igualitario de estos beneficios.
–¿Tuvieron efectos las campañas?
–Esperamos que sí. En los ‘70 los padres decían: “No voy a quedarme en casa con mi hijo”. Era la actitud del macho. Hoy en día no está nada bien escuchar eso. Sería considerado un mal padre.
–¿Qué impacto tuvo esta política en la participación laboral femenina?
–Cada vez es mayor el porcentaje de mujeres que trabajan en empleo formal. Actualmente, el 80 por ciento participa del mercado laboral y 85 por ciento de los varones, un porcentaje muy cercano. Al mismo tiempo creció la tasa de natalidad.
–¿De cuánto es?
–Alta para Europa, 1,9 por mujer. Un aspecto un poco negativo que observamos es que las mujeres después del primer nacimiento se enferman más.
–¿A qué lo adjudican?
–Posiblemente a que sigan haciendo el trabajo no remunerado de la casa. No hemos llegado tan lejos como queríamos. Otra cuestión es que los salarios para las mujeres no aumentan en la misma proporción que los de los varones.
–¿Qué otras políticas públicas forman parte del modelo?
–Tenemos otros beneficios. Por ejemplo, un subsidio por hijo hasta los 16 años, de 100 euros por mes. Y si continúa en la escuela, se mantiene dos años más. Es una manera de transferir dinero de las familias que no tienen hijos a las que tienen. Cuando se empezó en 1948 con este subsidio, solo se les pagaba a las madres porque no se confiaba que llegara a los hijos si lo cobraban los padres. Desde 2014 se cambió y ahora sí se confía en ellos. Todo se mantiene con los impuestos. No importa lo que se gane, todos reciben ese beneficio. Significa mucho para las familias más pobres, que también pueden disponer de un subsidio por vivienda, para que puedan mejorar la casa de acuerdo al número de integrantes. En general, las madres solteras, con más de dos hijos, lo reciben. En el caso de padres separados, si uno no le pasa al otro la cuota alimentaria –generalmente es el varón el deudor–, el Estado le paga a la madre por adelantado y se le quita ese monto al padre de su salario. Es un monto fijo. Son 150 euros por hijo por mes. Es el mínimo garantizado. Otro aspecto es que la jornada laboral es de 8 horas: hasta los 8 años del hijo, se puede elegir trabajar el 75 por ciento del horario. Muchas mujeres optan por 6 horas. El salario es proporcional. Claro que van a tener jubilaciones más bajas.
–¿Cuál es la brecha salarial entre mujeres y varones?
–Hay distintas maneras de medirlo. Pero se estima que ronda el 7 u 8 por ciento. Pero si analizamos la evolución de los ingresos de una pareja, después del primer hijo y durante 15 años, vemos una diferencia entre lo que gana ella y él, que es del 35 por ciento. Es el costo que pagan las mujeres por la maternidad. Hay una revista sueca de niños, en la que hicieron una encuesta y les preguntaron a chicos y chicas con quién quieren hablar si están tristes. El 40 por ciento respondió con su mamá, el 10 por ciento, con otra persona, el 10 por ciento, con un amigo o amiga, en cuarto lugar, dijeron con nadie y recién en quinto lugar, apenas el 5 por ciento, con el padre. Es un indicador de la brecha. La pregunta que deben hacerse los padres es si quieren ser el 40 por ciento o en el 5 por ciento. Cuando empezó el sistema, el 99,5 por ciento de las licencias se pagaba a las madres. Veinte años después, en 1998, se bajó a 90 por ciento y el 10 por ciento restante, a los padres. Y hoy, es el 27 por ciento contra el 75 por ciento. Nos ha llevado más de 40 años llegar a mitad de camino. Va lento pero seguro: es la dirección adecuada. Algunos piensan que se puede hacer de un día para el otro. Hay que tener una mirada de largo plazo para el cambio.