A un analista de la sociedad pueden gritarle a un centímetro del oído para que diga -rápido- “qué” es lo que está pasando. Sin embargo -si quiere ser uno bueno- no se dejará apurar y, a la par que averiguar lo que pasa, buscará estudiar el proceso que hace que veamos las cosas de cierta manera y, por ello, a decir “qué” pasa. Ya lo decía la canción de Charly García y Pedro Aznar: “el mundo no muestra nada a unos ojos sin mirada”.
El caso Kevin Spacey, cuyas facetas aún se están revelando, es oportuno para pensar estos asuntos. Vista en perspectiva, la figura del “abusador sexual” es un logro cognitivo reciente, producto de la iniciativa de las víctimas (dicho no sea de paso: mujeres víctimas de varones heterosexuales) que desde los años 80 buscan hacer visible en la esfera pública y en la política cuestiones individuales que se relacionan con una idea de salud psíquica entendida como derecho humano. Esta idea también es nueva y es otro logro. Marco otra vez “logro” porque conviene recordar que los derechos no existen sino que se conquistan, y que atienden situaciones que pudieron ser muy reales pero que solo lograron existir cuando se hicieron visibles, es decir, públicas. La metamorfosis de los problemas sociales realmente existentes en problemas públicos no está garantizada por ninguna necesidad: hay problemas reales que siguen sin ser registrados por nuestra mirada y que, entonces, siguen sin existir.
Esta reflexión trata de cuestiones morales que no deberían asustarnos, siempre que estemos dispuestos a hablar de todo. Lo moral es un dato centralísimo de toda sociedad en todo tiempo, un objeto interminable de disputas acerca de qué es el bien y el mal, y de cómo deberíamos vivir juntos. Existen morales de todo tipo: tanto de derechas como de izquierdas, seculares tanto como religiosas, sexuales como anti-sexuales. El analista de la sociedad primero tiene que observar cómo funcionan y después ver si tienen ánimo de compatibilidad con otras, o si son hegemónicas y dominantes.
No sabemos cuántas revelaciones más traerá este caso, sin embargo podríamos intentar una caracterización a través de lo que va apareciendo en uno de los grandes escenarios donde las morales dramatizan el mal y la inocencia: los medios de comunicación. La haremos teniendo en cuenta dos síntomas: la edad de las víctimas y la figura del abuso evocada.
La edad: los informes señalan con insistencia la edad de las víctimas desconociendo códigos relacionales no-heterosexuales y/o, otra vez, dando por descontada una edad indubitable de agenciamiento sexual. Sin embargo, entre los gays existen códigos de interacción sexual mucho más relajados y permisivos que entre los heterosexuales y, hasta donde recuerdo, ello formaba parte de un estilo de vida que muchos festejábamos y hasta formaba parte de nuestro sentido del humor. Era un estilo interactivo “hipogámico” en oposición al “homogámico”, que busca lo igual. Así, las postales eran invariablemente: viejos con jóvenes, pobres con ricos, morochos con rubios, gordos con flacos, extranjeros con locales, “sobrinos” con “tíos”, en fin, todos con(tra) todos. En este plano, no deja de llamar la atención que Anthony Rapp se reconozca en la actualidad como gay ¡y como activista gay! y que el actor mexicano Roberto Cavazos haya dicho: “solo hacía falta ser un varón menor de 30 para que el señor Spacey se sintiera libre de tocarnos”. Algo pasó acá. ¿Qué fue de ese “ecumenismo social” del que hablo en el libro Los últimos homosexuales? ¿Qué quedó de aquel mundo insular y creativo de relaciones socio-sexuales de las que hablaron todos, desde Proust a Pasolini, pasando por Foucault?
Abuso unidimensional: los medios insisten mucho menos en la figura completa del abuso y se centran con morboso detalle en los frotamientos y en el carácter gay confesado (y retroactivo) del abusador (tengo entendido que ha pedido disculpas a Rapp). El abuso es un delito que consiste en actos multidimensionales: la profanación corporal pero también las amenazas, los amedrentamientos, y demás extralimitaciones de orden psicológico. No quedan claros estos atributos en los testimonios, como -contrariamente- sí quedan claros en muchas narrativas de mujeres heterosexuales víctimas (ellas y/o niñxs) de abuso por parte de varones heterosexuales, muchas veces en el sacrosanto ámbito familiar (tan distinto de las fiestas gays).
Uno de los riesgos de la sobre-visibilización de un problema social convertido en problema público es que puede aprovecharse para hacer ver en su propia clave originaria (abusos sexuales perpetrados por varones heterosexuales) situaciones que ameritan afilar de nuevo el pensamiento. Cuando ello no sucede y vemos las cosas como si todas fueran lo mismo, es que el pánico moral ganó la partida.
¿Qué es un abuso gay? es, al menos para mí, una pregunta de lo más interesante y urgente pero que difícilmente pueda responder desde la noción de abuso perpetrado por varón heterosexual. Mejor no importar teoría heterosexual. No se puede poner todo en la misma bolsa.
No me griten, solo quiero analizar. Estoy seguro que si logramos apartar de nuestra cabeza las admoniciones de los pensamientos punitivistas relativos al sexo y la sexualidad lograremos pensar mejor las cosas y, si en ese trajín no nos ponemos de acuerdo, habremos llegado, por lo menos, a desacuerdos más interesantes. Pero hablemos de todo. Y, reitero, no me griten, no voy a contestar apurado.