Todo el 27 de junio estuve extremadamente triste. Corporalmente triste. Lo atribuía a que ese día se iba a sancionar la ley que convertiría a nuestro país en la Potosí del siglo XXI. Pero aquella tristeza era mucho más profunda, no era solamente social sino un pesar del orden de lo vital-existencial. Horas después un mensaje en el celular me informa “murió Ilse”. Ahí estaba la explicación del malestar y pesimismo profundo que sentí todo el día.
Me alivió saber que Ilse murió tranquila, en paz y sin sufrimiento. Tenía 95 años. Estuve leyendo las notas que escribieron resumiendo su vida y casi todas se centran en su activismo lgtb, cuyo momento más alto fue haber librado un mano a mano en el living televisivo de Mirtha Legrand (1927), la nave insignia de la generación de Ilse (1929). Mano a mano en el que osó explicarle a Mirtha por qué el lesbianismo también podía ser una posibilidad liberadora para ella.
Ilse estaba vestida como siempre, con ropa de calle sencilla, pulóver amarillo y chalina violeta, colores complementarios para llamar la atención. Mirtha dragueada un poco más que de costumbre con saco a cuadros marrón con amplísimas hombreras, el pelo con rulos rubios grandes producidos a ruleros y secador de pelo, y mucho maquillaje. Ilse nunca tapó sus arrugas, nunca ocultó sus años, era parte de su militancia. De espíritu siempre fue joven.
El péndulo entre Ilse y Mirtha sigue allí, de muchas maneras. A su manera Mirtha también se liberó siendo artista (no se decía “actriz” en 1942). En sus años de juventud se consideraba que las artistas eran mujeres “de vida ligera”. Ella y su hermana Silvia no, porque las acompañaba la mamá. Silvia se casó y abandonó su carrera. Mirtha se casó con Tinayre y continuó en el negocio del espectáculo. No aceptó ser una señora formal y de su casa. Pero su límite era la homosexualidad. El tabú es tan fuerte que nunca logró o no quiso saltarlo. Ilse fue la mayor oposición que tuvo que soportar la Señora porque el rating manda, a pesar de que Tinayre en la década de 1950 se había dado el gusto de dirigir la película Deshonra. Aunque el closet siempre representa un triunfo para la heterosexualidad obligatoria, esa película es una pieza de estudio interesante pero no resulta liberadora.
Llama la atención que las notas de estos días que biografían a Ilse apenas rozan su potente militancia feminista, que honró a lo largo de toda su vida y luego integró al activismo lgbt y después también al activismo ecologista.
Su departamento de la calle Uriburu (que muchos años después compró Ernesto Laclau) fue sede de organización de lo que se convertiría en el ala más radicalizada del feminismo de los 80s, el colectivo de Cuadernos de Existencia Lesbiana, del que se desprendió el GALF (en el que no participó Ilse, en ese tiempo estaba viviendo en San Francisco) que llevó a cabo una revuelta lesbiana en Lugar de Mujer, cuando las feministas más conspicuas (muchas de ellas lesbianas) sostenían en público “no, por Dios, no hay lesbianas en el feminismo”.
Amargo versito para el día de la madre
“¡Querida Mamá te queremos tanto! ¡Cómo no quererte si vos, como la vaca que aprendí a amar en 2º grado ¡lo das todo! La vaca nos da su carne, su leche, su cuero y los espléndidos subproductos: queso, crema, cepillos y carteras. Vos mamá nos das tu panza, tus pechos, tu leche o inefables y loados subproductos: tus caricias, tu paciencia y tus cuidados. Nos regalás tu tiempo irrecuperable. 20 años de trabajo gratis por amor. De tu cabeza, como de un huevo pasado por agua, la familia se come tu cerebro a cucharaditas. Mamita, toda vos sos adorable, aprovechable, hasta el día en que ya no servís más”.
Perdón por prosificar, cuestión de espacio. Este poema de Ilse ganó en 1986 el segundo premio en la categoría poesía del Primer Certamen Nacional de Poesía Cuento y Ensayo para la Mujer Argentina Alicia Moreau de Justo.
Ilse cumplió con el mandato de casarse y formar su familia. Muy pocas mujeres dudaban en aquella época de que esa fuera su razón de ser. Así era en todas las clases sociales, aunque el hombre podía dejar a su suerte, sin mayores problemas, a la mujer y a sus hijos.
