Carlos Alcaraz no conoce de límites. Cumplidos sus sueños con apenas 21 años recién cumplidos, el joven español tiene decidido ir por todo. Este domingo volvió a exhibir el hambre incontrolable que lo caracteriza, pero con un plus: aplastó al mejor tenista de la historia para consagrarse, por segunda vez consecutiva, en el torneo más valioso del planeta.

El número tres del mundo y ex líder más joven desde la creación del ranking en 1973, el murciano de 21 años envió un mensaje claro: de no mediar imponderables hará lo imposible por reescribir todos los libros. La tarde londinense de la final de Wimbledon lo encontró en estado de gracia. Se impuso 6-2, 6-2 y 7-6 (4) ante Novak Djokovic, que peleaba por la doble marca de los tiempos: ser el único humano singlista ganador de 25 Grand Slams -comparte el sitial con la australiana Margaret Court- y alcanzar las ocho coronas de Roger Federer en La Catedral.

No hubo lugar ni para una ni para la otra. Alcaraz no permitió siquiera un espacio para el despliegue del serbio, quien había llegado a la definición tras desafiar a la naturaleza: 37 días después de la cirugía por un desgarro en el menisco medial de la rodilla derecha, lesión que sufriera en Roland Garros ante Francisco Cerúndolo, disputó nada menos que la final de Wimbledon. Lo hizo con 37 años. Victoria o derrota, sabía que jugaba por la historia.

Acaso tuvo un espacio para entrar, una pequeña puerta por la que pudo haber modificado la dinámica de un partido que lo tuvo, siempre, detrás de la velocidad de pelota de Alcaraz. Encontró el quiebre en el momento en que el murciano sirvió para campeonato en el 5-4 del tercer parcial y con triple match point. No había podido quebrar en las dos horas previas del encuentro. La psicología del tenis explica que el instante más difícil es el que exige cerrar los partidos. En pocas palabras: el mayor reto es ganar.

El español no pudo cerrarlo en la primera oportunidad. En las primeras tres, por cierto. Djokovic se rescató a sí mismo, acaso con cierto atisbo de amor propio, y forzó el tie break. Pudo haber dominado en la batalla mental, porque había ganado 24 de los últimos 27 tie breaks que había jugado, pero Alcaraz, de alguna manera el heredero de la nueva generación, forjado con estirpe de un campeón diferente, se impuso 7-4.

Fueron dos horas y media que le valieron el cuarto título de Grand Slam a un Alcaraz que no parece avizorar una frontera para su apetito. "Soy muy competitivo y ambicioso; quiero ganar todo lo que juego, eso me impulsa y me hace afrontar cada torneo con mucha ilusión. Ver a Djokovic allá arriba y al resto de los tenistas que ganan me motiva para pelear con ellos. Quiero intentar acercarme al Big 3… soy un chico que sueña en grande”, había dicho en su última visita a Buenos Aires, en el marco del Argentina Open.

Minutos después de su cuarta consagración en un torneo grande, consultado por cuántos Grand Slams pensaba ganar, Alcaraz se sinceró: "No sé cuál es mi límite y no quiero pensarlo. Sólo quiero disfrutar de mi momento y seguir soñando. Veremos al final de mi carrera si son 25, 30, 15 o 4. Lo único que sé es que quiero disfrutar; ya veremos lo que me depara el futuro”.

En su camino a la final el español había derrotado de manera sucesiva a Mark Lajal, Aleksandar Vukic, Frances Tiafoe, Ugo Humbert, Tommy Paul y Daniil Medvedev. En medio de la euforia se tomó un espacio para profundizar en el futuro: "He visto y escuchado todas las estadísticas; ya he sabido que soy el más joven en ganar Roland Garros y Wimbledon el mismo año. Intento no pensar mucho. Es un gran inicio de carrera, sí, pero tengo que seguir adelante y construir mi camino. Al final de mi carrera quiero sentarme en la misma mesa que los grandes; ese es mi sueño. No importa si ya he ganado cuatro Grand Slams con 21 años: si no sigo adelante todos estos torneos para mí no importan".

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