En 1956 escritor Ezequiel Martínez Estrada dejaba impreso su diagnóstico del peronismo en un libro catártico en un libro cargado de desconfianza hacia Perón titulado ¿Qué es esto?. Con el subtítulo “Los habitantes del sótano”, describía la emergencia de un sedimento social que nadie habría reconocido en la superficie de la ciudad. Se trata de una fuerza tremenda y agresiva que hacía peligrar los cimientos de una sociedad que creía constituida en su ignorancia de un pueblo vivo, nunca tomado en cuenta, que marchó por Barrio Norte amenazante con sus cuchillos de matarifes. Lumpenproletariät. Era el pueblo del Himno, largamente olvidado, que ahora aparecía enceguecido ya no al modo del ”electoralismo de Yrigoyen”, sino del “obrerismo de Perón”. Para esta “nueva clase” se trazó, dice Don Ezequiel, una nueva filosofía, una sociología y una religión peronista con códigos y doctrina. El desfile de aquella “horda silenciosa”, que portaba carteles anunciando revanchas, llevó al escritor a anotar: “sentimos escalofríos”.
A mediados de 1987 el historiador ingles Daniel James comenzó a registrar la historia de María Roldán, hija de inmigrantes que llegó en los años 30 a Berisso. Allí fue trabajadora en un frigorífico y dirigente sindical. Berisso era entonces una ciudad nueva, poblada por trabajadores migrantes del norte argentino e inmigrantes europeos. Doña Rosa participó de una de más de tres meses y fue una destacada agitadora el 17 de octubre. Según le cuenta a James, los días previos fue fundamental la figura de Cipriano Reyes, dirigente sindical de la carne y fundador del Partido Laborista, con el que Perón se presentó el año 46 a elecciones presidenciales. Reyes recorriendo los primeros días de octubre sindicatos y fábricas de todo el país. La idea de un paro, de una gran acción obrera, ya estaba en la mente de los activistas desde antes de que Perón cayera preso. Para María, que el día 17 llegó a Plaza de Mayo y conoció al coronel por amor al cual el pueblo se ponía en marcha, aquellos acontecimientos merecen ser recordados como la Bastilla argentina (El testimonio completo fue publicado en el libro Doña María, 2004).
Los “archivos de octubre” es el título del capítulo del libro Perón, reflejos de una vida (2008), en el que Horacio González repasa las actas de la reunión de la CGT del 16 de octubre del 45. Mientras los trabajadores toman las calles, los dirigentes, algunos de ideología socialista, otros sindicalistas, pertenecientes a la industria del vestido -Méndez- o ferroviarios como Perazzolo, Aparellas o Manso, discuten sobre la naturaleza de los pasos a seguir ante la detención de Perón, a quien le reconocían la aplicación del programa democrático-laboral aplicado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión ¿Los términos de este agradecimiento debían implicar el reconocimiento de un liderazgo? ¿Se debía defender la libertad de un coronel del ejército argentino desde los sindicatos como se defiende a un jefe de la propia clase (haciéndolo “primer trabajador”)? Los argumentos proto-peronistas chocaban con los elementos provenientes de la tradición socialista y anarquista: asimilaban el nombre Perón con las conquistas colectivas y proponen hacer con el instrumento propiamente obrero, la huelga, una lucha por la libertad de un militar no afiliado a la central. El mito personalista como realizador de la comunidad estaba en marcha.
La multitud trabajadora y la plaza repleta, la huelga y la asamblea reconocieron en Perón -no sin conflictos por la jefatura, por ejemplo con el laborista Reyes- al hombre mediante el cual sus derechos políticos y sociales serian ampliados y asegurados. Alejandro Horowicz, autor de Los cuatro peronismos (1985) supo describir las mutaciones del peronismo: un peronismo con Perón en el gobierno (Perón con Eva), uno segundo en la resistencia, uno tercero posterior al Cordobazo, el fusilamiento de Aramburu y la irrupción de la Juventud Peronista y uno final, tras el fracaso del pacto social y la muerte de Perón. El autor no cree posible un quinto peronismo. A su juicio el peronismo se quedó sin “tarea histórica”. El razonamiento no tiene por qué ser complejo: si el peronismo supo ser la forma política por medio de la cual la clase trabajadora argentina dio sus luchas por democratizar el conjunto de la sociedad, la derrota del 1976 clausuró los términos de ese juego liquidando la potencia de ese sujeto histórico.
Luego de la renovación peronista y tras una década de menemismo, en la que el partido de Perón y la CGT se comprometieron con la destrucción de derechos laborales y con la impunidad de los genocidas del 76, una generación aprendió a desandar las identificaciones lineales. Si Cooke advertía que había lucha de clases dentro del peronismo, y esa lucha dentro del movimiento había sido violenta en los setentas, en los noventas se hizo la experiencia de resistir a un gobierno peronista que en lo esencial hacía suyo el programa del consenso de Washington. Fue la crisis de 2001 la que terminó de mostrar el final de todo un ciclo histórico: una sociedad desindustrializada, privatizada, con altísima desocupación y precarización laboral. Las multitudes empobrecidas que desfilaron aquel verano por las calles fueron testimonio vivo de la mutación del patrón de acumulación de capital y de las formas de organización del trabajo. Si el kirchnerismo resultó ser un emergente de estas transformaciones, y si supo recobrar de otro modo al peronismo, no profundizó en un programa capaz de imaginar una nueva articulación entre producción y derechos capaz de cuestionar estructuras a partir de la fragmentación de las fuerzas del trabajo.
Hoy, 17 de octubre, ante un gobierno que ofende y con estudiantes y trabajadores de la educación en las calles, los archivos y las preguntas se convierten en grandes aliados. Las preguntas se imponen por sí mismas: ¿cómo evitar que las identidades se congelen impidiendo que los legados se vivifiquen en términos de protagonismos populares efectivos? ¿Cómo hacer confluir en un pueblo real a las formas sobrevivientes del trabajo con las figuras del trabajo precario e informalizado, pero también cómo converger entre las diversas formas de vida y sexualidades que recorren en un mundo popular en un movimiento de impugnación al presente? ¿cómo se hace para responder al poder que el mundo digital ha acumulado sobre el mando del trabajo y la comunicación política? ¿Qué tipo de líderes y de organizaciones populares pueden acumular la fuerza necesaria para plantear el problema de la imposibilidad del pago de la deuda sin hipotecar la vida de los jubilados, estudiantes y trabajadores? Archivos y preguntas, juntos, son nuestros compañeros.