A Ilse le tocó nacer en una familia burguesa. Se casó muy enamorada, crió a sus chicos hasta que, ya mayores, se sintió asfixiada y huyó. Ella era una artista, una fotógrafa destacada que se formó con los y las mejores de su tiempo, y había postergado quien era en pos del mandato. Se escapó a Europa con un artista bohemio pero vio que era más de lo mismo, nunca dejaba de ser “la mujer de”, nunca dejaba de ser mujer (que no era nacer con vulva sino pertenecer a un sistema de relaciones sociales donde quien nacía con vulva sí o sí debía cumplir un rol determinado, esencialmente dejar de hacer lo que quiere para ocuparse obligatoriamente de cuidar a otros). Cuando regresó derrotada a Buenos Aires, no la aceptaron de vuelta en su hogar y colapsó. Estaba rota.
Logró salir de la desesperanza cuando quien seguía siendo su marido le alcanzó los primeros libros feministas. Ilse reconoció siempre esa ayuda que recibió. Lo que no quería y nunca más pudo soportar era el rol al que estaba obligada. Las cosas eran así y no se podían cambiar. El mundo era binario, había hombres y había mujeres y cada cual debía cumplir con la condena bíblica por haber descendido de espíritu en carne.
Lesbianas menstruantes
Ilse conoció a María Elena Oddone y comenzó a militar en el feminismo a comienzos de la década de 1980. Nosotras nos conocimos entre 1985 y 1986 y formamos con la artista plástica anarquista y surrealista Josefina Quesada el Grupo Feminista de Denuncia. Por entonces Ilse tenía 56 años y yo andaba por los 21, pero la dinámica militante feminista funcionaba genial. Después hicimos los Cuadernos de Existencia Lesbiana a los que se sumaron otras compañeras. Ilse tuvo sus primeras parejas lesbianas, relaciones más o menos libres, pero en cuanto empezaba a sentirse atada dejaba la relación. Vivió un tiempo en San Francisco con Susana Blaustein. Susana quiso formar una pareja estable y que se quedaran allá, pero Ilse no quiso saber nada. Toda esta cuestión de establecerse como pareja al viejo estilo le causaba horror.
El tiempo siguió corriendo, por distintos motivos el proyecto de Cuadernos se fue agrietando. Hicimos junto con Vanessa Ragone y Marisa Ramos la serie de fotos para Mitominas (Los mitos de la sangre), un trabajo grupal sobre una idea de Ilse que debatimos porque consistía en hacer una perfo de relación sexual entre lesbianas jóvenes con “sangre” (era un leit motiv el asco que provocaba la sangre menstrual, a tal punto que recién ahora los fabricantes de toallitas usan tinta roja para promocionarlas, hasta hace poco usaban tinta azul; la idea de Ilse era quebrar ese estigma con el que el patriarcado castigaba al cuerpo de las mujeres cis. Ilse dirigió la puesta y Vanessa Ragone tomó las fotos).
Fue una decisión jugada porque arreciaba la epidemia de vih/sida. Desde el living mi pareja, Martha Ferro, miraba lo que pasaba en el dormitorio de Ilse. Se reía porque ella fue modelo de bellas artes en Nueva York y vivió mil cosas entre beatniks y hippies en los 60s y 70s. Nosotras éramos unas chicas que apenas habíamos salido de los años de la dictadura militar del 76. Pero con la sangre menstrual nadie se metía, ni los hippies. Las fotos resultaron censuradas y Mitominas (1988) se negó a exponerlas. Nos permitieron exponerlas en las Jornadas de ATEM de aquel año.
Por entonces empecé a involucrarme más, no solo como pareja sino políticamente, con Martha Ferro y tomé distancia de Ilse. La contradicción de clase empezaba a emerger fuerte. Antes no la notaba demasiado porque era arrasadora la fuerza de lo que había que hacer, habíamos echado a andar una pequeña revolución lesbiana. Seguimos viéndonos, pero de manera esporádica. Entré a trabajar en las revistas de Crónica y me dediqué a hacer feminismo desde la prensa popular.
