Cuatro de la mañana del domingo 5, Diagonal 73 esquina 3 de La Plata. La orden “todas contra la pared” atruena con más delicadeza que de costumbre. Durante la media hora de requisa, la policía insiste “¿de quién es este monedero?”. Un monedero con pequeñas bolsas con droga, tirado en el piso. Las demoradas oyen el cuchicheo de los uniformados: “No, mejor no porque hay cámara acá”. Todavía llevan en carne viva el recuerdo de la madrugada anterior, cuando un operativo con motos, carros y 15 uniformados arremetió contra ellas. Romina, Kimberly, Juana, Chantal. “Nos quisieron plantar la droga, que nos hiciéramos cargo de ese monedero con bolsitas, pero no pudieron porque estaba esa cámara”, dice Romina, y no puede parar de hablar, sabe que de no ser por esa cámara estaría presa y con una causa judicial. Juana no estaba el domingo. Romina recuerda que, en la razzia del sábado, Juana gritó que de un bastonazo le habían hecho estallar un pecho.
Es que el domingo fue el segundo acto de la represión policial que comenzó a las 4.50 de la madrugada del sábado 6, cuando de la nada aparecieron motos, patrulleros y camionetas con efectivos de la policía local y otros de civil. “Bajaron de los vehículos y directamente vinieron a agarrarnos del cuello y a ahorcarnos. Nosotras éramos cinco y ellos, tres veces más. Le dije a uno de los pitufos: ‘Si quieres revisá, pero revisa bonito’. Pero él me respondió: ‘Yo mando en mi país y hago lo que quiero, puto de mierda, peruano’. Entonces me vino a requisar la única policía mujer del grupo”, recuerda Romina.
Gritos. Catorce policías varones y una sola policía mujer. Mucho uniforme azul eléctrico. Y amenazas. “Mientras tanto, un policía ahorcaba a Juana y no le permitía respirar. Ella gritó desesperada pidiendo ayuda. El policía que le apretaba el cuello le contestó ‘no me faltes el respeto’ y le echó gas pimienta en la boca y en un ojo. Las otras compañeras que no tenían a un policía agarrándolas por el cuello, se defendieron tirándoles piedras a los pitufos. Ellos les devolvían las pedradas. En ese momento a Juana le pegaron, entre 4 policías, con un fierro largo que usan ellos y que quema la piel. A Chantal le rompieron la frente y a Kimberly la ahorcaban tirada en el piso, con la cabeza aplastada contra la vereda. Yo le decía a la policía femenina que me sostenía: ‘Son personas que sienten, ¿por qué las tratan así?’ Y la policía me contestó: ‘Andate vos, si no, te voy a poner la picana’. Un grupo de taxistas salió a defendernos y les gritaban a los policías que estaban siendo abusivos. De repente, Chantal grita: ‘Me rompieron la teta. Llévenme al hospital’. Los policías se asustaron, corrieron a las motos y los carros y se fueron”, detalló Romina al suplemento Soy.
Las torturas y vejaciones contra las mujeres trans y travestis peruanas de la esquina de 73 y 3 se prolongaron por veinte minutos.
Lo ocurrido el sábado se conoció a través de un comunicado de repudio publicado en las redes sociales por Otrans Argentina. La organización encuadra este procedimiento dentro de la peligrosa puerta que el Protocolo General de Actuación de Registros Personales y Detención para Personas Pertenecientes al Colectivo LGBT -y que rige desde el 30 de octubre- abrió a la violencia policial. “Exigimos el cese de estas prácticas violentas, responsabilizando al Estado. Asimismo exigimos la implementación la inclusión laboral trans para que nuestras compañeras no sean vulneradas día a día”, dice Otrans en su comunicado.
El jueves 2, las militantes de Otrans acompañaron el cuerpo de Brandy Bardales Sangama hasta el cementerio de La Plata. Brandy murió el 9 de septiembre como consecuencia de no haber recibido asistencia médica durante un procedimiento policial en el que se descompensó. Brandy es la tercera víctima de violencia institucional en la ciudad de La Plata, en el transcurso de 2017. Mañana, el movimiento lgbti marchará en La Plata -entre otras consignas- exigiendo justicia por Diana Sacayán y por las tres víctimas trans-travestis de esa ciudad, Angie Velásquez, Pamela Macedo y Brandy Bardales.