Van 30 años que lloramos y recordamos a los muertos del atentado terrorista contra la Amia. Para ellxs pedimos, como lo hace la enorme mayoría de lxs argentinxs, verdad y justicia. Porque no ha habido ni lo uno ni lo otro. La conjunción entre manipulación de la causa por parte de servicios de inteligencia, la presión geopolítica de potencias extranjeras sobre el país y el entorpecimiento de la investigación por parte de sectores del propio Estado argentino nos han privado de ambas cosas. Por eso, porque la lucha por verdad y justicia debe apuntar a responsabilidades concretas es que se vuelve tan insoportable escuchar al presidente de la Amia, Amos Linetzky, atacar al feminismo y a Ni una menos. Su ataque nos hace saber hasta qué punto el sector más reaccionario -y oficialista- de la comunidad judía se propone sustituir la lucha en términos de búsqueda de la verdad por la lucha en términos de justificar (sostener, promover y ampliar) la guerra. Según se reproducen hoy en los medios, las palabras que pronunció en el acto son la siguientes: "No fueron suficiente las mujeres mutiladas para que las feministas extiendan su sororidad cuando se trata de judías". Y luego, siempre haciendo referencia al ataque de Hamas del 7 de octubre del 2023: "Quizás las Ni Una Menos tengan una letra chica que no leímos y dice 'salvo que sea judía'".

Da vergüenza tener que escuchar expresiones tan grotescas de parte de una autoridad comunitaria, y más aún tener que aclararle al señor Linetzky cosas tan elementales como que el feminismo no sólo no tiene nada que ver con ningún atentado terrorista sino que por el contrario defiende en todo el mundo -y ahí donde no eventualmente lo hiciera pienso, estaría en contradicción consigo mismo, y por tanto en condiciones de corregirlo) una de las últimas expresiones de un humanismo crítico- humanismo de gran profundidad en la historia de cierto judaísmo, pero completamente ausentes en la derecha de la comunidad judía argentina en consonancia con las políticas que el Estado de Israel- que no se ha cansado de explicar la íntima relación entre guerra, neoliberalismo y orden patriarcal.

Pero de qué sirve explicarle todo esto a alguien que por ignorancia, reaccionarismo ideológico y/o oportunismo político no es capaz de decir una palabra sobre el genocidio -palabra en uso en la Corte de La Haya- que el Estado de Israel practica ahora mismo en la Franja de Gaza (los diarios de hoy informan que Israel ha cortado el suministro de agua en un 94% al territorio palestino). Porque seamos claros: es la política del Estado de Israel y no del feminismo ni Ni una menos la que acorrala a los palestinos. Quienes estamos atentos a lo que sucede en medio oriente y vivimos con dolor el terror del 7 de octubre nos hemos hecho las mismas interrogaciones que varios activistas e intelectuales israelíes cuando se preguntaron ¿Cuál es la sorpresa? No porque justifiquen el horror sino por lo contrario: porque habían avisado hasta el hartazgo que la política estatal seguida en su país apuntaba a generar este tipo de monstruosidades.

En la película El ataque (Ziad Doueiri; 2012) un destacado cirujano israelí de origen palestino que vive en Tel Aviv se horroriza por un ataque suicida que deja un saldo de 19 muertos, muchos de ellos niños. La policía israelí logra determinar que la atacante -que ha muerto en el ataque- es su esposa. Ella le ha dejado una nota diciendo que no puede haber vida en paz para nadie si se naturaliza la masacre de niños palestinos. (Agreguemos: y mujeres). Por lo que quizás podría ser el feminismo quien, enderezando los términos le pida al señor Linetzky que exponga la letra chica de eso a lo que él llama judaísmo.

Por supuesto, no se trata de un pedido nuevo. Algo de esto ya lo pedía el texto “A quién pertenece Kafka” en el cual la brillante judía feminista Judith Butler expone la inconsistencia misma de la fórmula «Estado Judío». En efecto, a propósito de la disputa legal por la custodia de la obra de Kafka, la filósofa hizo notar la gravedad del equívoco: hay millones de judíos que no tienen relación alguna con Israel, y hay millones de no judíos que sí forman parte de ese Estado. Con lo que la pretensión falla por los dos lados: niega la condición no israelí de tanto judío; desconoce la importancia de la constitución de población no judía -por ejemplo la del palestino israelí- en el Estado de Israel. Con todo, esta irresolución produce efectos. Pues cuando una comunidad -y un Estado- que ha hecho del recuerdo del exterminio nazi una interpelación fundamental a la conciencia de la humanidad deja de actuar como pueblo víctima y se alía con las mismas potencias y racionalidades europeas y que viabilizaron el horror es la entera conciencia humanista la que queda entrampada: entrampado el pueblo palestino, al que sólo se le pide que se deje masacrar. Entrampado también el ciudadano israelí -judío o no-, al que se le exige vivir en un Estado seguro para su propia vida cuando la política seguida por ese Estado lleva a su propia destrucción. Entrampado el no judío, que no puede denunciar la política de Israel sin caer por eso bajo fuerte sospecha de antisemitismo. Solo el judío -cualquier portador de apellido de ese origen- tendría derecho a tal denuncia (siempre que no se lo considera un judío-antisemita). Y queda entrampado atrapado finalmente el judío no israelí, que sin estar necesariamente concernido en la política de Medio Oriente -ni conocer los detalles de la compleja política que ocurre quizás muy lejos de su propio país- siente que se practica un genocidio en su nombre. Porque por más apellido judío que se tenga, el silencio que amordaza su grito es tan eficaz como el que amordaza el de los demás. Por tanto, si algo debe ponerse en discusión es precisamente la letra chica que hace el judaísmo la tumba del humanismo. Como ha escrito hace unos años otra renombrada feminista Rita Segato -parcialmente judía-, es el estado de excepción perceptivo que condena a la inaudibilidad del grito contra el genocidio palestino lo que nos horroriza.
Porque sin grito no hay paz. Y Ni una menos no ha hecho más que gritar y gritar. Por lo que -por otro lado-, el señor Linetzky podría tomar nota de que el feminismo radical al que ataca se inspira notablemente en una admirable judía polaca, una tal Rosa Luxemburgo, judía de un judaísmo que resiste todo tamaño de letras y que por tanto nada tiene que ver con el suyo, si por judaísmo hay que entender como enseña el historiador Enzo Traverso una resistencia a brazo partido en la completa asimilación al capitalismo neoliberal que supo anticipar como nadie con el término barbarie.