Después vino lo de su participación en el programa de Mirtha Legrand. Cuando estábamos con Cuadernos de Existencia Lesbiana nos dividimos las tareas, yo estaba volcada al feminismo e Ilse se ocupaba de relacionarse con la CHA (Comunidad Homosexual Argentina). Allí se hizo amiga de Carlos Jáuregui, quien después rompió con la CHA y fundó Gays DC (Gays por los Derechos Civiles). Ya volcada a trabajar en el movimiento gay-lésbico, Ilse me cuenta que la invitaron al programa de Mirtha Legrand. Me pareció estupendo. Volvimos a vernos y me contó que una maestra la había esperado a la salida del canal con un ramo de flores e invitado a salir. Estaba en duda porque era una chica que tenía mucho miedo, temor a perder el empleo si se mostraba en público con Ilse. Me encantó cómo se le acercó esa lesbiana. Cuando la conocí me pareció sin formación feminista, pero encantadora y con ojos llenos de amor y de sorpresa por el encuentro con un mundo nuevo. Era Claudina, la compañera de Ilse durante muchos años.
Nuestras vidas siguieron caminos separados. Me llevé un disgusto cuando vi que Ilse con Elsi San Martín y Claudina siguieron editando los Cuadernos sin consultarme y les imprimieron un giro político hacia la teología feminista y el ecologismo feminista. Todo el asunto de la Diosa me resultaba indigerible, al fin de cuentas los Cuadernos habían sido una publicación con un 50% de orientación feminista materialista. Sentí que Ilse no había reparado en mí y me había descuidado por completo (“podrías haberme llamado, estoy en la guía telefónica”). Nunca evalué que Ilse jamás tuvo formación política y que su filosofía era subjetivista (“hago lo que siento”). Dos códigos diferentes muy difíciles de compatibilizar.
La renuncia
Pasaron los años, Ilse ya anciana no pudo hacerse cargo de cuidar a Claudina, herida ya casi mortalmente por las secuelas de la poliomielitis que tuvo de niña. Claudina fue a vivir con sus hijos a Entre Ríos e Ilse formó una nueva pareja con un profesor gay de La Plata. Cuando el profesor no pudo o no quiso hacerse cargo de Ilse enferma de una gripe muy fuerte, me llamó. Me dijo que ella pedía por mí.
Ahí tuve una segunda oportunidad de conocerla. Corrían los años 2014-2015, explotó el primer Ni Una Menos y el debate con mis compañeras peronistas/kirchneristas era si iba a significar un giro histórico para el feminismo argentino. Mi posición era un sí rotundo. Jugamos a reeditar los Cuadernos de nuevo, en nueva versión, con colaboración de lesbianes jóvenes. Ilse se entusiasmó con volver al ruedo. La declararon ciudadana ilustre de Buenos Aires en 2016, el día del aniversario del bombardeo del 16 de junio de 1955.
En uno de esos días falleció el único hermano de Ilse. Ella estaba muy apesadumbrada. Me contó que durante toda su infancia su única referencia fue su hermano, porque su madre y su padre no los dejaban jugar con amigos, siempre estaban ellos dos solos. También me dijo que había hecho un acuerdo para renunciar a la fortuna familiar a cambio de que la familia de él cuidara a padre y madre ancianos. El padre de Ilse fue el arquitecto predilecto de las familias alemanas del norte del Gran Buenos Aires y luego se habían dedicado a fabricar los molinetes que se usaban en toda la Argentina.
Si Ilse no me hubiera confiado aquello, nunca podría saber quién fue y por qué luchaba realmente. Mi homenaje a ella es ver por dónde intentó abrir camino, algo que hasta hoy no había logrado dilucidar.
Ilse hubiera querido gozar de la libertad de que gozaban los muchachos gays. En un marco ideal, porque hay muchachos gays que hacen tareas de cuidados. Pero Ilse anhelaba una vida como la de los activistas gays de la calle Paraná en los 90s o como la del profesor dandy o la de tantos artistas gays. Sin los grilletes del género “mujer”, sin los grilletes de la obligación de las tareas de cuidado. Ser ella misma una lesbiana dandy y dedicar la mayor parte de su vida a la lectura y a la instrospección. Los muchachos y los hombres pueden brillar sin ataduras. Nadie les hace demasiados problemas si dejan a la familia.
La relación con el profesor dandy terminó muy mal, con violencia. Es que no se puede salir individualmente. La opresión es estructural. Pero el grito está. Ilse dejó su grito. Como ella decía, “una sola persona se para frente a una injusticia y el mundo ya no es igual”. Seguramente estaba pensando en La Rosa Blanca, ya que nunca pudo olvidar cuando en 1938 la llevaron a visitar a su familia en Alemania y todos debían decir Heil Hitler antes del desayuno, porque si no lo hacían, los niños podían denunciarlos en la escuela.